domingo, 30 de agosto de 2009

El anfitrión

¿Por qué no seguimos conversando en el almuerzo? ¿tenían algo previsto? Dijo el "anfitrión" luego de mas de tres horas de reunión.

Bueno, yo había hecho una reserva en un restaurante acá cerquita, pero la suspendo, no es problema; dije tímido resignando gusto por conveniencia.

Perfecto, dijo sonriendo con la determinación de los sabios. Los invito, entonces, a un restaurante de pescado que les va a encantar.

Habíamos estado toda la mañana en la oficina del gordo que nos agasajaba, revisando un negocio nuevo y la verdad que, mas allá de alguna desinteligencia de horario y un poco de pedantería inicial, todo había resultado, mas o menos, como esperado.

Arrancamos nomás para el almuerzo bajo un sol imponente porque nuestro “anfitrión” prefería caminar; pero como el día estaba lindo y el boliche pintaba bien, decidí dejarla correr para no ser yo el complicado.

Como éramos cinco, nos sentaron en una mesa redonda del fondo y, luego del ¿agua con gas o sin gas? "de rigueur", el "anfitrión" comenzó con el show.
¡Qué faena! Manejaba la mesa como un experto y, como era aparentemente habitué del establecimiento, los camareros solo tenían ojos para el. Me relajé con el menú que pedía y la verdad me sentí a gusto. El proyecto marchaba sobre ruedas y el gordo, al que había prejuzgado en mas de una oportunidad, se estaba portando como un verdadero caballero.

Pidió ostras de los 7 mares del mundo, solo para agasajarnos y nos contó, con el entusiasmo del que entiende de verdad, las cualidades de todos y cada uno de los moluscos (que, cabe destacar, solo le gustaban a el)

Me pareció que pedir una botella de vino para la mesa era un abuso, visto que el gordo invitaba; así que me contenté con una copa de vino berreta de la casa y agua "regular", un poco para no abusar de "tanta generosidad".

El gordo lideraba la charla y, de paso, ayudaba con la elección de algunos de los platos principales ¡Que bien sugería! Como no escatimaba en gastos, ningún plato le quedo por debajo de los 40 dólares.

Ya con el café, nos dio una clase magistral del mercado inmobiliario de Miami y promovió una próxima reunión en cualquier ciudad del mundo donde el destino nos encuentre ¡que embajador!

Llegó finalmente la cuenta y el mozo, que no me había dado ni la hora, intentó dejarla en mi lado derecho. Tratando de ser lo mas disimulado posible, le señale en dirección del gordo. El tipo no entendió, o estaba arreglado con el otro ... no se. El caso es que me la dejó igual.

Como "el anfitrión" ni intentaba pagar y seguía contando como hacia para escaparse de su mujer en los viajes de negocios, no me quedó mas remedio que sacar la tarjeta y buscar al mozo, cuando escucho al salame este que dice:

Dime ... refiriéndose a uno de mis clientes, .... Javier ... ¿quien es?
¿Cómo que quien es? ... El broker.
Ah si si, por supuesto ... ¿de la compañía esa de los hippies, verdad? ... ¿Tu trabajas ahí? Y me miró como con cara de nada.

Yo ya estaba para darle vuelta la mesa en la cabeza y meterle los caparazones de las ostras, de a uno, en la boca, pero pude mantener la línea.

No, no; yo no trabajo "ahí"... Soy el dueño de la compañía. (casi me parto el labio de tanto morderme para no matarlo)

¿No te acordás, agregué, con la mejor de las composturas, mientras le cargaba el 18% de propina a la cuenta que tenia que pagar el, que te invité al cocktail de los 10 años de mi empresa?

Bueno, pero nunca me has dado tu tarjeta, dijo como intentado justificarse.

Opté por la despedida elegante e indiferente, mas que nada por su salud; pero le dije cuando me iba: Chau Campeón ... espero que la próxima vez que te pague te acuerdes bien quien soy.
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