La luz del garage de casa se apagó de golpe y el proyector super 8 arrancó con una versión compilada de la Guerra de las Galaxias. Era mi cumpleaños. Estoy seguro porque había torta, unas animadoras de pelo batido y muchos chicos; pero no recuerdo mucho más.
Es raro, pero tengo una de esas memorias que suelen apilar los recuerdos. No se muy bien como serán las de los demás, pero la mia es como una bolsa llena de ideas grandiosas, momentos muy vivos, amor incondicional, ilusiones, temores y sueños imposibles que ando llevando de acá para allá desde que soy chiquito. No tiene mucha cronología y suele estar bastante desordenada, pero tiene marcas claras, fuertes; prácticamente indelebles.
Todavía hoy se me pone la piel de gallina cuando veo la primera escena. Cuando recuerdo como el miedo me invadía el cuerpo. La sensación inconfundible del temor en la piel; ese que te atonta, te desconcentra y hasta te paraliza.
Con el tiempo y los años aprendí que en Hollywood los malos nunca ganan. Descubrí que por más oscuro que sea el personaje, por más probables que luzcan sus siniestras y oscuras intenciones, siempre habrá un héroe de turno capaz de resolver el problema.
En el cine y en la tele fui testigo de campeonatos ganados en el último segundo, de batallas épicas de cien contra dos y de misiones exitosas al espacio con solo minutos de oxigeno.
Vi como un solo sheriff le ganaba con seis balas a 1500 indios, como evitar muertes seguras, y como princesas desahuciadas y condenadas a sueño eterno despertaban solo por amor.
Vibré con super héroes de todos los tipos, razas y colores. Con paladines anónimos que supieron defender al mundo de los mas temibles malechores, de las mas terribles enfermedades pandémicas, de asteroides gigantes, de dictadores y hasta de invasiones extraterrestres.
Es que el cine americano siempre enarboló la bandera de la justicia, el triunfo de los buenos y la protección de los débiles a como dé lugar. Y quizás eso explique porque siempre disfruté tanto del cine de aventuras: los malos pueden tener su momento pero, a la larga, siempre pierden.
Es la primera vez que me toca votar en este gran país al que le agradezco tanto. Mi bautismo cívico en esta tierra a las que mis hijos llaman "casa" y de la que me siento, cada día, un poco más parte.
Y la verdad no gané. Aunque, a fuerza de ser sincero, tampoco estoy seguro de haber perdido.
Me quedé con una sensacion extraña, vacío quizás. La película se terminaba y el final no era el del aviso. Me quedé esperando un "continuará", o deseando la promoción de un capítulo final que nunca llegará. Me invaden sensaciones raras: Mientras escribo este post todavía hay gente que manifiesta su descontento en las calles. Hay indicios de odio, de revanchismo. Leo y escucho por todos lados que hay gente asustada.
Me tranquiliza ver al presidente y su incansable espíritu de unión. Me anima ver su sucesor enterrar las armas, aplacar la prédica, bajar aunque sea un poco los decibeles. El sol volvió a brillar después de la tormenta y el discurso parece ser ahora algo mas conciliador, mas integrador. Mas parecido, quizás, a lo que solemos estar acostumbrados.
Formadores de opinión, políticos, humoristas, sacedortes y líderes minoritarios intentan también pregonar cordura y unión. Sus palabras parecen no ser vacías ni conformistas, tampoco suenan a resignación.
Nadie puede negar que en estos ocho años se ha logrado mucho y este pueblo, como sus pilares y sus instituciones, están mucho mas allá de un presidente, de una elección más, de uno u otro partido.
Por eso, y bajo ese mismo espíritu, creo que es tiempo de apoyar con la mente abierta. Quiero tener esperanza. Ojalá este presidente no sea el malo de la película que muchos anuncian. Ojalá los pasos dados hacia adelante en toda la historia de este gran país sirvan para dar uno más en el camino de la integración, de la aceptación.
A nadie le conviene que a este hombre le vaya mal. Su fracaso no es otro que el de todos.
Esto no significa enterrar los sueños o el desafío de un futuro mejor, mucho menos conformarse o resignarse. Seguramente habrá tiempo para desenpolvarse la ropa, pararse derechito, sacar pecho y volver al ruedo; peleando desde el trabajo, el respeto, y la convicción.
Me quiero quedar con el esfuerzo de tantos por mas de doscientos cincuenta años, con el sentido comunitario que se vive en las calles todos los días. Con la sonrisa del que te saluda, aun, sin conocerte; con el que te respeta sin mirar, sin siquiera preguntar. Me quiero quedar con los millones de americanos que todos los días apuestan a un país mejor y esperan, en definitiva, una nueva oportunidad para que se rompa, de una vez, el mítico techo de cristal.
miércoles, 16 de noviembre de 2016
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