Una noche, de esas bastante iguales de habitual cena familiar, mi padre, sin dar muchas vueltas me preguntó: “¿Cuándo vas a empezar a trabajar? Mirá que yo puedo darte un empleo de 4 ó 5 horas ....”
Como no hubo signos de interrogación en la orden recibida, me presenté a trabajar, la semana siguiente, en una división menor que mi padre solía tener cercana a sus oficinas principales.
Era definitivamente una empresa totalmente diferente a la de hoy. Como los adolescentes, había crecido mucho y muy de golpe; y también como los adolescentes, solía ser algo torpe y desordenada a la hora de gestionar. Tenía vicios propios, producto de gerentes autoritarios y poco solidarios; en un típico esquema piramidal, bastante antiguo, pero que aun subsiste en algunas empresas de esas de cargos heredados y carente de formación profesional.
A mi, como a otros, nos tocó formarnos en esa realidad, sin contar con la ayuda, o la colaboración, de jefes inmediatos. No teníamos a nadie con quien cotejar una acción diaria, o cualquiera de las inseguridades propias de un ejecutivo en formación. La mediocridad en las gerencias era moneda corriente y, sumada al pánico de verse superados por sus subordinados, nos dejaba, prácticamente, sin referentes naturales a la hora de crecer.
Adicionalmente, muchos de nosotros, “beneficiados” familiarmente, nos esforzábamos por demostrar nuestra aptitud para la tarea asignada independientemente de la filiación o la relación sanguínea. Nuestros jefes, sin embargo, nos recordaban, día a día, que todo lo que lográbamos nada tenia que ver con nuestro esfuerzo, nuestra inteligencia o nuestra capacidad.
No nos costo entender que esa no era la forma. Sabíamos que denostar y ridiculizar el trabajo de un colaborador, o sus logros, nunca podrían generar la productividad que hemos logrado este último tiempo, o el respeto como resultado del trabajo que hemos conseguido con mucho esfuerzo.
Muchas de las políticas que hemos implementado igualan las lineas de autoridad porque creemos, firmemente, que cada uno debe ser premiados por sus logros personales, obteniendo la colaboración incondicional de su equipo de trabajo, y manejando su tiempo de cara a la obtención de los objetivos propuestos. Estamos convencidos que la autoridad impuesta solo por el organigrama, y a fuerza de reglamentos, nada tiene que ver con la empresa que soñamos. Mucho menos un esquema piramidal, donde la responsabilidad de gestión de cada uno, se diluya en la propia estructura.
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El problema surge cuando las imposiciones aparecen y, curiosamente, no son de arriba hacia abajo. El ejercicio de las libertades que tenemos como empleados, suponen mucha mas responsabilidad que aquellos que no tienen la posibilidad de decidir.
La flexibilidad de horario con la que contamos, la virtualidad de nuestras oficinas, la falta de “uniformes” en aras del ejercicio de nuestra individualidad; no son excusas para incumplir con nuestras obligaciones primarias: aquellas de estar donde debemos, a la hora prevista disponibles para nuestro equipo.
Nuestras libertades suponen solidaridad para con nuestros pares; y nuestros privilegios no son mas que el ejemplo que debemos dar a propios y ajenos.
No creemos en autoridades impuestas, sino en la gestión activa y la persuasión inteligente. Pero de igual modo, no permitiremos, nunca, que aquellas imposiciones que supimos erradicar, nos sean antepuestas a la hora de justificar los errores.
Trabajemos juntos para que la linea de autoridad no sea mas que aquella que indique el camino a seguir.