Usualmente trato de mantener contenida mi muy arraigada arrogancia. Suele no escaparse demasiado, aunque cuando se suelta puede complicarme y dejarme muy expuesto.
Es como si viviese en mi; una parte mía que me acompaña a todas partes y no me deja ni a sol ni sombra.
Dicen por ahí que todos los porteños somos iguales. Que cuando estamos juntos, y en Buenos Aires, no nos damos cuenta; pero, fuera de nuestra ciudad, podemos ser bastante engreídos y hasta desagradables para muchos.
Soy mas de la filosofía de asumir los errores personales y trabajar en mantener contenida mi tan mentada vanidad porteña. Me parece que escudar los errores propios en miles, y luego convertirlos en una característica “regional”, no hace mas que exacerbar, aun mas, justamente, esa misma arrogancia justificando cualquier accionar en nombre de la uniformidad.
De todos modos hay algo que es muy cierto. Los argentinos, todos, no somos un modelo de humildad. Muchos de nuestros males no son mas que el resultado de nuestra falta de humildad profesional. Tendemos a subestimar todo, hablamos a los gritos, y no entendemos porque la gente no nos adora (¡Si hacemos todo bien!). Después, como ayer, juega la selección en Bolivia; nos “comemos” 6 (si leyó bien ... 6 a 1 perdió Argentina con Bolivia) y nos enojamos si el resto de América se alegra.
Sería bueno que tratemos de comprar algunas jaulas, o cajas, para mantener guardadas nuestras arrogancias. Habrá algunos que necesiten mas espacio; pero me conformo con la intención de tratar de ser algo menos “cancheritos”.
Entendamos alguna vez que, como argentinos, dentro o fuera del país, debemos trabajar sin vanidad y desde la humildad. Solo de esa manera podremos ser respetados y aprender de nuestros errores. Solo desde la humildad podremos ver el valor del trabajo de los demás. Aquellos que con mucho esfuerzo, y aun mucha mas dedicación, se cansan de decirnos que tenemos todo para ser Número 1.
jueves, 2 de abril de 2009
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