martes, 2 de agosto de 2011

Fifteen Forever

Los quince años solían ser una edad de inflexión en las mujeres; al menos en la Argentina de los 80 que me tocó vivir.

Todas organizaban una fiesta, invariablemente mersa (*), que recorría todo el espinel social. Desde la humildad de un salón de barrio, el Torino prestado de un tío y un vestido parecido al de Cenicienta; hasta la ostentación del Luna Park, la actuación en vivo del Cirque du Soleil y el alquiler de un carruaje blanco con chofer y dos caballos de tiro. Bolsillo mediante, todo estaba permitido a la hora de festejar el cumpleaños de la nena.

Pero mas allá de la creatividad particular del padre de la agasajada, los cisnes de hielo o el campeonato de penales - alguna mas varonera siempre había -, la fórmula solía ser siempre la misma.

Casamiento falso, sin novio, en un esquema estudiado, rígido y protocolar. Los chicos de saco y corbata; las chicas de vestido. Una torta grande, blanca y llena de cintitas. Vals enganchado, carnaval carioca, pechuga de pollo con papas noisette y un souvenir de cerámica horrible que tirabas en la calle en el instante mismo que dejabas el salón.

Me cuentan ahora que las fiestas no se hacen mas. La imaginación sin límites de algunos progenitores, sumada a los papelones a cargo de los invitados de turno, parecen haber destruido, no solo una tradición centenaria, sino la industria del saladito, la sidra y la ensalada rusa.

Ahora el panorama es totalmente nuevo. Empresas de turismo, cansadas de viajes de egresados antieconómicos y ski weeks sin nieve, organizan tours para chicas (de 15, obvio). Contingentes de quinceañeras inundan los cruceros y el Caribe. El peso argentino, que parece valer incluso mas que el dólar, también se hace fuerte en Estados Unidos. Y como nadie quiere ir a Boston porque es demasiado chic, la fiesta la mudaron a Orlando.

Vi mas de un tour en Disney. Son grupos armados a la brasileña. Una camiseta obligatoria, que solo puede ser turquesa, lila o fucsia; propaganda por delante, nombre por detrás (Chechu, Moni, Cynthia). Mochila por riñonera. Las mismas banderas, todos a los gritos, el mismo caos.

La nota preocupante es el staff de guías. “Coordinador” rezan sus presuntuosas camisetas de color diferenciado. Grandulones, carentes de educación. Ignorantes en casi todo; pero seguro avezados en todo aquello que a los padres mas nos preocupa. El cóctel simple y explosivo que resulta al combinar barras (*) con menores de edad en el anonimato protector de un país extranjero.

Quizás la edad y mi propia paternidad me han hecho mas temeroso, mas cauto y previsor; pero juro que no me imagino en Ezeiza dejando a una de mis hijas en manos de esta gente que coordina vaya a saber uno que. Y, honestamente, no se, siquiera, como otros se animan.

- Encantado "Pachi", le dejo a mi hija. Haga con ella lo que Usted quiera
- Andá tranquilo fierita que yo me ocupo.

Repasando me quedo con el Torino, el vestido de Cenicienta y la inocencia de entonces. Incluso, hasta con los caballos de tiro. Hago borrón, cuenta nueva y festejo, no solo el vals enganchado, la ensalada rusa y los centros de mesa de plástico, sino el souvenir de cerámica y hasta las servilletas rosas que nunca secaron de tanto nylon. Quien te dice. Quizás, hasta me animo, dejo mis eternos prejuicios de lado y, para desafiar a estos impresentables, armo la fiesta de 15 mas mersa de todos los tiempos.



(*) mersa: lunfardo - ordinario, sin clase ni distinción.
(*) barras o barrabravas: en Argentina, fanáticos de fútbol violentos.
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