Si el menú no estuviese escrito en inglés, si no fuera por los vasos de agua repletos de hielo, por la cuenta que apareció sola, o por la oferta infinita de edulcorante apretada en una latita que tengo en la mesa, juraría estar en Mar del Plata. Es cierto que el aire acondicionado te cala los huesos y que son varios los que pidieron café con leche en lugar de cortado solo para calentarse las manos con la taza. Pero mas allá de todo no puedo dejar de encontrar señales, coincidencias, relaciones que me resultan inevitables.
Y no es por el bife de chorizo que está mas o menos bien o por las empanadas de carne, con repulgue y todo, que comen mis hijos. Esto se parece a Mar del Plata por la gente. Una invasión argentina que copa el establecimiento solo atraída por un cartel de letras con filete y la promesa de una provoleta, que luce bien en la foto, pero que nunca será igual a la de Los Platitos. (*)
No es una justificación barata, pero para los que vivimos acá la búsqueda de una tira de asado o un matambrito de cerdo decente es un desafío diario, renovado. Una búsqueda incesante que nunca claudica y que solo se sustenta en la idealización que no hace mas que crecer y aumentar con los años. Ahora, venir quince días de vacaciones a Miami y comer milanesas para no extrañar sinceramente no me entra en la cabeza. (*)
Gastronomía aparte, la referencia marplatense no es actual. Me invade un déjà vu violento de los veranos argentinos de antes, de hace mil años. Esa época dorada, pero no de oro, donde no conocíamos otra cosa y nos enseñaban, vaya uno a saber por que, a llevarnos al mundo entero por delante. Ese tiempo de una Argentina "mágica" que nos hizo creer que éramos europeos, supuestamente mejores, donde Buenos Aires era igual que París y Mar del Plata era exactamente lo mismo que Biarritz.
Cátedras nocivas que fueron impartidas en la calle, en las escuelas y hasta en el trabajo lastimando la mente de muchos padres de mi generación. El daño se extendió a mis contemporáneos y, contentos con el legado, sus hijos lo adoptaron también casi como un dogma.
Cultores acérrimos del exceso de equipaje, del amiguismo y de la ventaja comulgaron de chiquitos con el "deme dos" y se ilusionaron, entrado el siglo que corre y provistos de alguna moneda, con la casa de veraneo en el exterior. Son los mismos que hoy copan los aviones, la playa, el shopping y los restaurantes como este. (*)
Parecen muchos porque están todos juntos; pero en realidad no son tantos. Son, eso si, una parte importante de la representación argentina en el exterior.
No esperan en la puerta; no tienen tiempo. Ni siquiera preguntan si hay alguien delante de ellos. Directamente pasan, empujan y se sientan donde quieren. Si alguien los reta, discuten y se enojan como chicos caprichosos.
Es curioso, pero aun sin conocer a nadie todos los personajes me resultan familiares. ¡Es que los vi!, ¡si me crié con todos ellos! Versiones repetidas, clonadas, de gente a la que alguna vez crucé en el barrio, en la cancha, en el club; y de chiquito en la vieja Mar del Plata.
Las mesas se renuevan pero son siempre los mismos. Tipos grandes, muy quemados que se las saben todas, con "nenas" quince años menores a las que llenaron de bolsas de marca.
Un poco mas allá, cinco amigas veteranas, platinadas con flequillo y zapatillas vinieron a levantarse lo que venga solo amparadas en la revancha del viaje de solteros que en marzo hicieron sus maridos. Miran el Whatsapp con anteojos de leer, todas al mismo tiempo, y se ríen fuerte; a carcajadas. Fuman sin permiso y se hacen las bobas si alguien les dice algo. Y se sacan selfies; todo el tiempo -Así la ponés en el Face que salimos diosas, dice la fotógrafa. Y de paso para se enteren todas las demás que no vinieron que no solo estuvieron en la India y en Tailandia este año, sino también en Miami.
Hay familias enteras calzadas con Crocs. Los padres con ropa de deporte, los chicos con unos pantalones a cuadros que parecen pijamas y la camiseta suplente de Racing. Se mofan de una familia obesa a la que no conocen. Sin darse cuenta quizás que son los otros los que deberían reírse de ellos.
-Migue ... le dice a los gritos una señora a su marido al entrar, mientras me lleva por delante con unas bolsas gigantes de Old Navy y ni siquiera me pide perdón. -Te conseguí esas New Balance que vos querías mas baratas que en el Dolphin. Viste, Gina tenia razón: el outlet es solo para turistas. Migue, que tiene esos chalecos azules de plumas que parece ahora son obligatorios en Buenos Aires, se muere de vergüenza y mira para otro lado. - Boludo, son iguales a las que vos querías, repite mientras se pone los anteojos y saca de una bolsa de PINK una tanga mínima y violeta -Mirá que divina ¿te gusta?
En la mesa de al lado, un chico revolea las papas fritas cuando le sacan el iPad y la madre lo sacude cortito. - Mirá Benjamín, no me faltés el respeto porque te doy vuelta la jeta de un cachetazo.
Cerquita de los baños hay una mesa de tres matrimonios grandes que, al parecer vinieron todos juntos. -No te enojes linda, pero me podés sacar el hielo de la Coca Light? ¿Por qué le ponen tanto hielo a las cosas en este país?
En el medio del salón una señora, que pretende ser paqueta, quiere que le cambien la mesa porque no le gusta. Otras dos se quejan del aire y le piden al mozo que lo baje. -Es central señora, ensaya el camarero en un castellano bastante limitado. -Hay querido, ahí en ese cartelito que tenés dice que te llamás Tony Vargas. Decime una cosa Antonio, porque seguro te llamás Antonio. ¿A vos tus padres no te enseñaron a hablar en castellano?
Están también los que toman champagne a las 4 de la tarde, usan mocasines blancos, chal de seda y le dan beso a cuanto amigo se le acerca. Siempre pagan en efectivo y tienen los rulos teñidos de rubio ceniza ... y no paran de hablar.
Hay una mesa de tipos que no se resignan. Andan con remeras apretadas, el pelo largo, despeinando. Usan anteojos de sol con aumento para que no se note que no ven un pomo. Son amigos de los mozos, del barman, del pibe del valet parking. Hablan a los gritos y miran para todos lados a ver quien los está mirando.
Una cuarentona que está bastante bien, ya no sabe que hacer para competirle a su hija que explota. Jean apretadísimo, pelo rubio con extensiones y una mirada insostenible. Si la mirás, directamente te come.
Corto nuevamente el bife de chorizo, pincho un poco de ensalada y me quedo pensando. ¿Que verán en mi - en los míos - todas las otras mesas? ¿Se darán cuenta que somos argentinos? ¿Nos verán raros? ¿Me habrán visto reírme de alguno? ¿Me quedarán bien estas alpargatas que uso todo el tiempo?
A la larga, yo también soy uno de ellos. Portador orgulloso de una argentinidad que todavía se escribe de vos y se sigue pronunciando con ye, que cree que Buenos Aires podría ser tan linda como París y que está convencido que no hay mujeres, en el mundo entero, mas lindas que las argentinas.
Y si, todos sabemos que Mar del Plata no es Biarritz y que seguro habrá mas de doscientos cincuenta balnearios mejores en todo el mundo. Pero ningún lugar de veraneo tiene confiterías como La Boston y, mal que les pese a muchos, los mejores pebetes tostados del mundo se hacen ahí, en Playa grande, todos los días. (*)
filete: estilo artístico de pintar y dibujar típico de Buenos Aires
provoleta: queso de origen argentino, que se corta en rodajas de un dedo de espesor y se cocina en la parrilla
Los Platitos: mítico restaurant porteño de la Costanera Norte de Buenos Aires.
matambrito de cerdo: plato típico argentino
deme dos: frase emblemática de la época de la plata dulce dicha generalmente por argentinos de compras en Miami.
La Boston: La mejor confitería del mundo
viernes, 6 de octubre de 2017
Con tecnología de Blogger.