sábado, 14 de diciembre de 2019

Casualidades galácticas

Este es otro capítulo de "El Pupilo".

Martín Molina está a punto de casarse. Mientras espera por la que será su mujer, en esos 45 minutos, repasa el último año y todas las cosas que le pasaron en su intrincado camino al altar. Habla de sus miedos a lo nuevo, de lo tanto que la extraña a Mora, de lo grande que es Julio Iglesias, y de la complicada relación con su suegro Tito Lopez Audet.

Si preferís leer la historia desde el principio, recién lo conocés a Martín, te salteaste algún capítulo, o no te acordás de absolutamente nada, podés empezar desde cero en este link: https://www.javierlentino.com/p/el-pupilo.html

Ah .. y si te quedan ganas de más, podés escuchar la música de Martín en este otro link:
https://www.youtube.com/playlist?list=PLG3GJZT8W54jmA-ZiSozBig94a8JVGO5R




—Repasemos bien todo. No quiero que nos quede ningún cabo suelto.

Era ya viernes por la tarde. El negro había pasado las últimas 48 horas contándome los detalles de mi nuevo plan de vida.

—Ya te entendí negro, quedate tranquilo.

—Yo estoy tranquilo —decía sin mirarme, mientras me anotaba todos sus consejos en un talonario de servicio —lo único que me preocupa un poco es tu ingenio de siempre, tu famosa creatividad. Quiero darte todo detallado en este papel para que no improvises.

Hablaba muy compenetrado, sin parar de escribir. Yo, en cambio, miraba la calle, los coches pasar monótonos por la vidriera.

—Martín, estamos acá ¡Mirame cuando te hablo! ¡dale! Mirá que todo esto es para vos ¿todavía no te diste cuenta? Esta “casualidad” galáctica, este guiño que te hace el destino, puede que sea tu única chance de recuperar a Mora ¿Lo tenés claro no?

Dije que si con la cabeza solo para que el negro no se enoje más. Pero dudaba de mis propias posibilidades. Me costaba creer que Tito pudiese cambiar las cosas, convencerla a Mora. No todo era culpa de él, y yo lo sabía mejor que nadie.

—Te pido, entonces, que me prestes mucha atención —siguió diciendo mi amigo, arrancando la hoja terminada del talonario.

—No, si yo te agradezco, pero...



—No quiero que me digas gracias. Solo necesito tu atención para poder repasar el plan. A ver nene, ¿cómo te digo esto sin que te enojes? A mi Mora me cae bien, de verdad. Quizás está un poco obnubilada con su viejo, o puede que no haya resuelto el complejo de Electra cuando era chica, —se rió solo festejando su ocurrencia —pero por mí que se vaya con el verdulero. Vos, en cambio, sos mi amigo. Y solo por eso voy a hacer lo imposible para que puedas volver a estar con ella. Por vos, porque sé que esta mina te vuela la cabeza. Ahora, si esto es lo que vos más querés, yo solo no puedo. Si vos no ponés un poco de tu lado, este plan no camina. Te repito: a mi de da igual que te cases con Mora, que te juntes con esta pendeja de ayer y tengas 3 hijos, o que vuelvas a estar con Julia. Pero depende de vos.

—¿Qué tiene que ver Julia en todo esto?

—Con Julia te paso lo mismo. La dejaste ir así, sin más, en lugar de pelear. Me enteré que se separó del marido ese gringo que tenía. Parece que el tipo se vuelve a vivir a Estados Unidos ¿Sabías?

—Sabía.

—Eso igual ya pasó. Lo importante, ahora, es darle cabeza a esto ¿Cuándo vas a salir con esta mina entonces?

—Hoy a la tarde.

—Sacate de encima todos los prejuicios y sobre todo la moral. No te vas a casar. Si sufre, si se enamora de vos, si llora porque la cambias por otra, no pasa nada, que se joda. Es una estrategia, no la cagues, mirá que la necesitamos. No estás traicionando a nadie, no hay nada firmado, a tu viejo, que te mira desde el cielo, no le importa. Te pido, por el amor de Dios, que no te encariñes. Ni con ella, ni con la madre, ni con el perro...

—No tiene perro.

—¡Es un ejemplo! Acá el objetivo pasa por otro lado.

—¿Vos pensás que esto puede funcionar? —pregunté con genuino escepticismo, —yo sé que vos tenés más experiencia, pero...

—Escuchame bien. No se trata de experiencia. Es un tema de autoestima, de confianza. Aspiro a que te valores un poquito, a que te tengas fe. Querete un poco, hermano. Basta de esa actitud penosa, de andar dando lástima, de hablar todo el día de lo mucho que la extrañás a Mora.

—¡Hoy no hablé nada!

—Si hablaste. Te olvidás, pero hablaste. ¿En qué estás pensando ahora? ¿No pensaste en ella apenas saliste de lo de Fabiana?

—Bueno si —confesé.

—Pasás la mejor noche de los últimos 6 meses, con una mina que es un avión a chorro, y estamos otra vez con Mora. A partir de este mismo momento te borrás el cerebro. Basta, de verdad, sacátela de la cabeza. Te voy a poner algunas condiciones.

—¿Más condiciones?

—La primera es justamente esa. Olvidarse por un tiempo de tu ex y no dar pena. Ni se te ocurra hablarle a Fabiana de Mora, de lo mucho que la querés, de cuanto la extrañas, o de los años lindos que pasaron juntos.

Siempre te vas a cambiar a tu casa antes de salir. Te afeitás, te ponés lo mejor que tengas y vas siempre con el auto de tu viejo.

—¿Te parece?

—No le va a pasar nada. Es un auto más. Si lo chocás, se arregla. Pero la camioneta esa roñosa queda acá guardada en el garage. Ah .. ni uno de todos esos cassettes del pelotudo de Julio Iglesias.

—No eso no, dale. Me llevo solo el de Grandes Éxitos

El negro me miró sin decir nada.

—No quiero que le cuentes nada a nadie. Esto lo sabemos vos y yo ¡A nadie! Mirá que a vos te gusta hablar y hablás mucho al pedo. A nadie ¿me escuchaste?

Y ni se te ocurra llamarla a Mora. Ni de día, ni de noche; mucho menos aparecerte por su casa como este último tiempo. Ya se va a enterar que estás saliendo con Fabiana.

—No, pará —dije sintiendo que el estómago se me anudaba de repente.

—Se lo va a contar Tito, pero nosotros le vamos a decir como. Ya vas a ver.

—Bueno ¿listo? —dije juntando mis cosas.

—Listo —dijo, y la sonrisa le llenó la cara.

Salí impecable y con el Alfa del viejo como me había recomendado el negro, pero dejé el cassette que me había dado y me llevé uno de los míos. Aceleré como nunca, como hacía tiempo. Con la ventana baja, y el frío de la tarde de agosto golpeándome la cara. Manejaba con una seguridad rara, nueva para mí.

Me quedé sentado en la puerta de lo de Fabiana mientras “La nave del olvido” terminaba de sonar en el stereo y guardaba la billetera y el papel del negro en el bolsillo del jean.

Reconocí el auto de Tito parado arriba de la vereda. Había llegado recién porque el capót todavía estaba caliente.

—Martincito, ¿me acompañás un momento hasta el auto? —me dijo apenas me vio. —Vos entendés de motores ¿no?

Salía del brazo con Fabiana, como si fuese su casa, como si él mismo fuera su padre. Fabiana parecía inmune al frío. Tenía una polera de lana crema de esas cortas, quizás muy corta. Y un jean alto, sin bolsillos atrás, apretado, ajustado para el infarto.

—Me dice Fabi que tenés un taller..

—De bicicletas.

—Si, si, es lo mismo. Vení conmigo un momento, querido —siguió hablando solo, con ese tono tan suyo, abrigándose con el pañuelo gigante que llevaba en el cuello. —Quiero saber tu opinión de un ruidito que me hace el pedal de freno.

—Andá que te encuentro en el auto —dijo Fabiana señalando el Alfa para asegurarse que fuese mío.

—Hablé con Morita, Martín —dijo en un susurro mientras abría la puerta del coche para disimular. —La invité a almorzar mañana los dos solos para poder charlar ¿Por qué no te das una vuelta? Apareces por ahí de casualidad. Creo que puede ser bueno que la veas, que charles con ella, que le digas todo lo que la querés. Eso si pibe, andá con cuidado. Si se te llega a escapar algo con Fabiana, yo te juro que te rompo la cabeza ¿Me escuchaste?

No pude ni contestar.

Ahora andá —siguió con la sonrisa de plástico y una palmada pesada y de más en mi cara —que “mi otra hija” está ahí sola, y este barrio es medio jodido.


—Sabés que sos un tierno total. Te viniste lindo, todo peinadito para mi, con perfume y todo. Nunca tuve novios con perfume —dijo Fabiana apenas subimos al auto tirándose encima mío —Pero la verdad, no tengo ganas de tomar un helado. No me gustan los helados. Además, hace frío y todavía es muy temprano para cenar ¿No me llevas al telo directo? Te traje de regalo un cassette.

Arranqué lo más rápido que pude, con Fabiana encima mío y “Un montón de nada” a fondo, llenando todo el Alfa de mi viejo. “Perdón papá”, dije mirando al cielo por el techo de vidrio.

Me desabotoné la campera, la camisa, tan rápido como pude apenas entramos. Fabiana me besaba, me agarraba por todos lados. Revoleé parte de la ropa por ahí y me saqué los pantalones ayudado por mis propias piernas, dejando todo tirado por el piso.

—Bancame que voy al baño un momento —dije para poder calentarme las manos con el agua del grifo. Por alguna razón inexplicable siempre se me congelaban las manos cuando estaba nervioso o con alguna mina linda. Abrí la canilla y esperé caminando en círculos hasta que la temperatura fuese la adecuada. Sentí como mis manos se templaban de a poco y el alma me volvía al cuerpo. Me enjuagué la boca por enésima vez en la tarde, y salí lo más confiado que pude.


—Martín — dijo Fabiana sentada en la cama apenas me vio. Estaba desnuda y cruzada de piernas con la seguridad de su propia autoestima. Se había servido un vaso de whisky y fumaba con infinita parsimonia. —Yo sé que no nos conocemos tanto, —dijo tomando un trago despacio y aspirando una vez más. —Cuando revoleaste los pantalones se te cayó la billetera. Como no quería que perdieses los documentos, o la guita, te los doblé y acomodé todo lo que se había caído al piso en ese sillón de allá. Sabés, a mí no me gusta meterme con las cosas de los demás, nunca me gustó. No soy como esas viejas chusmas que viven en los barrios, —dijo levantando la voz, mientras estrellaba el cigarrillo todavía encendido contra el piso de parquet. —Pero si un papelito de mierda tiene mi nombre, y también el de mi mamá, escrito por todos lados, no me queda mas remedio que ponerme a leer ¿Me podés explicar quién es esta Mora, de dónde lo conocés tanto a Tito y que tenemos que ver nosotras dos en todo esto?

Con tecnología de Blogger.