miércoles, 15 de abril de 2009

Tax Day

Solíamos tener una oficina muy linda, mas chica, y muy soleada en una Miami con muchos menos edificios y bastante más mar para ver por las ventanas.
Era un edificio típico de película americana: muchos pisos, cocheras interminables, cartel luminoso en el techo, y vidrios espejados que se limpiaban en esos elevadores por fuera de la construcción mientras uno estaba trabajando.

La planta baja, mal llamada piso número uno, me parecía, por entonces, bastante mas grande que su tamaño real; quizás por estar acostumbrado a los apretados “recibidores” porteños donde el portero se corre para dejarte pasar.

Compartía su gran hall con un banco; una agencia de viajes; la peor de las cafeterías; un pequeño negocio que vendía de todo menos lo que uno necesitaba y; con la oficina de correos donde, todos los días, entre 5 y 10 personas se alineaban llevando sobres, paquetes, o buscaban alguna que otra estampilla que aquí suelen resultar bastante útiles.

Los ascensores, gigantes, transportaban manadas pacientes de ejecutivos que llevaban su café en envases descartables; muchas secretarias, muy gordas, con “luncheras” y unos envases térmicos de aluminio y; algún que otro abogado de esos con maletines enormes, con ruedas, abarrotados de carpetas que para mi nunca leen.
Había también un grupo, habitué de la “vereda del sol” (nunca los vi del lado de adentro del edificio) que fumaba, sin parar, inhalando humo a cambio de minutos de vida. Me encantaba ese edificio y disfrutaba mucho su rutina particular.


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Una mañana de mi primer mes de abril en este país, entre al lobby como todos los días solo para descubrir que la oficina de correos estaba colmada de gente con sobres y carpetas. Había una fila tan larga que, serpenteando de un lado al otro, llegaba hasta “la vereda del sol”; donde no había lugar ni siquiera para fumar.

Pregunte azorado al portero cubano, quien presidía desde un podio a modo de disk jockey, quien me contesto mirándome torcido como sin entender. “ .... hoy es tax day, mi hermano ...”

Mis costumbres latinoamericanas nada entendían, entonces, de semejante compromiso a la hora de pagar impuestos. Crecí en un país donde el que paga lo que debe, en tiempo y forma, no es mucho menos que un “gil” (*). Donde la trampa y la ventaja son moneda corriente, y donde nadie asume culpa de nada; sino que la endilga para luego convertirse en víctima.

Luego de algunos años de andar por aquí, e independientemente de las penas que correspondiesen por incumplir una ley o una norma; o de lo implacable de la justicia tributaria, la gente común esta convencida de que sus impuestos poseen un único destino.

Tendemos a pasar por alto cosas simples a las que estamos acostumbrados. Vivimos en una sociedad de derecho donde somos respetados por igual, inmigrantes o nacionales, independientemente de nuestra raza o religión. Donde los avatares de la economía actual no son excusa para no garantizar la seguridad, la salud, la educación de nuestros hijos, o el simple repavimentado de una calle; simplemente porque cada uno hace lo tiene que hacer y cumple con sus compromisos en los tiempos previstos.

He visto simplificar los males de mi país por años hechando culpas a dirigentes y autoridades. Quizás sin entender que ellos no son mas que el vivo reflejo de nosotros mismos, de la sociedad a la que pertenecemos y nos encargamos de destruir día a día.

Una larga fila, en una oficina de correos local, no es mas que una muestra simple de una forma de proceder; pero representa la esencia misma de un pueblo que recibe en la misma medida que contribuye. Es una ecuación justa y proporcional donde nadie quiere, ni puede, sacar ventajas.

Hoy, a nosotros como a tantos otros, nos toca pagar impuestos porque nuestro negocio ha resultado prospero el pasado año y; mas allá de normas, reglas, o fechas límites, creo que es justo.

(*) nota del autor - gil: tonto, ingenuo. (Argentina)
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