viernes, 26 de junio de 2009

Divisiones Inferiores

El living de casa, allá por el año 74, tenía una tele Zenith blanco y negro que un día me dió una patada que casi me mata (*). Era esos típicos aparatos gigantes que tardaban unos 10 minutos en prenderse y otro tanto para que se apague por completo ese puntito de luz blanca que quedaba en el centro de la pantalla.

Había que pararse para cambiar de emisora, subir el volumen o acomodar la antena para mejorar la recepción. Como nuestro aparato lo había traído alguien “de afuera” tenía bastantes más canales de los cinco que se necesitaban en la Argentina. Las emisoras comenzaban en el Canal 2 que se veía mal y poco. Seguían por el 7 y se completaban con el 11 y el 13. Para volver a empezar el zapping rudimentario, la rueda selectora tenía que dar la vuelta completa pasando por todos los números del 14 al 100.

Mi hermana y yo, a pesar de ser números puestos a la hora de pararse nunca podíamos elegir la programación a la hora de la cena. En casa se veía lo que querían “los mayores”.

Los adultos en esa época eran gente respetada solo por edad. Los años y las canas eran credenciales suficientes de autoridad y sabiduría. Sonaban frases como ..."Javi, hacele caso al señor .... que sabe mas que vos” o “son cosas de grandes, los chicos no pueden saber”.

No podíamos usar el teléfono sin pedir permiso. Quedarnos despiertos después de las 10 de la noche o ir adelante en el auto por mas que midiésemos 1.70 a los catorce años.

Era una niñez, no digo sufrida, pero estricta. Lo bueno y consolador, era que uno crecía pensando que, en su vida adulta, los roles se invertirían; y aquel que obedecía, sin cuestionar, heredaba por derecho cronológico el control completo de sus futuros hijos.

Bueno ... nada que ver.

Los roles no se invirtieron porque yo sigo obedeciendo; solo que en vez de acatar ordenes de mis padres, recibo directivas de mis tres hijos.

Sigo cambiando los canales de todos los televisores que tengo. Pido permiso para usar el teléfono de casa y solo voy adelante cuando manejo yo (ya lo dije esto último ¿no?). No puedo participar de las conversaciones entre mis dos hijas .... ¡son cosas de chicas papá, sorry .... pero no te podemos contar!

Las familias, modernas si se quiere (a mi me gustaban mas las antiguas) son como las empresas. Uno tiene que legitimar su puesto de padre; no alcanza con la oficina y el cartelito. El título solo no te sirve. A ver si a mi se me iba a ocurrir decir: Papá ... tenés que ser más cool ...

Me comía un mamporro en la cabeza que no decía cool ni cuando hacía frío en la clase de inglés.
De alguna manera estamos todos, hijos y padres, de igual a igual en calidad y cantidad de votos (en realidad peor; porque ellos son 3 y nosotros 2). Las directivas que uno imparte, en su mal llamado rol de “jefe” de familia, deben ser consensuadas y acordadas. Me rió de pensar que hubiese dicho mi viejo si le decía que, a mi hermana y a mi, no nos gustaba ir a Mar del Plata. O .... no vayamos a cenar a la Costanera, mejor vamos al Globo Rojo porque hay un tobogán.

Independientemente de comentarios simpáticos o frases tiradas de los pelos, creo que la paternidad de hoy es pura persuasión. Las imposiciones no corren y la autoridad no legitimada es propia de un tiempo que ya no existe más.

Siempre habrá algún gil por ahí, que se mofe y te diga: Persuadir ... Consensuar. Cuando yo tenga hijos, los voy a tener cortitos .... a mi no me van a manejar la vida. No sé como les das tantas libertades. No sé como dejás que decidan por vos.

Son los mismos que dejan que sus propios chicos les tiren piedras a los perros, no digan gracias, ni hola ni chau; e insulten a la pobre mujer que trabaja dentro de su propia casa.

(*) Nota del autor: Patada: En Argentina sinónimo de descarga eléctrica
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