lunes, 30 de noviembre de 2009

Los Gonzalez-Ferguson y el vendedor de ilusiones

Nunca voy a entender porque la gente se empecina en ser parte de la realeza. Sueñan con tiempos de gloria inexistentes, árboles genealógicos de miles de ramas y la ilusión de haber sido dueños, al menos por sangre, de grandes extensiones de tierra en el corazón de Europa. Tienen la necesidad íntima de creer, que un antepasado distraído en algún año perdido en medio del siglo XV, confundió algunas letras del apellido que hoy portan y la línea familiar, dueña de un imperio, millonaria y gloriosa, quedo pérdida en un laberinto de papiros y libros viejos en alguna biblioteca medieval que hoy, obviamente, ya no existe.

Mi tía Eleonora es Condesa en realidad - te dicen en confidencia ... lo que pasa que la línea sanguínea se perdió en el siglo XVII cuando su tatarabuelo llego a Salerno. Eran dueños del astillero más importante del mediterráneo. Como en ese momento no había documentos como ahora, ¡podés creer que se confundieron!. Te digo una cosa querido .... si no hubiese sido por el oficial de inscripción del registro italiano, que los anotó mal, ahora la tía sería la dueña de media Italia, ¡de media Europa!

Lo peor de todo es que, en la mayoría de los casos, las historias que cuentan suelen no ser ciertas. Un cuento viejo, que pasó de generación en generación y que, en una suerte de teléfono descompuesto, les llego distorsionado solo que para el lado de la ilusión. Y la ilusión, mezcla rara de fe y deseo, es quizás mas fuerte que la propia realidad. Es pura, simple y no entiende de vicios. Puede ser moldeable; es extremadamente susceptible a las sugerencias y hasta puede ser cambiada a voluntad.

Y como alguna vez hubo magos, ilusionistas, gitanos, tarotistas, y hasta oráculos, de esos con la bola de cristal y todo, ahora aparecen estos nuevos vendedores de ilusiones. Son los magos de hoy, gitanos tecnológicos, investigadores falsos que, munidos de PC online, encienden la llama de la ilusión en forma de librito berreta a color.

Diseñan escudos de armas, construyen historias y atan ramas genealógicas inexistentes simplemente con la información que uno mismo les provee. Y como existe la necesidad imperiosa de creer, la gente solo cree. Hacen un cuadrito con el escudo de armas y lo cuelgan en la cocina. Ponen el librito en la mesa del living y le recomiendan, a todo el que quiera oir, la busqueda de su propio pasado real.

En otros tiempos los oráculos, al menos, tomaban riesgos. Pronosticaban desgracias, predecían futuros desgarradores y sin riqueza. Estos mequetrefes solo se limitan a narrar historias pomposas, gloriosas y de esplendor. Y como no es delito alimentar la ilusión, mucho menos relacionar a la familia Scordamaglia con los Grimaldi a través del tío de un primo del tatarabuelo del hermano de Grace Kelly, los vendedores de ilusiones, oráculos de hoy, entrepeneurs de la adivinanza y la mentira, han logrado armar un gran negocio.
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