martes, 17 de enero de 2012

Identidad Gastronómica

Para mi los gallegos que llegaron a Buenos Aires, ahí por los '40, fueron los reyes de la gastronomía medio pelo. Enarbolando la bandera de la minuta inmortalizaron la milanesa a caballo, la suprema a la Maryland, las papas rejilla y el panqueque de manzana.

Todos los boliches iguales, simples y decididamente feos; pero con mucha identidad. Luz de tubo, paredes de azulejos y mesas de fórmica. Sin publicidad ni promoción, pero inexplicablemente llenos a cualquier hora del día. Vasos de vidrio común y platos de loza uruguaya. Manteles de algodón y servilletas gigantes; tan blancos y tan limpios que siempre parecían tener olor a lavandina.

El mismo menú, solo que con los precios remarcados en birome para palear los efectos de la inflación. Nunca una promo, nunca un dos por uno. Un calor imponente y el “solo efectivo, tarjeta de crédito no tenemos” calcado en el discurso de cada mozo de delantal blanco.

Había cientos. En Rivadavia, en Avenida de Mayo. En los barrios, cerca de la cancha y por todo el microcentro. Por desgracia, muchos sucumbieron a la voluntad cambiante de nuestra caprichosa economía. Los que quedaron, los sobrevivientes, ya no son lo mismo. Algunos, en un arrebato de congoja, mantienen el nombre original; otros ya le pusieron "Café Manhattan".

Herederos naturales y codiciosos adquirentes, encargados de pisotear historia y tradición, cambiaron la magia del tubo por luces dicroicas y plantas de plástico. Pintaron con laca negra las mesas y el mostrador y, ridiculizando al personal, disfrazaron a los mozos con moño, chaleco y delantal combinado. Como ya casi no quedaba nada, cambiaron el blanco de la mantelería por rosa, muchas veces negro. Colgaron plasmas por todos lados y completaron las mesas con flores tan rojas como falsas.

En la carta, se acabaron las minutas, los licuados y las hamburguesas en pebete. Llegaron el lomo a la pimienta, la pizza en bandeja de acero inoxidable y el agua mineral Glaciar (que debe ser la mas fea del mundo entero)

Para embarrarla mas, armaron una carta eterna, en colores y plastificada, de 427 hojas. Cambiaron las ventanas de guillotina por paños de blindex esmerilados. En los antiguos reservados armaron un pelotero gigante, con animadoras y todo; y, para rematar, un cuarto vidriado de teles con Wii, dibujos mal hechos de Mickey y los Wachi Turros a todo lo que da.

Ahora el mozo en vez de decirte señor, te da un beso como si hubiese sido compañero tuyo de la secundaria. Cuando ya te vas te dice “Pela” o “Javi”, solo porque escuchó a tus amigos. Y después, guiñando el ojo, te muestra que la cuenta no incluye el flan con dulce de leche que se acaban de comer tus hijos.

Juro que no es teluria y les aseguro que creo, firmemente, en el progreso y la renovación. Pero creo también en la historia, en la tradición y en las buenas costumbres. Esas que, aunque simples y chiquitas, forjan, no solo el futuro, sino la identidad permanente de toda una ciudad.


Dedicado al gallego Alfredo de "Tommy's". Y a mi amigo Juan, que siempre celebra las pavadas que tengo para decir.
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