Juro que me invaden sensaciones mixtas. Por un lado me gustaría saber todo de antemano, asegurarme el camino y anticiparme al final. Por otro lado, la sola utopía de saber el resultado, la imposible certeza absoluta de aquello que esta por venir me suena a sentencia anticipada de muerte. A una historia trazada y diseñada parecida a un matrimonio por conveniencia. Al aburrimiento insoportable y desesperante de una vida sin sorpresas, sin expectativas y sin ilusión.
Con el tiempo, y de a una sesión por vez, aprendo a conformarme como todos los mortales. No me queda otra que apostar a la constante incertidumbre del destino; ese del que aun nada se sabe y que resulta casi tan aterrador como fascinante.
Pobre mi psicóloga. Por conformarme y para que no me sienta tan mal me cuenta que hay un montón de gente con mi mismo problema. Cientos de miles de personas, me dice seria, sosteniéndome la mirada para que me vaya tranquilo a mi casa. -Javier, si no fuese asi Freud no hubiese tenido laburo nunca. ¿Vos te pensás que a nadie le desespera saber con quien se casarán sus hijas?
La verdad es que si juntamos la montaña de mis propios y confirmados miedos, los cientos de miles de personas que mi terapeuta dice que existen y la cantidad de pastillas que se venden en todos lados para los pibes que están bastante peor que yo, el tema debe ser realmente bravo.
Esta ansiedad de ahora no es otra cosa que la necesidad histórica e imperiosa de la gente por conocer el futuro. Desde tiempo inmemorial nos hemos esforzado por saber que hay delante, hacia donde vamos. Siempre quisimos adivinar el mañana, intentar encontrar, incluso, la respuesta a la vida después de la muerte.
Históricamente oportunistas de turno explotaron las debilidades de muchos. Todavía me acuerdo clarito cuando en el barrio las gitanas la perseguían a mi vieja para leerle las manos queriendo pronosticar fortuna, amor, desengaño y hasta catástrofe reparable por solo dos billetes de 100.
O cuando la gente vivía pendiente de la revista del diario del domingo, solo para ver que le deparaba el destino zodiacal y de que color tenía que vestirse al día siguiente.
Eran épocas de compañeras del colegio que se sabían todos los signos como el Padre Nuestro. Anotaban en un cuaderno sus combinaciones mágicas, sus lunas, sus ascendientes. - Javi, ¿vos de que signo sos? De Libra, decía yo sabiendo que no me daba ninguna ventaja. -Hay, ¡tal cuál! se te re nota en la mirada. Seguro te enamoras de Sagitario o de Tauro. La verdad que a los 15 yo solo me podía enamorar de Virgo; pero esa ya es otra historia que nada tiene que ver con esta.
Si bien mis amigas hacían un culto de todo esto, la cosa se limitaba a la pasión. Al deseo ferviente de ayudar, de recibirse de celestinas. Eran predicciones genuinas, sin vicios, sin intereses. Con el tiempo la cosa se empezó a complicar.
Apareció Ludovica (*). Que aprovechando la necesidad colectiva - y para ganarse un mango - nos metió los signos de los chinos y todos sus animales. Los malditos lunes, ya condicionados con el horóscopo dominical, cuyos males duraban como máximo una semana, ahora agregaban la maldición anual de un gallo, de una rata o de un perro. Para contrarrestar semejantes maldiciones nos vendieron cábalas infinitas, cintas rojas, cuernos en los espejos de los autos, gualichos, patas de conejo, "trabajos" y hasta la pulserita de colores de los brasileros. Por años, hemos gastado fortunas en esas armas diarias contra una ansiedad que, por entonces, ni siquiera tenía nombre.
Con el tiempo algunos "antídotos" cedieron, solo para dar lugar a nuevos negocios como cartas, hebras, astrología, reencarnación, feng shui, "vamos todos juntos a la india" y algún otro que ahora no recuerdo.
Si bien mis amigas hacían un culto de todo esto, la cosa se limitaba a la pasión. Al deseo ferviente de ayudar, de recibirse de celestinas. Eran predicciones genuinas, sin vicios, sin intereses. Con el tiempo la cosa se empezó a complicar.
Apareció Ludovica (*). Que aprovechando la necesidad colectiva - y para ganarse un mango - nos metió los signos de los chinos y todos sus animales. Los malditos lunes, ya condicionados con el horóscopo dominical, cuyos males duraban como máximo una semana, ahora agregaban la maldición anual de un gallo, de una rata o de un perro. Para contrarrestar semejantes maldiciones nos vendieron cábalas infinitas, cintas rojas, cuernos en los espejos de los autos, gualichos, patas de conejo, "trabajos" y hasta la pulserita de colores de los brasileros. Por años, hemos gastado fortunas en esas armas diarias contra una ansiedad que, por entonces, ni siquiera tenía nombre.
Con el tiempo algunos "antídotos" cedieron, solo para dar lugar a nuevos negocios como cartas, hebras, astrología, reencarnación, feng shui, "vamos todos juntos a la india" y algún otro que ahora no recuerdo.
Curiosamente predecir el futuro se ha vuelto una obsesión nacional, mirar el pasado aprender de la experiencia poco parece importar.
Este domingo mi Argentina ansiosa debe mirar de nuevo al futuro. Hace rato que dos generaciones enteras se han quemado con leche y todavía nos reímos a carcajadas delante de las vacas en lugar de llorar desconsolados.
Hace rato que nos cuentan horóscopos devastadores, pronósticos desgarradores que solo aspiran a despertar, una vez mas, la ansiedad y el miedo de un pueblo que no aprendió a tener paciencia, que no espera y al que le hicieron creer que puede haber soluciones mágicas.
El futuro de un país no se escribe con futurología, horóscopos y promesas. Mucho menos con arengas, actos y gritos. Se rescribe a diario con la certeza de la experiencia y del trabajo. Con la confirmación y la verificación de los hechos de los que tuvieron su tiempo y simplemente lo malgastaron defraudando a todos durante muchos años. ¿Necesitamos una maquina de tiempo para ver que paso en la Argentina durante los últimos 10 años? ¿De verdad nos pueden confundir con predicciones?
Los de antes, los mismos de siempre, proponen futurología. Nos cuentan el horóscopo, fomentan el miedo, hablan de igualdad sin saber lo que significa justicia. Los de ahora, en cambio, proponen lo mas simple: trabajo.
Lamentablemente no hay fórmulas mágicas; mucho menos gualichos que contrarresten las cosas malas. Solo queda seguir trabajando y creanmé: No existe nada, absolutamente nada, que este en contra nuestro o que nos traiga mala suerte.
Queda entonces solo pensar, aprender del pasado e intentar controlar la ansiedad que suele invadirnos. Teniendo la certeza de que el destino de un país no está condicionando por nada ni por nadie. Su futuro, en cambio, solamente se escribe trabajando y con cada voto sin miedo que entre a las urnas este domingo.
(*) Ludovica: Ludovica Squirru - Astróloga argentina de cierto renombre.