martes, 3 de agosto de 2010

El Color del Cristal

Desayuno solo, en la barra del Tinta y Café, al reparo del sol que, practicamente, derrite la calle. ¡Por Dios, qué calor! Ni siquiera son las 9 y el termómetro ya marca 32.

Los primeros días de agosto en Miami, son muy parecidos a los febreros de Buenos Aires. De a poco la gente vuelve de las vacaciones, pero el verano, que se adueña de la ciudad, tira por tierra las ganas de trabajar y anima a estirar el descanso.

Siempre me gustaron estos bares chiquitos llenos de gente donde todos se saludan aun sin conocerse mucho. Me gustan, aunque haya que esperar 25 minutos para pedir un cafe con leche. Metropolitanos, cosmopolitas y con vida propia, me hacen acordar, un poco, a los cafés de las grandes ciudades del mundo; donde los mozos saben de todo y son confidentes silenciosos de sus clientes.

Crisoles simpáticos y curiosos, donde policías de uniforme, e inspectores de homicidios por igual, comparten mesa y pagan por lo que comen. Donde cubanos y colombianos discuten a los gritos de un basquet de NBA culturalmente adquirido en un spanglish que solo ellos comprenden; mientras una familia de japoneses, que nada entiende del menú, los mira como si fuesen de otro planeta. Hay también un par de gordas que, aunque vestidas de deporte, no llegarán nunca al gimnasio; y una mesa de gente eterna que, pase lo que pase y a la hora que sea, siempre estarán ahí.

“Oye como va” de Tito Puente suena fuerte ahí por el fondo y levanta el ánimo de la mañana. Pastelitos de queso, huevos revueltos, croquetas y tostadas con manteca, van y vienen mientras yo me conformo con pan integral, Splenda y leche 2% por haber comido de mas casi todo el mes.

Los titulares de los diarios, repartidos por las mesas, resaltan fuerte la reciente sanción, vedada, de la nueva ley de inmigración promulgada por el estado de Arizona.


Con fuego cruzado y desafiando prácticamente a todo el establishment federal, el estado del sur ha sancionado una de las leyes inmigratorias mas polémicas de las que este país tenga memoria.

Sus lineamientos principales, antes de recortes impuestos, permitían, a cualquier oficial policial, verificar la condición de permanencia legal en el país de cualquier individuo, subjetivamente, sospechado ilegal.

Esta modalidad de control, que sería exclusiva de este estado, solo estaba reservada a oficiales de inmigración federales. La pretensión estatal no hace mas que sacudir las entrañas mismas de Capitol Hill, quien deberá apurar la búsqueda de una pendiente y necesaria solución al creciente problema inmigratorio.

Luego de casi nueve años, uno comienza a sentirse parte, al menos desde las noticias, de la vida política y social de un país. Mis hijos crecen en este suelo, hecho a base de inmigrantes, bajo esta bandera que, mal que les pese a muchos, es símbolo de integración, progreso y libertad, quizás como ningún otro estado del planeta. Aunque, confieso, esta ley me ha tomado un poco de sorpresa.

Comprendo tal vez, porque muy probablemente mi opinión sería otra de continuar viviendo en la Argentina y ante un problema inmigratorio local. Pero como esta polémica me deja mas cerca de la otra vereda, la sensación repercute en forma diferente.

No interpreto la ley, ni la evalúo; no es el propósito de este post. Solo resaltar como la balanza puede inclinarse, a uno u otro lado, dependiendo del lugar que uno ocupe en la sociedad.

Por años, he sido (y continúo siendo aun sin residir) ciudadano de un estado soberano con todos sus derechos y galardones. Solía mirar desde lo alto al resto de la región Sudamericana, en manifiesta e infundada arrogancia. Hoy en cambio, me toca ser "residente inmigrante", parte de la primera minoría de un país.

No juzgo a nadie. Mucho menos analizo la viabilidad de esta u otras leyes. Carezco de la información para interpretar problemas de tamaña magnitud. Solo destaco que, en este caso, como en todos los casos del mundo, la objetividad y la convicción, a la hora de emitir una opinión, dependen solo de las circunstancias.

En última instancia, del color del cristal con el que se mire.
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