jueves, 2 de julio de 2020

Perder la esperanza

Este es otro capítulo de "El Pupilo".

Martín Molina está a punto de casarse. Mientras espera por la que será su mujer, en esos 45 minutos, repasa el último año y todas las cosas que le pasaron en su intrincado camino al altar. Habla de sus miedos a lo nuevo, de lo tanto que la extraña a Mora, de lo grande que es Julio Iglesias, y de la complicada relación con su suegro Tito Lopez Audet.

Si preferís leer la historia desde el principio, recién lo conocés a Martín, te salteaste algún capítulo, o no te acordás de absolutamente nada, podés empezar desde cero en este link: El Pupilo - desde el principio

Ah .. y si te quedan ganas de más, podés escuchar la música de Martín en este otro link:
https://www.youtube.com/playlist?list=PLG3GJZT8W54jmA-ZiSozBig94a8JVGO5R



Y vos, entonces, debés ser el Negro —dijo Fabiana y lo saludo con un abrazo como si lo conociera de toda la vida —. Martín se preocupa mucho por vos.

El Negro se puso colorado de repente y no pudo contestar nada.

—¿Te molesta que te diga Negro? Si no te gusta decime, no pasa nada ¡Ay qué boluda! ¡ni siquiera sé cómo te llamás!

—Rolando —dijo Fede otra vez sentado en el mostrador y empezó a reírse solo —. Rolando Vaccaro. A veces pienso que los padres lo encontraron tirado en la calle con el nombre anotado en un papel. Mirá que había nombres para ponerle. Rolandito le dice la mamá cuando viene. Poverino. Durante un tiempo intentamos con Roli, pero no funcionó. Decile Negro y listo.

El Negro se reía, pero seguía sin decir nada y cada vez se ponía más colorado.

—Listo, Negro entonces — dijo más tentada que Fede y yo casi me derrito — ¿Qué tengo? ¿Qué me mirás Molina? Vamos, dale ¿Estás para invitarme a almorzar?
Salimos en la camioneta y Fabiana se sentó pegada aprovechando el asiento entero. Mora no se había sentado así nunca en su vida. Ni a los 18, ni siquiera en pedo después de una fiesta. "Es de groncha” siempre decía con cara de asco.

—Poneme el cassette que te regalé.

—Uy, lo dejé en el Alfa. Escuchemos a Julito.

Fabiana revoleó los ojos y se me tiró encima mientras "Por ella" arrancaba despacio.

—Me vuelve loca que seas tan aparato.

—¡Y lindo pibe!

—El que es lindo pibe es tu amigo el italiano.

—¿Fede? ¡No es italiano! Se hace para levantarse a las boludas como vos.

—¿Ay, te pusiste celoso? Ahora me gustás más. Doblá en la primera, dale. Hay una parrillita justo frente a la iglesia ¿La conocés? Tengo un hambre ¿No tenés hambre vos?

Nos sentamos en una mesa de las de afuera, abrigados a pleno sol. Era uno de esos días lindos del invierno, de los últimos de agosto. Los plátanos añosos de Floresta ya se habían cansado del frío y, como podían, empujaban las primeras hojas verdes de la temporada. El olor a asado y el aire tibio del mediodía, me llenaban de energía. Me encantaban las mesas de madera gastada con manteles de papel, los platos blancos nuevos, el contraste con las veredas amarillas y sucias de mi barrio. Esa sensación rara que a veces tienen las tardes de Buenos Aires, que nos dan permiso para estar de vacaciones un lunes a las dos de la tarde.

—Yo nunca tuve amigos como los tuyos — dijo Fabiana de repente y se me quedó mirando, perdiendo su sonrisa casi de repente.

—¿Estás bien? ¿Qué pasa?

—Si, estoy bien. No pasa nada. Solo que cuando nos íbamos de la bicicletería el Negro me abrazó fuerte. Vos no lo viste porque ya estabas bajando la camioneta de la vereda. Fue un abrazo lindo, sentido, de amigo. ¿Sabés lo que me dijo? “Gracias por alegrarle la vida a Martín”. Es la primera vez en la vida que me dicen algo así. Me hizo sentir importante.

—Es que sos importante.

Me miro fijo y quiso sonreír, pero no pudo.

—El Negro es muy buen tipo —dije para cambiar de tema.

—Se le nota —. Se puso rápido los anteojos de sol y se restregó la nariz con el dorso de la mano. —Lo tenemos que ayudar, Martín. Si está enamorado de su mujer no podemos dejar que el hijo de puta de Tito se lo impida.

—¡No le vayas a decir nada! —dije de golpe, con algo más de ímpetu de lo que quería —. Mirá que no sabe que vos sabés.

—Si, si, quedate tranquilo. Ayer a la noche Tito me preguntó por vos. Me dijo que se tenían que encontrar no se donde a almorzar y no habías ido. Quería sacarme de mentira verdad. Saber si me habías contado algo. Me preguntó si mi vieja estaba contenta ¿Cómo se llamaba la turra de la hija?

—Mora. No es mala mina. Está confundida, pero en el fondo es buena gente.

—No sé, no la conozco. Pero con ese nombre de programa de cable.

Fabiana hablaba enojada de Tito, de Mora, de como le habían cagado la vida al Negro entre los dos. Yo solo pensaba en que me había olvidado de ir a almorzar el domingo.

—¿Me estás escuchando?

—Me colgué, perdón ¿Qué me decías?

—¡Qué me pone contenta haberte conocido! Necesitaba andar con alguien como vos. Que sea bueno de verdad, sin vueltas, sin mentiras. No te agrandes porque seguís siendo el mismo raro pero, ¿sabés las veces que me engañaron? ¿los mentirosos con los que estuve metida? Salí casi dos años con un tarado que era maestro de grado. Me contaba que el padre le había dejado una fortuna, pero que daba clases por esa necesidad interior de ayudar a los demás, de devolver su suerte a la comunidad. Era todo mentira. Ganaba 450 pesos por mes, se gastaba toda la guita en ropa y lo mantenía la madre. Se quedaba a comer en casa y yo como una pelotuda le hacía milanesas y le planchaba las camisas ¿Podés creer? ¿Y mi vieja? ¡Pobre Lita! Todavía ni se enteró. La pobre mujer vivió la mitad de su vida creyéndole al atorrante de mi papá. Y cuando parecía que la cosa se le encarrilaba por fin, aparece esto de Tito y su familia escondida. Años de ilusión a la basura, a la mierda el sueño de casarse, de poder viajar, de compartir su vejez con alguien que la quiera de verdad. Lo peor de todo es que yo también me lo creí. Fabi la que se las sabe todas, la que tiene calle, la que se lleva el mundo por delante. La verdad es que fuimos siempre dos ingenuas.

Sus palabras resonaban fuerte en mi cabeza y sentía como el bife me iba cayendo mal de repente. Quise contarle mi verdad pero, en cambio, me quede mirando la calle apichonado como siempre, masticando bronca como muchas otras veces.

Un Renault 18 paró justo en la puerta de la iglesia. Un tipo joven, con saco y corbata, bajó con un ramo de flores gigante y se quedó apoyado en el auto, esperando. Se lo veía contento, sobrado, sonreía casi sin querer. Fumaba y soltaba el humo despacio, cerrando sus ojos de cara al sol.

No pasó tanto para que Esperanza apareciera por las puertas dobles de la parroquia y bajara las escaleras con sus pasos cortitos. Estaba vestida de jeans gastados y botas, con un sweater negro de cuello alto y una campera marrón de gamuza cortita. Llevaba su pelo largo suelto, peinado con dos hebillas doradas, una de cada lado. Me la quedé mirando, mientras Fabiana pedía el postre y el café, tratando de entender que era lo que pasaba realmente.

No me dio tiempo. El tipo abrió sus brazos apenas pisó la vereda y ella se le tiró encima en un abrazo largo. Se separaron por un momento, charlando divertidos y las flores pasaron de mano en mano.

Mientras Fabiana pedía un flan con dulce de leche, y me preguntaba si quería café o cortado, el tipo del Renault tiró el cigarrillo al piso y se volvió a apoyar contra el auto en un movimiento que parecía estudiado. Esperanza, entonces, lo abrazó de nuevo, sonrió y, diciéndole algo que no pude adivinar, le partió la boca de un beso.
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