lunes, 27 de julio de 2009

Baños raros, rarísimos.

En este país donde todo es mas grande de lo normal, los baños públicos no son la excepción. Es rarísimo, aun eventos de altísima concurrencia, que uno tenga que esperar su turno de cara a sus necesidades mas primarias. Siempre hay espacio, porque lugar es lo que sobra.

Y llama la atención. No por el espacio o la comodidad, pero uno, de alguna manera, viene con el cassette puesto y asume que palabras como toilette, reservado y privado se refieren a espacios manejables, chicos, acogedores y hasta íntimos. Una ecuación simple de privacidad donde uno se siente, de algún modo, protegido por cuatro paredes cercanas y una puerta y paredes que suelen llegar desde el techo hasta el piso.

El baño aquí es público en todo el sentido de la palabra. Uno nunca puede estar solo, o mucho menos sentirse contenido, en un toilette, tamaño depósito, al que se entra por un pasillo curvo que ni siquiera tiene puerta. Donde los supuestos “reservados” están divididos por paneles flotantes abiertos por todos lados. He visto gente charlar de baño a baño, como si estuviesen en un aeropuerto o en la sala de espera de un dentista .... De locos !

Directamente, es una experiencia comunitaria donde parece que uno va al baño en grupo como las chicas; y en donde, si sos medianamente púdico, es mejor que te aguantes las ganas hasta llegar a tu casa.

25 puertas que traban, abren y se cierran al ritmo de desagües automáticos, maquinas secamanos y canillas de corte por tiempo, pueden llegar a ser un gran escollo para aquellos con algún reparo. Pero evidentemente el pudor y la vergüenza parecen ser privativos de nuestra cultura latina; de otra manera no se explica como a esta gente, directamente, no le importe nada.

Veo todos los días gente que entra al baño con el celular en la mano y se sienta como si estuviese en un banco de la plaza al sol. Charla con los hijos, con amigos o con la mujer entre gente, revistas, ruidos y olores, como si nada; y encima, cuando corta, le dice .... si, si, mi linda .... yo también te extraño.

Si estas en un mingitorio, y justo te toca al lado uno de esos mersas que tienen el aparato bluetooth metido en la oreja, te cuesta darte cuenta que el tipo no esta hablando con vos cuando dice: “hola, como te va?” y vos decís “bien gracias” como un salame.

El otro día justo me pasó eso con uno. Pensé que me saludaba a mi (acá todo el mundo te dice hola aunque no tenga ni idea de quien sos) y en realidad atendía con el aparatito que, obviamente, tenía del lado que yo no veía. Me costo darme cuenta que no era a mi al que le hablaba por que arrancó: Hola que tal ? .... bien, bien le digo y vos? .... acá con la familia, dice el tipo. Vinimos a hacer unas compras para los chicos. Si, si ... nosotros también .... y el tipo dice ... si mi amor .... yo también te quiero.

En fin ... evidentemente no era para mi.

Mucho peor fue lo del otro día en el cine. Fui con mi hija mayor a ver un estreno que ella esperaba hace bastante. Llegamos temprano y compramos de todo. Caramelos, nachos, popcorn y una Coca para cada uno de esas que tienen como un litro.

Como la película era larga, me había tomado toda la Coca y, además, no quería dejar a mi hija sola durante el show, aguante hasta el final. Al parecer a todos les pasó lo mismo, porque había cola en el baño cuando salimos. Me quería matar. Esperé como pude y, en una jugada maestra, me colé 10 lugares amparado, solamente, en mi imperiosa necesidad.

Capturé sin mirar un mingitorio central que justo se liberaba y en el que estuve un largo rato por razones obvias. Al tiempo vi pegadito, por el rabillo del ojo, a un tipo que leía un libro chiquito al compás de su propia “liberación”. Raro, pensé; pero no le di mayor importancia. A la larga, leer, no es algo tan anormal en inmediaciones sanitarias y, si bien este no era el lugar mas habitual, tampoco era una herejía.

Mi permanencia se prolongaba y el tipo, que al parecer ya estaba ahí cuando yo llegué, no se iba.

Terminé lo mio, y seguía.

Me lavé las manos, me las sequé ..... y seguía.

Como había dejado el ticket del estacionamiento, justo sobre el mingitorio, volví sobre mis pasos a buscarlo. No había nadie en mi lugar, pero el tipo seguía ahí.

Invadido por la curiosidad, asombrado de la eterna evacuación, extraña en un tipo de más de 60 y, extremadamente seguro de mi sexualidad, miré para comprobar que el buen hombre, efectivamente, siguiera orinando.

Muy desprejuiciado, sin manos y ya sin hacer nada, el tipo seguía ahí leyendo su libro ....

Me miró como si nada y, con un poco de vergüenza, salí riéndome solo.
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