La tele es un negocio como cualquier otro. Hay que ganar lo mas que se pueda en el menor tiempo posible y en la medida de las posibilidades mantener los gastos bajos y bien controlados.
Es cierto que, por suerte, no todo queda reducido al vil metal y que los programas tienen otros componentes muy importantes como la trama, el guión y la línea argumental; los que necesariamente fueron pensados y testeados para la ocasión y que, a la corta o la larga, deben ser buenos para que el producto final sea exitoso.
Pero, mal que nos pese y muy a pesar de la calidad del contenido, todo se reduce a las matemáticas. A la simple ecuación que deriva, no solo del rating y la audiencia, sino del ingreso, ese que generan los auspiciantes, versus el gasto de producción. Un análisis básico, casi de primero inferior, donde el saldo siempre tiene que ser positivo; y cuanto mas grande sea la diferencia, pues mucho mejor.
Si no es así, la tira tendrá un final abrupto, comenzarán a morirse los protagonistas, de un día para el otro, por causas desconocidas y sin mucho fundamento y, lo que empezó con bombos, platillos y horario de prime time, sucumbirá antes las fauces del rating. Ese monstruo, por todos temido, que hace que los programas sin auspiciantes y no rentables duren en el aire menos que un helado al sol.
Un hombre astuto, mas de números que de contenido, hace poco mas de 15 años y de la mano del primer Gran Hermano, revolucionó el negocio de la televisión creando el producto mas rentable de todos los tiempos. Un show de la vida misma y su interacción, casi tan real como lo cotidiano. Solo que inauditamente barato de producir y de ingresos casi tan grandes como su audiencia.
Los otros productores de TV, a los que nunca se les ocurre nada, entendieron rápidamente la dinámica del negocio. Y la tele de hoy, esa que tanto queremos, fue invadida por una acumulación intolerable de programas “reales”; donde los ingresos son cada vez mas grandes y el gasto de producirlos cada vez mas económico.
La copia y la repetición han derivado, inevitablemente, en una carencia de ideas atroz. Entonces, todo eso que era creado, pensado y elaborado, alguna vez, se ha convertido en “real” y copiado.
Todo vale a la hora de mostrar. La vida de las Kardashian: la más linda, la del medio y la otra. En New York, en Miami o de compras en Los Angeles. Gran Hermano, que ya va por su temporada 4,500 y tiene tantas casas en el mundo como los Onasis. Tres borrachos que arman motos en un taller en medio de la nieve y que no hacen mas que pelear y revolearse cosas. Las amas de casa de todos los estados de la unión, a cual mas acomplejada ¿Quién será la nueva top model? Y baja 20 kilos mientras te cortamos el pelo y renovamos tu vestuario.
La vida misma en la oficina, en la peluquería y hasta en una panadería. Matrimonios divorciados pero con sixtillizos; otros que se aman como el primer día, pero con 19 herederos a cuestas.
Bailando por un sueño, cantando por la misma ilusión y solo en el Amazonas comiendo arañas. Todos, sin excepción, tienen lugar en la pantalla chica. Mostrando una vida, que dice ser real, pero que ya no lo es tanto de tan armada que esta.
Por suerte todavía quedan autores de calibre, guionistas con mucha tinta en el tintero y otras tantas historias por contar. Eso si, por el bien de la tele que sean creíbles, verdaderas y genuinas; pero no necesariamente tan reales.
La tele, como nunca, necesita sorpresa y hasta un poco de ilusión; pero por sobre todo las cosas, un poco mas de intimidad.
viernes, 21 de enero de 2011
El Show no debe continuar (para EL MUNDO.ES/AMERICA el 21.1.2011)
viernes, 21 de enero de 2011
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