Casi todos los canales transmiten en vivo el comienzo de las tareas del histórico rescate en la mina chilena de San José. El primer minero está a punto de ser elevado a la superficie y la ansiedad, y el nerviosismo, parecen adueñarse de las 2,000 almas presentes en el campamento Esperanza.
Mientras asciende la cápsula por primera vez, escucho que nada estuvo librado al azar. Los medios afirman que expertos de todo el mundo han participado de la compleja logística de este rescate sin precedentes en la historia de la minería mundial. Incluso NASA aportó su experiencia en tareas de ingeniería y diseño; pero el éxito de la gestión recae sobre las espaldas de toda la dirigencia chilena.
Cuanto ha cambiado Chile. Cuanto ha progresado este país en los últimos 20 años. Quizás su estatura actual sea más evidente hoy, ante la atenta mirada del mundo; en contrapunto con la eterna coyuntura latinoamericana.
Desde que tengo memoria América latina, toda, ha sido una región subdesarrollada en el elocuente idioma de la política internacional. Una región que, independientemente de alentadores índices macroeconómicos y bolsas en alza, no ha encontrado, nunca, el camino del verdadero progreso; ese que genera trabajo, educación, salud y justicia por sobre todas las cosas.
Golpes militares, revoluciones en nombre de la desestabilización, izquierdas que nunca fueron socialistas y dictadores de turno se han alternado, casi sistemáticamente, sin diferenciar nación, frontera ni bandera.
Naciones tercermundistas, acosadas por los fantasmas de la guerrilla, la inseguridad y la corrupción. Carentes de instituciones verdaderas, de falsas democracias, de demagogos populistas que solo enarbolan la bandera del poder a cualquier precio y pretenden adueñarse de algo que, sencillamente, nunca les ha pertenecido.
Subestimado por los supuestos “grandes” de la región, Chile ha trabajado en silencio haciendo sus deberes. Siempre muy cerca de Washington, siempre bien lejos de Cuba.
Capitalizó su proceso dictatorial mediante la introducción de un modelo económico del que nunca se desviaría. Privatizó su sistema de pensión, reconvirtió la banca y adecuó su sistema de servicios a los estándares mas altos de la región. Alternó su democracia genuina entre la izquierda progresista y la derecha moderada, demostrándole a América entera que el cambio de bases sólidas y la renovación dirigencial real, son los únicos métodos que una nación joven necesita.
El éxito de esta nación en el campamento Esperanza, nada tiene que ver con el mágico número 33, ni con un milagro. Este es el éxito de un proceso, de una gestión de años, de una generación de empresarios y dirigentes que han comprendido por donde pasan los destino del mundo en el que vivimos.
El éxito de este rescate reside en el profesionalismo de todo un equipo, que sabe planificar, que sabe asesorarse si es necesario y que nada entiende de vedetismos.
Esta generación de dirigentes chilenos persigue el prestigio genuino que solo brinda el servicio social.
Hoy Chile es ejemplo no solo de trabajo, sino de labor profesional. Asoma al mundo entero, en vivo, por obra y gracia del destino, pero brilla fuerte, por mérito propio, en un cielo latino que cada vez luce mas apagado y oscuro.
miércoles, 13 de octubre de 2010
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