miércoles, 22 de septiembre de 2010

Zensaciones Encontradas

Entre la millonada de cosas que debo agradecerle a Dios, dentro del top ten y muy cerquita de la punta, está la posibilidad de levantarme relativamente tarde todos los días de la semana. Para mi las 6 de la mañana es un horario raro, definitivamente atípico.  Un numero viejo, relegado a mi escolaridad, que debe haber quedado guardado junto con la corbata azul y la carpeta numero 3, esa con stickers, que usaba en la secundaria.

Pero, como todo en la vida, alguna excepción siempre hay. En esta ciudad es normal que amigos, conocidos, familiares, y hasta clientes que usualmente vienen de visita, les asista la necesidad imperiosa de encontrarse con uno apenas el avión toca suelo americano. -Venite ... nos tomamos un cafecito juntos.

Tiene que ser una costumbre local, porque a mi en Buenos Aires nunca me viene a buscar nadie. Por suerte los vuelos de Argentina llegan a Miami entre las 4 y las 6 de mañana.

Motivado, entonces, por el cariño que mi gente me trasunta, hace poco mas de dos meses, y justo con el top de las 5.30 AM, encaraba, una vez mas, el tedioso camino hacia el aeropuerto con un balde de cafe negro en la mano y las pulsaciones en dos cilindros.


Es un camino lindo y entretenido - verde, arena y mar - que une la isla donde vivo con el continente; pero monótono y difícil para estar medio dormido. Buscando despejarme mire el agua, el sol y, a lo lejos, vi gente reunida en la playa.

El bicicletero del barrio, sentado como Kung Fú, se encomendaba al sol junto con otros cinco colifas en lo que parecía una clase de meditación Yao Lin. ¡Qué bárbaro este tipo!, pensé con la única neurona que me funcionaba. Yo no puedo ni manejar y este, no solo se levanto para esta misión al mas allá, sino que convenció a los otros cinco tarados para que hagan lo mismo que el y, encima, le paguen.

Ayer por la tarde pase por la bicicletería, cuando casi cerraba, porque quería cambiar las gomas de una bici vieja que me compre; y la verdad me había olvidado del tema de la meditación y de los cinco colifas.

El bicicletero es un tipo afable. Gringo de pura cepa y de sonrisa fácil, vive acá desde que plantaron la primera palmera; y conoce a todo el mundo. Parsimonioso y de paso cansino, parece vivir a otro ritmo del resto de nosotros mortales; casi como si estuviese espiritualmente elevado.

Además de bicicletero es profesor de meditación Zen; o al menos eso reza el afiche que tiene pegado justo en la puerta del negocio.

La cuestión es que llegue con lo justo, el tipo ya cerraba y estaba juntando las cosas para irse.

- ¿Qué querés Javier?, me atropelló sin siquiera saludarme.
- No nada, te quería dejar la bici para que le cambies las gomas.
- ¿Dónde compraste las gomas?
- On line.
- ¿Y por que no me las compraste a mi?
- Porque vos no tenés, estas que son para bicis viejas.
- Ah ... ¿Y vos te pensás que porque venís acá, con esa pavada, sos cliente?
- Mirá Bill, te lo digo con la mejor. Te compré 3 bicis. Arreglo todo lo que tengo acá y debo haber gastado 200 dólares en el ultimo mes solamente. Creo que soy cliente.
- Bueno, no me importa. Me tengo que ir y las gomas no las cambio.
- Pero yo te dejaba la bici, lo haces mañana, sin apuro.

Con la palabra en la boca, me cerró la puerta en la cara, justo delante del afiche del curso de meditación. Después abrió un poco, medio arrepentido y, asomando la cabeza, me tiro un perdón tibio.

¿Habrá madrugado mucho?
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