Eran épocas de walkmans amarillos, cassettes de cromo y discos de pasta cuando mi vieja me obligó a ir a un curso de computación en el edificio IBM; corría el verano de 1982. Me acuerdo como si fuera hoy. Cinco “nerds” de anteojos, camisa a cuadros de manga corta y raya al costado peinada con agua, explicaban como mover una tortuga digital, de derecha a izquierda y de arriba hacia abajo, a una clase de 20 salames como yo.
La tortuga no era mas que un rectángulo pixelado azul que se movía cuando escribían: 2 lugares para allá, o 4 para el otro lado. Una pavada total que, obviamente, nunca evolucionó como programa y que me hizo odiar las computadoras hasta que, sencillamente, no hubo mas remedio.
Siempre me acuerdo de los nerds, y la semana perdida de aquel verano, pero algo cambió; algo tiene que haber cambiado.
Hace ya bastante que me la paso arreglando, ordenando, limpiando y sincronizando computadoras propias y ajenas. Lleno de música los iPods de mis hijos, de mis amigos y de las amigas de mi mujer. Desbloqueo cualquier iPhone que se me cruce, desde los viejitos hasta el “4” que salió hace menos de dos meses.
Se perfectamente que es un servidor nube y para que sirve. Por que “la web2” no es lo mismo que la web común, y como sincronizar una libreta de direcciones, sin perder ni un solo número, en cinco lugares a la vez y en tiempo real.
Me precio de entender y disfruto el desafío cuando el lío es grande. Confieso que muchas veces me quejo y me hago el enojado pero, a la larga, me gusta y me divierte.
Pero independientemente del ego, y mas allá de la satisfacción propia de un momento, me mantiene vivo el miedo a no entender absolutamente nada alguna vez. A que llegue un día fatídico en el que me convierta en esos que usan el iPhone solo para hablar por teléfono - ¿En serio tiene video? te juro que no sabía. Y convertirme, tristemente, en una de esas personas que piensan que la computadora explota si la conecto sin transformador.
Por mucho que me esfuerce, por más que lea y lea, arregle y sincronice, llegará el día en el que no entienda nada de nada y simplemente me maraville por el avance de la tecnología. Llegará el momento en que no sepa cuando tengo que cambiar mi propia computadora, mi teléfono, mi Ipod de ese momento. Llegará el día en el que llame a mis hijos para que me arreglen las cosas.
Si tuviese que hacer una analogía, diría que soy como una Commodore 128. Parte de la primera generación de computadoras. Pude reinvetarme y aprender, pero me estoy quedando corto de memoria, de disco, de procesador, de velocidad.
Lo veo en mi hijo mas chico. Recién tiene 3 y graba favoritos en YouTube para poder verlos al día siguiente. Seguro sus hijos hacen lo mismo, es obvio, el mío no es ningún genio.
A nosotros nos mostraban cuadrados y nos decían que eran tortugas, ellos nos muestran el mundo que viene a través de una pantalla touch de un millón de colores que, por ahora, podemos entender.
Lo bueno, quizás lo mejor de toda esta historia, es que lo que vendrá será increíble. Y mucho más para nosotros; los que no lo podamos entender.
jueves, 2 de septiembre de 2010
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