viernes, 13 de mayo de 2011

Te quise tanto

De chiquito creía que el mundo entero no era mas que un rejunte cultural de estereotipos. Que las características y las costumbres de una persona no estaban definidas por su formación, su familia y su educación, sino, simplemente, por su nacionalidad. Creía en una suerte de ADN geográfico. Un puñado de usos y costumbres solo sostenidos por la caprichosa ubicación en un mapa.

Desde mi inocente, adolescente - y por que no hueca - perspectiva no había nadie mas educado que un inglés. Los franceses, por su parte, eran portadores de un gen glamoroso y a la vez chic. Y los alemanes, como Escandinavia toda, fríos, borrachos y desalmados.

Creía también, como creen todavía muchos de mis compatriotas ya mayorcitos, que mi sola argentinidad - supuesta heredera de un glamour europeo que nunca existió - me ubicaba por encima del resto de toda América latina; sentimiento del que aun me avergüenzo y que bien podría ser causal de muchos de los males que hoy sufre mi país. Pero ese ya es un problema en si mismo y nada tiene que ver con la línea argumental de este post.

Por suerte con los años, de a poco, y a los golpes descubrí que la cosa pasaba por otro lado. Pero muy a pesar de la experiencia y la madurez, esa que dicen otros que tengo y que todavía no descubro, siempre mantuve una creencia algo mística respecto de los italianos. Para mi los tanos siempre fueron un capítulo aparte. Una logia única, una cofradía inalcanzable.

Sofía Loren, Mastroianni, gli azzurri, Armani, Agnelli, Ferrari y ... la increíble Mónica Bellucci, siempre fueron fuoriclasse. Una lista interminable de íconos y referentes que contagia a sus conciudadanos y los vuelve distintos. Tan larga es la lista, tantas las referencias, que cuesta creer lo que pasó el viernes pasado.

Miami es una ciudad relajada. La formalidad no tiene mucho lugar y la gente va un casamiento con bermudas. Una atrocidad, desde mi corta y limitada visión, teniendo en cuenta que el aire acondicionado es moneda corriente y que en julio hace mas frío que en Buenos Aires.

El de Miami, el que vive acá, a la larga, se arregla menos que en otros lados, pero se arregla. Quizás se pone un traje blanco y oro por todos lados, pero se esmera y sale pituco.

El problema son los turistas; que abundan y mucho. Gente que, aun en invierno o de visita por trabajo, vive un veraneo eterno. Creen que las oficinas son balnearios y que los restaurantes son paradores. Van al banco en musculosa, a la iglesia en traje de baño y se presentan a una reunión de negocios con dos bolsas gigantes de Gap y la camiseta de Brasil. Y es acá donde la mística italiana se une con Miami. Y es aquí también donde el último bastión de mis creencias, ese que defendí, incluso, hasta el párrafo anterior, cae y se derrumba en un espectáculo tan triste como grotesco.

Trabajo en una oficina en el corazón del centro financiero de la ciudad. Tenemos libertades, pero solemos cuidar la forma. No usamos corbata, pero nos preciamos de estar bien. Si la circunstancia amerita - almuerzos, visitas, reuniones - adherimos a un protocolo corporativo como el de cualquier otro país del planeta.

El viernes pasado nos visitaba un italiano. Alto ejecutivo de una firma proveedora al que nos interesaba impresionar. Llegué un poco mas tarde de lo habitual; pero de punta blanco. Mis compañeros, ataviados como yo, ya estaban en la oficina desde temprano.

Aprontamos los papeles, las computadoras, la presentación y justo a las 11.30 se hicieron presentes lo dobles de Daddy Yankee y Don Omar. (¡!)


- Scuzzi que vinimo’ con blue jeans, me dijo el tano tratando de contener el derrumbe de mi semblante escudado en sus gafas negras y gigantes. ¡Si hubiesen sido solo los pantalones!

Vino con un colega gringo. Los dos con jeans apretados, bolsillos con tapas y zapatillas blancas de cuero de esas nuevas, feas y punteagudas. Barba de dos días, no afeitada a proposito, y llenos de perfume Paco Rabanne (o una berretada similar). El americano, camisa ajustada, brillosa, violeta. El tano, en cambio, camiseta al cuerpo con mas letras y números que un equipo de primera D. Cinturón Gucci - falso - con una hebilla tan grande y tan dorada que le tocaba la panza. Complementaba con un bolsito bandolera que, independientemente del mal gusto, ponía en serias dudas su sexualidad.

La reunión fue exitosa; creo. Mi experiencia, calamitosa. Por tierra mi última teoría del ADN geográfico, la nacionalidad y la mística. Destrozadas mis creencias, mis íconos, mis tibias y orgullosas raíces.

Por suerte, y gracias a Dios, todavía queda Monica Bellucci.
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