miércoles, 6 de diciembre de 2017

El taller de Paula

Paula tiene un taller divino en el fondo de su casa. No es que sea gran cosa, porque tampoco es tan grande; pero es la imagen viva de esa fábrica tan manual como especial con la que soñó toda su vida.

Es una construcción simple y rectangular de ladrillos enrasados. A pesar de ser relativamente nueva, los muros parecen curtidos, como gastados por el tiempo. El techo plano, de chapas grises acanaladas, termina en un alero cortito que no tapa el sol, ni sirve de mucho; pero le da ese aire particular de las casonas antiguas y señoriales que solían inundar la Provincia de Buenos Aires.

El piso, de calcareos color bordeaux, tiene el gastado típico de los lugares usados con ganas. Su lustre suave, que Paula cuida con esmero, aserrín y kerosene, está cubierto por un alfombra de yute natural que la protege del frio del invierno, y la deja estar descalza los días de verano.

Para poder ver todo el jardín, Paula cambió casi toda la pared del frente por un ventanal enorme. En los días lindos, el sol de la mañana se mete de lleno y revienta contra la mesa de trabajo. Pero cuando el cielo se pone gris y la lluvia no hace mas que entristecer el alma, su parque se vuelve mas verde que nunca y el taller luce tan lindo como inusual.

Trabaja todos los días hasta que caiga el sol y casi nunca se toma vacaciones. De a uno por vez, y con una dedicación infinita, produce muñecos de tela, lana y retazos que tienen identidad propia. No trabaja por plata; no le importa. Su misión en la vida es que sus muñecos sean especiales, queridos y respetados.

Por eso disfruta regalándolos y nunca le vende a cualquiera; mucho menos mantiene stock. Todo lo que diseña, cose y confecciona está hecho para alguien; aunque su futuro dueño aun no lo sepa.
Es una chica definitivamente especial, pero no necesariamente particular o distinta. Es, eso si, portadora de un sentido muy particular de la estética. Ese de una época mas simple, donde las cosas eran definitivamente mas comunes; pero se disfrutaban mucho mas.

No concibe la noción de juguetes en serie, olvidados, o de dueños anónimos. Cree en cambio en las cosas queridas, apreciadas y decididamente propias. Las que carecen de valor económico y que solo se atesoran en el corazón.

Hoy es un día lindo de los primeros de diciembre y Paula prepara el desayuno con la puerta de la cocina abierta para que entre el fresquito de la mañana.

- Manu, ¿me acompañás al taller? Necesito que me ayudes con unas cajas.

El chico revolea los ojos tirando la cabeza para atrás. - ¿Ahora mamá?, dale, estaba justo mirando esto.

- No seas malo, es un ratito nada mas. Después podés ir a jugar a lo de Fede como habíamos quedado.

Enojado y arrastrando los pies Manu mira al cielo y resopla. No puede creer que tenga que trabajar el día mismo en el que empiezan las vacaciones del colegio. Paula, en cambio, va feliz, abstraída del enojo de su hijo, sumida en sus propios pensamientos. Como siempre, tiene su pelo recogido, usa jeans cómodos, remera de manga larga y zapatillas blancas. Lleva consigo un café con leche en una taza que acaba de elegir.

- Mirá mi lindo, ¿ves esas dos cajas que están ahí en el piso? Llevá una hasta la cocina con cuidado y volvé rápido así te llevás la otra, dice mientras se acomoda en su silla alta y abre un cuaderno que dejó justo al lado de un oso marrón oscuro y de rulos apretados que no hace mas que mirarla fijo.

El taller no es grande y la mesa de madera, gastada, golpeada y rayada por todos lados, ocupa casi todo el espacio. El ventanal del sol, como Paula le dice, no tiene ni un corte y corre de piso a techo solo para que el jardín forme parte de su taller. Las paredes de cemento alisado están cubiertas de estantes robustos color celeste. Sobre ellos, docenas de frascos de todas las medidas guardan hilos, broches, tuercas, tornillos, chapitas y hasta bolitas japonesas. En un costado, dos cajoneras bajitas de metal color gris, iguales a esas que había en las oficinas de los años 70, archivan fotos, dibujos, notas de cada proyecto y cartas que algún chico envió alguna vez. Cada cajón tiene un cartel en su marco de metal que anuncia su contenido con una letra manuscrita de otro tiempo. Hay también latas de durazno llenas de tijeras de todas las medidas, otras con lápices de puntas recién sacadas, marcadores y varias latas grandes, como esas del dulce de batata, llenas de formas de fieltro, ovillos y retazos de tela.

- ¿Son muñecos para alguien ma? Pregunta Manu agarrando la primera caja con sus dos manos.

- Si. Esa grande es un mono que se llama Rolando para el hijito de Gaby. ¿Te acordás de Gaby, la amiga de mamá? La otra es una lagartija. Le puse Manija. Es para una chica muy linda que no conocés. Una divina, me mandó una carta el otro día.

- ¿Y el oso ese de la mesa para quien es? dice Manu señalando con la cabeza.

- Ah, ese te lo hice para vos, contesta Paula desinteresada sin siquiera levantar la vista.

- ¿Para mi? Dale mamá, yo ya tengo 10 años. Soy grande. Ya no estoy para jugar con osos. Además, tus juguetes son para chicos chiquitos.

- Si no lo querés se lo damos a tu primo.

- Ah no, no, no. A mi primo no.

- Pero ¿por qué no? si vos no lo querés.

- No, si, si. Lo quiero ¿Cómo se llama?

- Benito, dice Paula con los brazos cruzados jugando a ser seria. - Pero le podés cambiar el nombre si no te gusta; aunque no creo que te conteste.

- Si ma, claro; seguro me contesta, grita Manu con gesto sobrado desde el caminito del jardín que lo lleva de vuelta a la casa.

Paula mientras tanto piensa, garabatea en su cuaderno y mira el techo buscando inspiración. La sorprende el ring de su propio celular. Sale al jardín buscando recepción. Va de un lado al otro con el "hola, hola" hasta que finalmente se decide por un banco de plaza que tiene cerquita de un sauce y se sienta a charlar.

Manu, vuelve corriendo en busca de su segunda caja y su ansiada libertad laboral.

- ¿Así que te llamás Pepito? Le dice al oso entrando al taller.

- Benito, responde el oso mirándolo fijo con esa cara de nada típica de los muñecos de peluche.

Manu tropieza hacia atrás, sorprendido, y cae sobre la caja de la lagartija abollándola por completo. 

Benito, que ni se mueve, continúa: - Escuché que le decías a tu mamá que ya estás grande para jugar con muñecos. ¿Qué pasa? ¿Tampoco le escribís cartas a Papá Noel? Mirá que faltan pocos días.

- Mamaaaá ..., balbucea Manu medio asustado.

- Dejala a Paula que esta hablando por teléfono. Y no te asustes. Soy un oso que habla nada mas. ¿Vos nunca hablaste con tus juguetes?

- Bueno ... si; a veces, dice Manu mas seguro, pero manteniendo distancia y bien cerca de la puerta. A la larga, Benito sigue sentado ahí; quieto.

- No todos los juguetes hablan, sigue Benito mientras levanta un brazo para acompañar la explicación. Algunos solo se quedan quietos para que los chicos los abracen. ¿Viste la lagartija que está en la caja? Es especial. Se pone calentita cuando está cerca de un chico que no quiere dormir solo.

- ¿En serio? ¿Y el mono?

- ¿Rolando? Es un mono medio raro. Habla todo el día, pero solo con los juguetes que son como el. No habla con muñecos de otro país; dice que no les entiende. Pero puede hablar con las mascotas de verdad. Parece que el perro de Gaby le come los juguetes al hijo y dice Paula que Rolando lo puede convencer para que no lo haga. No se, mucha fe no le tengo. 

-Te preguntaba antes ¿No le mandaste todavía la carta a Papá Noel? Escuché que tu mamá decía que no querías mandarla mas.

- No, no la mandé. ¿Para qué? Si Papá Noel no existe.

- ¿Cómo que no existe? 

- No existe Benito ¿Benito te llamabas no?

- Si, si. dijo el oso rápido ¿Por qué decís que no existe? ¿De dónde lo sacaste?

- Me dijo Fede, mi amigo del colegio. Dice que Papá Noel son los padres. Y estuve pensando y tiene razón. Nosotros siempre vamos a la casa de mi abuela para Navidad y viene Papá Noel. Pero en realidad es un amigo de mi papá que se disfraza; le vi el reloj el año pasado.

- Mirá Manuel. Es verdad que el Papá Noel disfrazado no es el verdadero. En eso tenés razón. Pero todos los padres no son Papá Noel. ¿No me dijiste que era un amigo de tu papá?

- Bueno, está bien. Los tíos, los abuelos, los amigos. Pero no viene nadie con un trineo del Polo Norte como dice mi mamá. En realidad todo eso del taller, la fábrica y los duendes es todo mentira. Además, a veces yo pido algo y me trae otra cosa. El año pasado pedí una Play y me trajo un perro hecho por mi mamá que ni se mueve.

- ¿Pero vos no querías tener un perro?

- ¡Si! ¡Pero yo quería un perro de verdad! ¡No un muñeco como los que hace mi mamá!

- Te cuento algo, pero no le digas a Paula que yo te conté.

Manu dijo que si con la cabeza.

- El Papá Noel del traje rojo, el gordo de barba blanca que esta en las latas de Coca Cola, puede ser que no exista. La verdad, yo no lo vi nunca. Y también es verdad, como dice tu amigo Fede, que Papá Noel en realidad son los padres de los chicos. ¿Te hago una pregunta nada que ver? ¿Alguna vez acariciaste al perro ese que te hizo tu mamá? ¿Le tiraste un palito, una galletita, a ver que hacía? Yo lo conozco bien a Gutierrez, le encanta jugar y correr.

Paula entró al taller guardando el celular y Benito se quedó callado de repente. Mudo, quieto como un muñeco cualquiera.

- Manu, ¿todavía no llevaste la caja de la lagartija? ¿Qué le pasó? ¿La rompiste?

- No ma, perdón, perdón. Me caí arriba de la caja sin querer.

- ¿Cómo que te caiste? ¿Te lastimaste?

Paula agarró la caja rota revisando a Manu y la lagartija cayó al piso de calcareos. Manu se agachó para ayudar y sintió la panza calentita al levantarla.

- Ma ... ¿es verdad que esta lagartija ayuda a los chicos a que se duerman? dijo mientras se la daba a Paula.

Paula se lo quedo mirando mientras ponía a Manija sobre la mesa.

- Manu ¿vos tenés miedo de noche?

Manu no dijo nada; no sabía que decir. Pensaba en el perro Gutierrez, en la lagartija, lo miraba a Benito. ¿Estaba soñando?

- Ma ... ¿Papá y vos son Papá Noel? disparó finalmente.

Paula se arrodilló sobre la alfombra de yute para poder abrazarlo. Lo agarró fuerte por un rato largo.

- No es tan fácil Manu, le dijo separándolo por fin. Papá no es Papá Noel, eso te lo aseguro. Pero yo si. 

-Y el abuelo Francisco que se murió cuando vos eras chiquito ... el también fue un gran Papá Noel. ¿Te acordás que te armaba esos robots raros con piezas de autos y tornillos? Cuando el murió, mamá armó este taller. La víbora esa que se enrosca sola fue la primera que te hice con unos resortes que habían quedado de su taller. Y esta mesa grandota es la misma que el tenía en el fondo de su casa, dijo acariciándola con la mano y la vista perdida en el parque.

- Entonces, ¿todos los chicos tienen un Papá Noel en sus familias?

- Si señor Manuel, dijo Paula encogiendose de hombros.

- Aunque no parezca, siempre, en todas las familias, hay un Papá Noel. Alguien que quiere que los chicos estén contentos y tengan un regalo de Navidad; aunque sea chiquito. A veces los chicos piden algo y les regalan otra cosa. Y otras veces algunas familias ayudan a otras. ¿Viste que a veces yo hago ovejas grises para la escuelita de la otra cuadra? Ahí van algunos nenitos que no tienen ni papá ni mamá. Yo soy el Papá Noel de ellos también. ¿Entendés?

Manu no contestó, pero hizo que si con la cabeza varias veces.

- Andá si querés a casa, que debe estar por venir la mamá de Fede y no vamos a escuchar el timbre. Y mandame una carta que faltan pocos días, dijo Paula sonriendo con compasión y sacudiéndole la cabeza con toda la mano.

Manu salió contento, conforme como cualquier chico que habló un rato con su mamá. Se perdió de vista saltando cortito por las baldozas desparejas del caminito de vuelta.

Paula solo tenía ojos para Benito. Las manos en la cintura, el gesto serio.

- Te voy a matar Benito, ¿no habíamos hablado de contarle el año que viene? yo quería que la ilusión le durara un año mas.

- Paula …. me dijo Pepito.

- ¿Y? ¿Ahora te vas a poner en víctima? La idea era convencerlo, todavía es chiquito.

- Paula, lo convencí. Vos me dijiste que siga creyendo en Papá Noel. Yo solo quería que el crea en nosotros. En vos, como creemos todos los que salimos de este taller. ¿Y si Manu fuera el siguiente?

Paula se quedó pensando sin decir nada. Juntó sus cosas, cerró el cuaderno y le dió una palmadita a la lagartija Manija que todavía estaba tibia.

- La verdad Benito, se me fueron un poco las ganas de trabajar. ¡Y para lo otro que decís ... todavía falta mucho! 

- Además, vos vas a estar ahí para ayudarlo, ¿o no? dijo guiñándole el ojo.

Benito la miró con su habitual cara de nada.

- Bueno me voy. Chau chicos, hasta mañana.

- Hasta mañana Paula, dijo Benito.
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