Héroes, villanos, payasos y monstruos conviven en una noche única. Ricos vestidos de pobres, pobres vestidos de ricos, negros, blancos, bomberos sin agua, policías falsos y damas de compañía, todos parecen tener un lugar.
Y es que la original noche de brujas, de vampiros y de espectros, se ha convertido con los años, en un reguero de disfraces multicolor. Una suerte de carnaval, pero “a la americana”; mas prolijo y organizado pero, sin lugar a dudas, una gran fiesta popular.
Diversión multitudinaria que nada entiende de fronteras sociales o económicas, y donde todos, de alguna u otra manera, festejan y ríen juntos, sin que nada importe, aunque sea por un solo día.
Casi idéntica a la original “Fiesta” de Machado:
Hoy el noble y el villano,
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha.
Juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
magreando a una muchacha.
Nuestros hijos son portadores de esta tradición y disfrutan, quizás como nadie, la representación de sus propios héroes infantiles. Y es hasta lógico. Con o sin Halloween, en carnavales, o aún en la fiesta mas simple, todos los chicos del mundo siempre se han disfrazado del personaje popular de turno o de aquel que anhelaban ser.
He visto todo: Meteoro, Piluso, Batman, La Pantera Rosa, Mickey o los Power Rangers; pero nunca vi a un chico disfrazado de gángster; mucho menos de asesino.
Y es que con los adultos la celebración adquiere otro cariz. Los disfraces paradójicamente “desnudan” las verdaderas identidades y muestran, clara, el alma malintencionada de todos y cada uno.
Matones a sueldo, policías corruptos, narcotraficantes, tímidos con actitud, monjas con minifalda y medias de red. Ostentosos de habanos, trajes rojos y joyas, gorilas, Michael Jacksons, Travoltas y alguna que otra Marylin Monroe.
Chicos de chicas, chicas de chicos, flacos de gordos y pelados con peluca.
Todos jugando ser algo que no son ... o que quieren ser. La verdad, no lo se.