No hay colegio desde el jueves y en las oficinas ya ni atienden el teléfono. Pasajes agotados, hoteles inusualmente repletos y aeropuertos mas llenos que de costumbre no hacen mas que agregar al desconcierto general. Algunos centros comerciales, que estiraron la jornada en franca solidaridad, ya cierran sus cortinas metálicas de protección. Otros negocios, de menos recursos, usan el tiempo para clavar maderas y apilar bolsas de arena en sus puertas y ventanas.
Esta ciudad, usualmente exuberante, sexy y de mil colores. Esa misma que siempre alardea, nos hace vibrar y nunca duerme hoy luce preocupada como su gente. Sus calles vacías hablan por si solas y me hacen acordar a los veranos de los pueblos donde todo cierra al mediodía y la gente no hace mas que dormir la siesta para resguardarse del sol.
No hay música en los bares, muchos menos gente almorzando en las veredas. No hay autos extravagantes, no hay perros en brazos, no se ven bolsos de diseñador ni celulares brillosos. La playa desierta, muy a pesar del sol y del cielo tan azul de siempre, evidencia una calma aparente, falsa, casi de cartón.
Colas de autos tan ordenadas como interminables alteran la relajada escenografía usual de las estaciones de servicio. Hay nervios, no cabe duda; pero la gente no corre, no grita, mucho menos se altera.
Turistas que siempre hay, amigos de otros amigos, a los que ni siquiera conocemos, nos textean en busca de consejos, de asesoramiento local. Y el WhatsApp, que te gasta porque no para de sonar, multiplica globitos calcados con mensajes de: ¿están todos bien? ¿se quedan? ¿adónde van? ¿se van a morir?
Desde Buenos Aires nos llegan consejos berretas, recetas mágicas y hasta gualichos contra Irma (*). Hablan de la velocidad del viento, de aquello que escucharon del curso del huracán, de American Airlines, de Expedia, de prestarnos su membresía VIP para reservas hoteleras, o de cuanto mas linda es la gente en Carolina del Norte si es que hay que elegir una ciudad donde evacuarse.
Es que somos así. Hoy somos meteorólogos y otro día seremos analistas políticos. O quizás plomeros, ingenieros, cineastas y hasta directores técnicos. Para el caso, es exactamente lo mismo. Es ese especialista sabelotodo que vive arraigado en cada una de nuestras almas bien argentinas. Ese profesor, asesor, no diplomado, tan experto como improvisado que opina de absolutamente todo. Ese mismo que aquello que no sabe, o no conoce, simplemente se lo inventa.
En casa, y solo para agregar a todo este inusual estrés, somos siete. Los cuatro que estamos ya desde hace un tiempo, mi suegra que vino de visita y, por primera vez y en claro desafío a mi experimentada paternidad, mi hija mas grande que llegó de Chicago con su novio. ¡Pobre pibe! Vino de vacaciones a pasear y a tomar sol y no le quedó mas remedio que evacuarse en una camioneta de rumbo incierto con cuatro irracionales y dos inconscientes a los que ni siquiera les entiende.
Juro que nunca vi esta ruta tan cargada. Una locura de tráfico que podría bien parecerse a un cambio de quincena en la 2, solo que sin el Operativo Sol y con las banquinas anchas y vacías. (*)
Dan las 11 de la noche del viernes y, tras el último reporte, la señorita Irma ahora parece acechar al imperio del ratón mas famoso. Mientras Mickey y Minnie deciden cerrar sus parques por quinta vez en toda su historia decido encarar el lobby del hotel en busca de respuestas. - No se preocupe Señor Lentino, me dice un tal Eddie Muñoz con la mirada impertérrita cuando le pregunto por el grupo electrógeno del hotel y los vidrios de impacto que mi cuarto dice no tener. - A lo sumo tendrá que encerrarse en el baño a oscuras con toda su familia. - Mirá que bien, pienso controlando mi ira - Decime una cosa Eddie, ¿Vos te pensás que manejé 300 millas y pagué hotel para siete para pasar la noche encerrado en un baño?
Con opiniones divididas en el seno mismo de mi grupo familiar, sometemos a debate si quedarnos o seguir al norte la mañana siguiente. Seguir supone diez horas mas de auto. Quedarse, rezar para que Irma se debilite y no nos vuele la peluca.
Pasan los minutos y la máquina mediática aterra en lugar de ayudar. El huracán parece transformarse en un monstruo de proporciones épicas a medida que la tormenta gira y sus contorsiones se vuelven mas grandes y mas rojas. El pánico sin tapujos y abiertamente declarado de una de mis hijas contrasta fuerte contra la paciencia infinita de mi mujer. Mis nervios ya me juegan una mala pasada y el tono de voz grupal sube casi tan rápido como la velocidad del viento. El único gringo del grupo, visiblemente preocupado, hace lo que puede para no molestar e intercambia mensajes con su amada en un frenesí de ráfagas mudas, ceños fruncidos y ojos vidriosos.
Como la cosa no da para mas seguir al norte se convierte en la decisión final. Y la tensión parece ceder al menos un poco mientras los cuartos recuperan la calma y el día se cierra para dormir lo necesario.
Irma despedaza Miami y la deja oscura en la madrugada del domingo 10. Cientos de fotos y otros tantos videos nos invaden los teléfonos con imágenes tan tristes como grotescas. Los globos verde claro del WhatsApp arremeten fuerte en busca de confirmaciones de compromiso: ¿están bien? ¿necesitan algo? ¿sobrevivieron? y dejan en manifiesta evidencia el inexplicable apetito de algunos por el morbo y el cine catástrofe.
Ya es lunes. Miles de autos comienzan a desandar el camino a casa mientras la tormenta se desvanece y cede hacia el noroeste. El saldo cobra fuerza mientras viajamos al sur entre ráfagas de viento y lluvia que obligan a detener la marcha una otra y vez. Son solo los rezagos de la furia pasada, pero sin duda hablan claro del tamaño de esta mole que parece no querer extinguirse por completo.
Estacionamientos aun desiertos, carteles destrozados, árboles arrancados de cuajo y negocios sin luz agregan al dramatismo de decenas de banderas ajadas por el viento que permanecen a media asta en clara referencia al duelo nacional del 11 de septiembre.
Al llegar Miami no está igual, pero es obvio que la tormenta se apiadó de la ciudad. Key West y la mayoría de los cayos no sufrieron la misma suerte. Mucha gente lo perdió todo y la recuperación será larga y muy costosa.
Podría rematar haciendo un llamado a la conciencia popular. Podría escribir dos párrafos mas pidiendo por el cuidado del planeta; igualitos a esos que circulan por las redes y que se desvanecen casi tan rápido como las bendiciones que la gente pasa para evitar la mala suerte.
Me quiero quedar, en cambio, con la solidaridad de tantas comunidades de este estado que se multiplican en la ayuda desinteresada. Con los chicos que juntan ramas en la calle porque no hay colegio. Con los que caminan por la playa con bolsas juntando toda la basura que pueden. O con los que hacen lugar en su casa para que duerma un amigo que no tiene luz.
Me quedo con los bomberos y los policías, que agregan horas de trabajo ayudando en cada esquina solo por el pancho y la Coca. Con las compañías de luz de todo el país que ceden camiones y grúas para que todo se normalice mas rápido. Con los bancos y las compañías financieras que deciden perdonar penalidades, con los proveedores de internet y sus cientos de hotspots gratuitos.
Y con los jardineros de profesión que no cobran de mas y hacen su trabajo lo mejor que pueden. Porque también entienden que la ventaja de hoy no es mas que un boomerang que te golpea en la espalda con la misma fuerza de la mala intención.
Pero por sobre todas las cosas, con la grandeza de una ciudad que no se queja, no llora y simplemente se arremanga.
La 2: Nombre coloquial de la Ruta Nacional Número 2 que une la ciudad de Buenos Aires con Mar del Plata y con otras ciudades balnearias de la provincia de Buenos Aires.
Berreta: - del lunfardo porteño - Adulterado, cosa falsificada con apariencia de legítima
Gualicho: Práctica o encantamiento supersticioso que se realiza - en Argentina y en Uruguay - para causar daño a otra persona o atraer el amor de alguien.
Operativo Sol: Programa de seguridad policial para el verano argentino
Operativo Sol: Programa de seguridad policial para el verano argentino