Mar del Plata siempre ha sido el balneario argentino por excelencia. Mix explosivo de clases sociales, playas metropolitanas, choripán, fútbol de verano, mariscos, teatro, revista berreta, cine y casino. Solo 90 días por año donde Buenos Aires, literalmente, se muda al mar en un fenómeno social raro, incomprensible para muchos.
Hace frío, hay viento, llueve medio verano y hay que manejar 45 minutos de ida - y otro tanto de vuelta - para poder pasar un día entero al sol. No hay hoteles en la playa, no hay casas en la playa. No hay, siquiera, restaurantes en la playa; pero la gente va igual.
Te acosan promotoras en todos los semáforos, te regalan cosas en la ruta y el mas canchero, ese que se las sabe todas, va a la playa con una heladera de 2 x 2, cuatro barrenadores, tres sillas de colores, dos masos de cartas de truco, un juego de backgammon y Valeria Lynch a fondo en el estéreo.
No es una ciudad balnearia común, sino como la metrópolis misma. Con el mismo caos y la misma gente, solo que con mar, playa y sol. No tiene paradores agrestes con techos de paja, piña colada, hamacas y palmeras. En la “Ciudad Feliz” las playas tienen carpas, miles de carpas. Y en la poca arena que queda - que quema como en el infierno mismo - justo en el corazón de la ciudad, donde la playa supo, alguna vez, ser amplia, grande y linda; justo ahí, está Punta Mogotes.
El Orgullo cementero del último gobierno militar. Un palacio de concreto, de mas de 10 kilómetros de largo, mas parecido a un shopping al mar, que a un balneario tradicional. Veinticuatro paradores, numerados marcialmente, con canchas de fútbol, de volley, heladeros a los gritos, metegol, vestuarios, cocheras techadas, disk jockeys y clases de aerobics en un despliegue temático sin igual. Un lugar único, bizarro; donde la gente, en vez de elegir jugo de frutas y deporte opta por mate con facturas, truco, generala y ravioles con tuco.
Todos los que alguna vez fuimos a Mar del Plata, los que alguna vez tuvimos el privilegio de veranear en Punta Mogotes, entendemos su mística, su inigualable folklore. Para todos los demás es un fenómeno vulgar y cursi; casi inexplicable. El reino de la ojota, el pantalón tres cuartos y la remera sin mangas donde una carpa y una cochera cuestan lo mismo que dos pasajes a Miami.
La ciudad contagia, pero a niveles tóxicos, contaminantes. Un poco como Punta Cana y las trenzitas. Esas que el primer día son lo mas grasa que hay, pero que terminan inundando el avión de vuelta.
Esto es muy parecido, solo que exacerbado, grande, gigante. El reino de las “Cosas del Verano”. Camperas que dicen ITALIA, sandalias y pantalones enormes de lino, que son y serán un asco, pero que terminás comprando de tanto verlos por la calle.
Punta Mogotes te hace tomar mate con facturas, te obliga a comer barquillos y te lleva al puerto (dos veces por semana) a buscar no se sabe que.
Hoy, como cada vez que termina enero, habrá cambio de temporada en la Perla del Atlántico.
La ruta volverá a inundarse y el fin de semana será multitudinario, caótico. "La Boston" reventará de gente y no habrá ni una sola mesa en "Los Vascos", pero poco importa. Seguro que a todos - los de enero que se van, los de febrero que llegan y aquellos que alguna vez supimos ir - a todos y a cada uno, nos seguirá contagiando “El Efecto Punta Mogotes”.
viernes, 28 de enero de 2011
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