viernes, 8 de enero de 2010

El Capitán Beto

Me siento, por fin, en el asiento 28 H, mientras miro donde acomodar manta, almohada, bolso y mochila. Por suerte somos casi los últimos en abordar y ya todos están sentados en sus lugares. Las azafatas recorren los pasillos ordenando al pasaje, por última vez, antes del despegue. - Por favor señor ... el respaldo derecho; - Señora, no olvide ajustar su cinturón, - querido, ese bolso debajo de tu asiento.

El gordo de adelante, en lucha cuerpo a cuerpo contra los apoyabrazos, logra finalmente sentarse. - Apagá el ipod, Luciana, le dice a su hija; luego pelea con su mujer por tanto equipaje de mano ¡Harto me tenés con tanta cosa!.

Los chicos chiquitos lloran, las madres, incomodas, no saben como hacer para que se calmen. Las pantallas explican como ponerse la mascara en caso de descompresión y yo trato de distraer a mi hija para que no se preocupe mostrándole una pavada que venden en una revista. Mucha atención no me presta.

Entonces el 767 carretea fuerte y cientos de persignaciones se suceden casi mecánicamente, mas por cábala que por verdadera fe. Los motores rugen en la noche porteña y el jet se eleva limpio y al norte justo a la hora programada. Tratando de mantenerme calmo reclino el respaldo un poco y miro, por enésima vez, mi reloj que parece estar clavado siempre en el mismo lugar.

Las luces de Buenos Aires se multiplican desde mi ventana y el avión se sacude un poco. Intranquilo y ansioso espero las palabras del capitán. Siempre espero por su voz. De alguna manera su convicción al hablar, la descripción de la ruta a seguir, las condiciones del tiempo o simplemente su saludo, me hacen sentir algo mas seguro. Una suerte de garantía de que todo saldrá bien.

- Muy buenas noches damas y caballeros, arranca con inconfundible acento porteño casi como sobrando la situación - Les habla el comandante Alberto Sepaquercia. En nombre de LAN Argentina, y de “mi” tripulación, les doy la bienvenida al vuelo 4520 con destino a la ciudad de Miami. Nuestro tiempo de vuelo será de 8 horas, 8 minutos y 56 segundos.

Nunca voy a entender el porque de esa precisión estúpida, pero sigo escuchando otorgándole el beneficio de la duda. A la larga, a mi, lo único que me importa es que no haya turbulencia.

- Les anticipo un vuelo excelente, amigos. El tiempo, en toda la ruta, no puede ser mejor. Apagaré, desde ahora y hasta nuestro descenso, la señal de cinturones. Les sugiero, sin embargo, que lo usen mientras estén en sus asientos. Dijo alguna pavada mas, pero yo ya había escuchado lo suficiente. Recliné por completo el asiento (3 centímetros mas) y respiré confiado por primera vez en todo la noche.

- Que bien Beto ¿no? le dije a mi mujer.
- ¿Quién es Beto?
- El Capitán.
- Que ¿lo conocés?
- No, no. Por lo que dijo de la ruta te digo ...

Me miro en silencio, con compasión, y siguió leyendo una revista. Después vino la cena, vino, postre, café y me dormí casi como en mi propia casa.

Me desperté sobresaltado por la turbulencia. El aviso de cinturones recién se encendía y las azafatas corrían a sus asientos sorprendidas por el sacudón inesperado. Asustado, aseguré el cinturón de mi hijo chiquito, mientras mi mujer tranquilizaba a mi hija mayor. El jet se sacudía en el medio de una tormenta justo al noroeste de Brasil. “Rio Branco” rezaba el GPS frente a mi.

No duró tanto, unos veinte minutos que para mi fueron cuatro horas. No me volví a dormir. La señal se apagó al rato, pero ya no pude relajarme como al principio.

Beto no habló mas, ni siquiera para avisar que habíamos iniciado el descenso. Tanto es así que la tripulación volvió a correr a sus asientos justo cuando nos disponíamos a aterrizar.

Sigo muy enojado con Beto. Me hubiese gustado conocerlo, mirarlo a la cara y saludarlo cuando bajaba del avión, pero ni siquiera salió de la cabina. No lo vi ni en migraciones, ni en el reclamo de equipajes, mucho menos a la salida del aeropuerto junto con el resto de “su” tripulación.

Me hubiese gustado presentarme y preguntarle: - Decime una cosa Beto, me podés decir para que hablás ....



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