Este es otro capítulo de "El Pupilo".
Martín Molina está a punto de casarse. Mientras espera por la que será su mujer, en esos 45 minutos, repasa el último año y todas las cosas que le pasaron en su intrincado camino al altar. Habla de sus miedos a lo nuevo, de lo tanto que la extraña a Mora, de lo grande que es Julio Iglesias, y de la complicada relación con su suegro Tito Lopez Audet.
Si preferís leer la historia desde el principio, recién lo conocés a Martín, te salteaste algún capítulo, o no te acordás de absolutamente nada, podés empezar desde cero en este link: https://www.javierlentino.com/p/el-pupilo.html
Ah .. y si te quedan ganas de más, podés escuchar la música de Martín en este otro link:
https://www.youtube.com/playlist?list=PLG3GJZT8W54jmA-ZiSozBig94a8JVGO5R
Me desperté sobresaltado por el teléfono, sin saber muy bien en que cama dormía.
—¿Estás solo Molina?— disparó el Negro en un susurro apenas atendí. —Si no cortá y decí que estaba equivocado.
—Estoy solo ¿Qué hora es?
—Las 11 ¿Por qué no me llamaste? ¿Cómo te fue?
—Hablame bajito que me explota la cabeza. Siempre lo mismo, no aprendo más. No hay nada peor que el whisky de los telos(*) —dije buscando mi propia voz y tomando el último poco de agua que me quedaba en el vaso de la mesa de luz.
—Rápida la chica ¿No ibas a cenar?
—Al telo directo me llevó. Cené whisky con caramelos masticables. Buena época esta para andar de novio.
—¿Ya te pusiste de novio?
—¿No me habías pedido eso?
—No te hagas el gil Molina, mirá que yo te conozco bien. Vos sos el típico novio profesional. Quedás atrapado en una relación eterna, solo con dos noches, una tanga de leopardo y la ilusión de la familia grande que nunca tuviste ¿Fabiana te dijo algo de Tito?
—Nada. Pero me lo encontré en la puerta de su casa cuando la fui a buscar. Se hizo el amigo. Me contó que la había invitado a Mora a almorzar para charlar y convencerla. Que pasara por ahí como si fuese de casualidad. Para rematar me dijo que si le contaba algo a Fabiana, cualquier cosa que fuera, me rompía la cabeza.
—Que hijo de puta...
—No pasa nada. Fue solo eso.
—¿Y en qué quedaron?
—¿Con Tito?
—Con Fabiana.
—En nada. La llamaré hoy. Estábamos los dos en pedo y volví a las 5 y media de la mañana.
—Bueno hablamos más tarde y pensamos como seguir. No la llames sin consultarme. Abrazo
Corté suspirando fuerte. Me temblaban las piernas de los nervios y de nuevo tenía las manos frías. No estaba acostumbrado a mentirle a nadie, mucho menos al Negro.
Mi cabeza guardaba algunos flashes, imágenes borrosas de la madrugada, pero no estaba muy seguro de todos los detalles.
Del principio de la noche me acordaba muy bien, de eso si me acordaba. De la locura del viaje en auto, del desenfreno en la llegada al hotel y, sobre todo, del papel descubierto por Fabiana.
—Yo te voy a contar toda la verdad— le había dicho mirándola a sus ojos gigantes cargados de bronca —El negro Vaccaro, mi mejor amigo, trabaja conmigo en la bicicletería. En realidad se llama Gerardo, pero todos le dicen Negro desde que es chiquito. Ya le decían los amigos del barrio, aunque el que empezó con eso del apodo fue su abuelo Francisco.
—¡Evitame las boludeces Martín!
—Si, si.— Dije rápido —El negro se casó, bueno en realidad se juntó con esta chica Mora hace más o menos 3 años, y hace poco, un poco menos de un año, se separó. Se fue de su casa.
Fabiana tomo un poco más de whisky y se recostó por completo sobre la cama. Su cuerpo desinhibido, irreverente, completo ante mí. Miré para arriba, buscando concentración. El espejo gigante del techo me devolvió mi propia imagen, y la mejor perspectiva de su desnudez.
—Avisale al amigo ese que tenés entre las piernas— dijo chasqueando sus dedos para bajarme de mi viaje celestial —que en este cuarto no va a pasar nada hasta que aclares este temita del papel. Seguí de una vez, dale.
—En realidad se separaron por una montaña de cosas. Empezaron mal. El viejo de Mora no quiso que la hija viviera en un departamento de barrio, entonces compró una casa enorme y la puso a nombre de la hija. Para evitar problemas tampoco la dejó casarse, ni siquiera por civil. El turro se llenaba la boca contando que mi amigo era un incompetente, un interesado, que solo estaba con su hija por la guita. Vos porque no lo conocés, pero yo te puedo asegurar, que aun después de todo, esta loco por esa mina.
Por suerte, a mí siempre me tuvo miedo. Al negro no, pobre ¡Pero a mí sí! “Negrito” esto, “Negrito” lo otro, le decía en las reuniones de familia, o delante de los tarados de sus amigos para boludearlo. Mal bicho. Cada vez que venía a la bicicletería me daba la mano y se presentaba, como si no me conociera de nada.
—A ver, tesoro ¿Me explicás? Quizás como yo no fui a la facultad, toda esta explicación me cueste un poco más. Pobre tu amigo, me da pena, te lo juro. Igual sigo sin entender que tenemos que ver Tito, mi vieja y yo con la separación de tu amigo y la de esta chiruza ¿Cómo se llamaba?
—Mora.
—¡Y que querés! ¡Con ese nombre! La típica tonta, engreída y mal criada. Seguro que es rubia y toma 7Up— se río sin ganas de su acertada conclusión y terminó lo que le quedaba de whisky de un solo trago.
Me quedé mudo pensando. Estudiando muy bien que decir.
—¡Martín! ¡Dale!
—Tito es el padre de Mora— dije por fin.
El vaso de Fabiana cayó de su mano y se estrelló en mil pedazos contra el piso de baldosas.
—Por eso Tito se puso nervioso al verme el otro día— seguí al ver que me creía. —Por eso quizo hablar conmigo hace un rato en la puerta de tu casa. Desde que lo descubrí, lo tengo amenazado con contarle a su mujer, a su hija. Con contarles a ustedes si no me ayuda a recuperar a Mora. Bueno, a que el Negro la recupere.
Se me quedó mirando en silencio con la mirada perdida. No había escuchado nada más. Su seguridad habitual, su sonrisa irónica de un momento atrás, solo era una mueca en su cara pálida.
—¿Vos estás seguro de lo que estás diciendo?
—Por supuesto que estoy seguro. Lo conozco a Tito hace más de diez años ¡Si hasta pasamos algunos veranos juntos en Punta Mogotes! Yo sabía que el tipo era un tramposo, se nota de lejos. Pero negar la familia completa me parece que ya es demasiado.
Hablaba con una voz que no era la mía. Estaba desnudo y vulnerable parado en el medio de una habitación llena de espejos. Pero por alguna razón inexplicable, me sentía seguro y en paz casi como nunca en mi vida.
Fabiana en cambio se había parado buscando otro vaso y más whisky. Caminaba en círculos a mi alrededor, hablando sola, sus ojos desorientados, buscando hilvanar sus propios recuerdos.
—Las veces que me dijo que era la hija que nunca había tenido, que nada en el mundo le gustaría más que llevarme del brazo al altar ¡Que cínico hijo de mil puta!
Paró de caminar de repente y disparó —¿Vos no estarás inventando todo este verso por algo no? Para robarnos. O para secuestrar a Tito, porque plata debe tener ¿O sos de la banda esa que drogan a la gente para sacarle los órganos?
Se alejó de mi lo más que pudo y agarró una toalla de las grandes para taparse.
—¿Vos estás loca? ¡Si la que me trajo acá y me puso en pelotas fuiste vos! ¿Cómo voy a inventar una cosa así?— Busqué la billetera en el sillón y saqué mi libreta negra llena de nombres. —Mirá— le dije señalando la página correcta —Tito Lopez Audet - Casa: 803-2894 - Oficina: 393-5576. Ahí lo tenés. Explicame, a ver: ¿de dónde saqué dos teléfonos de un tipo que acabo de conocer? ¿Para qué los tengo? Mirá la dirección de su casa. Dale, leé ahí.
—Arenales 3204 - 4to A— dijo despacio mirando la libreta de cerca. —Nunca nos dijo donde vivía. Las veces que salimos, que fuimos a cenar los 3, nos invitó a los restaurantes esos que quedan cerca del hipódromo de San Isidro. Te juro que no lo puedo creer. Ves que la pobre Lita está meada por los perros. Primero mi viejo se va con una pendeja de 30, desaparece. Y ahora que parecía que la vida se le encaminaba, este tipo aparece con una familia escondida.
—Fabi, no podés decir nada. Me lo vas a tener que prometer. Tu mamá no se puede enterar.
Fabiana rompió en un llanto algo más dramático de lo que esperaba. Quizás era el alcohol; o la verdad, que una vez más la golpeaba de frente.
Sin dejar de llorar me pidió perdón por desconfiar de mi y por revisar mis cosas. Luego llegó una reconciliación poderosa de risas y llantos, de planes perfectos, de venganza común. Y también un pacto secreto. Una promesa estúpida de fidelidad eterna celebrada entre sábanas húmedas, espejos en el techo y luces rojas.
Me levanté y ya me iba al baño, pero el teléfono de casa sonó una vez más.
—Martín— dijo el negro apenas volví a atender —¿Le contaste algo de Mora?
—Nada.
—¿Nada de verdad?
—Te lo juro.
(*) Telo: (hotel al revés) Sustantivo vulgar utilizado en Argentina, para definir a los albergues transitorios, hoteles de alojamiento o moteles.
viernes, 31 de enero de 2020
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