Los diarios mostraban complicaciones, internaciones y hasta muertes. La palabra pandemia empezó a aparecer como nunca antes y, al ritmo de alcohol en gel, barbijos y aislamiento, la paranoia generalizada comenzó a vivir en todos nosotros.
La enfermedad se movió al sur con bastante intensidad y, aunque sin tantas víctimas y complicaciones como al principio, el Tamiflu parecía ser la droga mas deseada en todo el mundo occidental.
El invierno pasó a ser primavera y el virus dejo de pelear, al menos por esas tierras. Y la misma locura que vivía entre mis compatriotas, volvió por estos lares ante el advenimiento de la temporada invernal. Es cierto que Miami y su verano eterno, la protegen de las enfermedades propias del invierno; pero, de todos modos, los casos, aunque pocos, nos tocaban cada vez más de cerca.
Por suerte para todos los que andamos por acá, la distribución de vacunas fue mas rápida de lo esperado y, desde hace ya casi un mes, están disponibles en cualquier centro asistencial. Son gratuitas para aquellos que trabajan en la sanidad, los chicos sin recursos y las personas de edad. Todos aquellos que como yo sufrimos de paranoia, que en castellano común puede simplificarse con la palabra “miedo”, tuvimos que pagar U$S 50 para poder estar “protegidos”.
En realidad son dos vacunas. Una que abarca la gripe estacional y otra, especifica, solo contra el virus H1N1. En definitiva U$S 50 para una, y U$S 50 para la otra.
No hace falta aclarar que, muy a pesar de mi reticencia a los consultorios, todos, nos dimos ambas dosis. U$S 500 ... plin ... caja.
La semana pasada estuve con mi familia en Buenos Aires. Una maratón de afectos y celebraciones de cinco días que, seguramente, será la base de otro post; pero que nada tiene que ver con la gripe, las vacunas, la paranoia ni sus afecciones.
Lo cierto es que el avión de American salió puntual cerca de las 11.30 pm el pasado martes. Y aunque el vuelo fue bárbaro desde lo estrictamente técnico, el aire estaba en 12 grados Celsius.
Resumen. Familia de cinco, cuatro enfermos. Estoy tranquilo. Mis vacunas de U$S 50, cada una, me protegen de todo mal. Tengo de todo menos fiebre, me tiemblan las piernas de solo sostener la computadora con la que escribo este relato, y juro que no me enfermaba desde junio de 2005.
Todavía tengo fresca la conversación que mantuve con el médico de mis hijos cuando fuimos en busca del “antídoto”.
- Yo les recomiendo que se den las dos ... todos, me dijo con la convicción del que sabe.
- ¿Pero es necesario? le pregunte con la ingenuidad del cliente que siempre compra.
- Si, si. La H1N1 es básica y la otra siempre viene bien.
Vino la enfermera y, de a uno, nos vacunó a todos.
- ¿Y vos ya te las diste? le pregunté al doctor cuando me iba.
- No, no. ¿Para qué? ... yo nunca, en 30 años de profesión, me vacuné contra la gripe.