lunes, 20 de julio de 2009

Los grasas se divierten más

Por siglos la realeza inglesa ha representado el cenit del status social mundial. Su historia ancestral y la fortaleza económica de su corona han llenado las paginas sociales de revistas desde que la prensa amarilla existe como tal. Los hemos visto en infinidades de galas benéficas, en cacerías de zorros, en partidos de criquet, jugando al polo y asistiendo a todas las bodas y coronaciones de su pares reales.

Lo estricto de su protocolo y las demandas propias de su status social hacen que su esparcimiento sea, no solo extremadamente lujoso, sino limitado y muchas veces hasta aburrido. No hay entretenimiento que no este ligado a sus obligaciones monárquicas y perder la linea nunca es una opción. Finales súper acartonadas de Wimbledon, a pleno sol, donde no se puede ni siquiera transpirar, conciertos en estadios de riguroso traje y corbata y troupes de guardias, asistentes y consejeros hasta para ir a tomar un helado.

Han sido, quizás, fotografiados, in fraganti alguna vez, en un yacht enorme en las costas de Saint Tropez, Portofino o Marbella, pero nunca fuera de lugar, con el cuerpo muy descubierto o en situaciones avergonzantes. Algún paparazzi avezado ha podido lograr fotos algo mas escandalosas, es cierto. Pero han sido a distancia y con objetivos tan grandes que bien los fotografiados podrían, tranquilamente, haber sido otros.

La realeza toda, en definitiva, no puede, muy a pesar de su omnipotencia ancestral “disfrutar” del entretenimiento vulgar disponible, en el mundo entero, para todos nosotros plebeyos. Me cuesta imaginármelo, al príncipe Carlos de Gales, en los mismos toboganes de agua que estuve el sábado pasado, poniéndose bronceador “en cuero” en un estacionamiento a pleno sol; y es aquí donde comienza esta historia, casi, sobrenatural.

Los parques de agua, en general, son la máxima expresión del entretenimiento popular. Sus cualidades de parque de entretenimientos masivo, sumadas al derecho de andar en bolas por todas las atracciones del parque, nos ponen a todos en una situación de confianza tan extrema que, literalmente, “desnuda” las inhibiciones de propios y ajenos.

De arranque todo el mundo entra al parque con lo menos posible porque todo se moja, se puede perder y no se puede dejar en ningún lado. Familias enteras de torsos desnudos con tanto protector solar que quedan todos blancos, colas con mas pozos que el camino de cintura y rollos sin ningún tapujo caminan juntos en busca de tickets de entrada y cupones de descuento.

Mas allá de algún contacto entre tu espalda y la panza de alguno en la cola para entrar, digamos que el tema no pasa mayores. La escena luego se repite todo el día porque, cada uno de los toboganes, supone una espera en una fila al sol. Brazos, piernas, espaldas y panzas "chivadas" comparten contactos ocasionales que suelen no ser intencionales. (*)

Nuestra primer atracción fue un río circular, de leve corriente, donde uno navega en un salvavidas gigante. Lo mejor que te puede pasar es no ver al usuario previo de tu salvavidas porque sino, directamente, no subís. Aun así, vaya uno a saber quien lo usó y que hizo .... pero bueno; ya estás jugado. El río corre, los salvavidas avanzan y el contacto corporal se repite, pero digamos que, al menos, el agua “todo lo lava y purifica”.

Salimos de ahí hacia nuestro primer tobogán. Subí la escalera rápido haciendo un esfuerzo sobrenatural por no mirar la cola de la que venía justo delante. Una experiencia que podría haber resultado satisfactoria si Kate Moss hubiese estado en el parque conmigo. Como obviamente no fue, me tocó una gorda increíble con la remera mojada y toda pegada que usaba para no quemarse. La verdad le estaba poniendo garra al tema porque, aparte de los kilos, la celulitis y el sol, subía con bastante agilidad. Se me acabó la ternura cuando casi me aplasta en la pileta de salida como si fuese la ballena de Sea World.

Ví de todo. Tipos con peluca que no se la querían mojar, dos salames intentando tirar a un bebé de 9 meses por el tobogán, y una señora con jogging rojo mojado y corpiño beige caminando como si nada.

Familias enteras con el mismo tatuaje, miles de aros en ombligos gordos y un pibe que había tomado sol con la misma musculosa durante tres días seguidos .... parecía que tenía tatuada la malla de Ruben Peucelle! (*)

Los toboganes altos tenían límite de altura para lo mas chicos; y de peso, para los excedidos. Vi por lo menos cinco gordos a los que le bajaron el pulgar. Límite máximo: 125 kilos !!!!!

Comimos unas hamburguesas al medio día y la escena de la panza, la espalda y el contacto se repitió nuevamente. No les cuento de los baños ... porque no vale la pena.

A la tarde encontramos unos toboganes para chicos donde corrimos carreras y nos tiramos un millón de veces sin pensar en las cositas regaladas de la pileta de caída y nos divertimos de verdad. Pensé nuevamente en la familia real y supe, que mi condición de plebeyo, me estaba dando ventaja. Nos tiramos todos contra todos, una y mil veces, y fue sensacional.

Como el tiempo amenazaba y las nubes se ponían negras, el parque cerró algo más temprano de lo normal y nos volvimos a vestir rápido en el medio del parking. (ya habíamos perdido todos los prejuicios)

La verdad la pasamos súper y nos seguíamos riendo durante todo el viaje de vuelta ... Me acordé de Carlos de Gales y de toda la estructura de la familia real. Pasa que a veces las cosas mas divertidas, suelen no ser tan top.



(*)
Chivado: sinónimo de transpirado.

Rubén Peucelle: Ídolo infantil argentino de "Titanes en el Ring". Programa televisivo de lucha de los años setenta.



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