Este relato vive en mi cabeza hace 5 años. Lo sé de memoria como esos chistes que contaba de chico en las reuniones familiares pero, por alguna razón, nunca me animé a escribirlo. Como es nuevo para casi todos decidí contarlo en presente; tal cual me lo acuerdo. Quizás por que hoy, exactamente cinco años después, vive tanto como entonces.
Hace tres días seguidos que llueve sin parar. No es la típica lluvia de Miami, esa que empapa y te sorprende casi como si te hubiesen tirado un baldazo desde el cuarto piso. Esta es mas bien tonta, mansa y sin pausa. Tan tranquila que hasta aburre, o quizás ... ¿entristece?.
Es raro, pero desde que tengo memoria vivo preso de un sentimiento de angustia provocado por los días grises y lluviosos. Me gasta su resolana sin inflexión, el cielo vacío de sol, el reflejo nocturno de las luces en el asfalto y el rítmico ir y venir de los limpia parabrisas de los autos que hasta parece decirme que "no" una y otra vez.
No hace frío, al contrario; pero la relación con el invierno porteño me resulta inevitable, casi palpable. Me invaden flashes de domingos a la tarde, de radio AM, de pizza fría, de vidrios empañados … y la angustia parece cobrar fuerza.
Asfixiado por mi mente busco aire en la planta baja de la oficina. Enciendo la pantalla del teléfono sin siquiera mirar, sin convicción; apostando a un texto, a un mensaje que me distraiga, que me saque de mi propia trampa mental. Finalmente me decido por un café y encaro el bar del edificio.
- Hola Javier ¿café con leche? - me dice un negro grandote de sonrisa franca, ropa de colores y pelo desprolijo. No sé como sabe mi nombre, o de donde sacó que quería café con leche ¿estaré hablando solo como los locos? ¿me conoce de otro lado?
En mi edificio los bares van y vienen. Abren casi tan rápido como se funden y este debe ser el quinto, quizás el sexto que abre desde que estoy acá.
- Decime una cosa - grita desde el ruido de la máquina de café - ¿Cuándo vas a tener el coraje para hablar con tu papá de los temas que te preocupan? Me di vuelta buscando un interlocutor, pero el bar estaba vacío. - A vos te digo - me dijo mientras movía su cabeza y volvía a sonreír.
- Vos ¿de dónde me conocés? le pregunté mientras miraba las fotos de las paredes, mientras leía unos banderines en francés en busca de alguna referencia. Aún sin su respuesta me invadió la necesidad imperiosa de hablarle, de contarle. Algo en él, en su candidez, en su gesto amable, me generó confianza casi como si lo conociera de siempre.
- No te conozco - dijo con gesto sereno - pero te veo pasar todos los días. - Te veo preocupado, triste. Sabés … si vos vas y le decís todo lo que pensás …. si querés contarle tus proyectos y tus sueños, el te va a escuchar. No tengas miedo.
- No sé … yo estoy bien así - le dije sabiendo que no era cierto y pensando: "¿y si se enoja? ... ¿y si lo entiende mal? ... ¿y si cree que no quiero lo que es de él?"
- No pienses tanto campeón - remató como adivinado - Tomate todo el tiempo que quieras; pero el momento es hoy. Eso si, te garantizo que no va a pasar nada. Algo más - me dijo sonriendo nuevamente y mirándome a los ojos - no se trata de coraje, de decir las cosas con fuerza o desde la rabia. ¡Esto es desde el corazón!
Entró un gordo hablando con otro a los gritos y me volví a la oficina mientras el negro me levantaba el pulgar desde lejos y asentía con la cabeza. Al sentarme en mi escritorio noté que no traía conmigo el café. ¿Me lo había dado?
Bajé rápido por la escalera, incomprensiblemente apurado.
El bar, como tantos otros, ya había cerrado; ¡ya se había fundido! No estaban las mesas ni las sillas y había papeles en los vidrios. Miré por una endija. Tampoco estaban las fotos, ni siquiera esos banderines en francés que había visto hace un rato. Me agarré la cara con las dos manos sin entender. Confundido y mirando para todos lados atiné a sentarme en el borde de la ventana. Mi café estaba ahí, solo, apoyado contra el vidrio. Había dejado de llover.
Agarré el café y despacio saqué la tapa para no ensuciarme. Estaba caliente, recién hecho. Levanté la vista al cielo mirando, buscando no se muy bien que. El sol de Miami, que después de tres días volvía a salir con todo, no hizo mas que llenarme todo la cara de luz.