Y nosotros, que de chicos éramos bastante malcriados y caprichosos, nunca podíamos ser menos que los demás. Tampoco cortarnos el pelo en cualquier lado. Una tijera de más, la maquina mal pasada o las patillas muy cortas ponían en juego tres meses de verano.
Nos convencimos entre todos, y un jueves a la tarde, aparecimos en una peluquería cara y bastante top, que creo todavía está en la esquina de Callao y Melo.
Recién aparecían los salones unisex (quisiera poner otra palabra, pero juro que no la encuentro) y los sillones alternaban chicas, chicos y señoras paquetas dispuestos a gastar un dineral. Recuerdo que me sorprendió la cantidad de gente que trabajaba.
Dos peluqueros españoles, que aparentemente eran los dueños, se la pasaban entrenando y explicando todo lo que sabían a un grupo joven, que prometía, de chicos argentinos. Los gallegos iban y venían controlando todo, todo el tiempo.
-Ten cuidado con esa tijera, no uses tanto gel. La cosa parecía funcionar bien aceitada.
Estuvimos yendo casi un año. Una tarde cualquiera, uno de los argentinos que cortaba bastante bien me dice:
- Javier, no se si sabías, justo el otro día le comenté a Daniel, tu amigo. Junto con otros dos peluqueros de acá vamos a abrir otra peluquería, igual a esta. Pensamos llevarnos todos los clientes que podamos cobrando la mitad.
- ¿Y los gallegos que dicen?
- Nada. No saben nada. Que no se te escape.
- No, no tranquilo. Pero ¿por qué se van?
- Sabés que pasa. Acá la guita se la llevan toda ellos y nosotros trabajamos por dos pesos.
- Mirá, yo no entiendo nada ¿Pero no son ellos los que pusieron la guita?
- Bueno si, pero nosotros trabajamos todo el día y ellos manejan las relaciones públicas. Además, ya aprendimos todo. Nos vamos a hacer echar, cobramos la indemnización y, a la semana, abrimos nuestro propio negocio con la guita que ellos nos dan.
Me acuerdo que nosotros también cambiamos sin darle mucha importancia a la cosa. Era más barato. Y a esa altura, barato y “lo mismo” era lo único importante.
Y la verdad que nunca pensé en que opinarían los gallegos. Al fin de cuentas, ellos habían arriesgado su dinero, su tiempo y su conocimiento para formar verdaderos traidores.
Y pienso en ellos hoy porque a nosotros, hace poco más de 6 meses, nos pasó mas o menos lo mismo.
Recuerdo que al poco tiempo de haber cambiado de peluquería uno de los nuevos“empresarios” me dijo:
- Javier, ¿te acordás de los dos chicos que trabajan con nosotros a la tarde?
- Si ¿qué pasó?
- ¿Podés creer que descubrimos que abrieron otra peluquería acá la vuelta y que estaban faltando para hacerse echar?
Cerraron pocos meses mas tarde.