viernes, 2 de febrero de 2018

La máquina del tiempo

- Buenos días, ¿el señor Fernando Onetti? dijo la voz metálica por el portero, mientras la imagen del visor mostraba a un cartero en blanco y negro no sabiendo muy bien para donde mirar.

- Si, si; soy yo. ¿Quién es?

- Del Correo Argentino señor. Tengo un paquete para usted que necesita su firma, dijo encontrando la cámara por fin.

- Ya salgo. ¿Quién lo envía?

- A ver, deme un minuto ... Mario Onetti dice acá.

- Ya voy, pero Mario Onetti no puede ser.

- ¿Cómo?

- ¡Qué Mario Onetti no puede ser! gritó enojado buscando sus llaves. - ¡No lo puedo creer! ¡Qué lindo sábado!

Ya habían pasado varios meses desde la muerte de su padre, pero la sola mención de su nombre no hacía mas que cargar las tintas de su habitual ansiedad. Vivía preso de un cocktail diario y explosivo de nervios, angustia y quizás ¿bronca?
- ¿Qué tal? Buenos días ¿Dónde le firmo? dijo con el gesto cansado, sacándose el pelo de la cara con toda la mano. - Mire que me leyó mal el remitente, Mario Onetti era mi padre y falleció hace poco. ¿No será Mariano?

- No, no; Mario. Acá dice Mario. Mire, fijesé.

- A ver, déjeme ver a mi, dijo sobrando la situación y casi arrancándole los papeles al cartero. Reconoció la letra prolija de su padre en los formularios; la confirmó en la etiqueta del paquete. Avergonzado de su propia reacción, firmó rápido y ensayo un "gracias" sin, siquiera, levantar la mirada. No quería que el cartero lo viese llorar.

- No te pongas mal pibe.

- Perdóneme. Ultimamente con esto de mi viejo me pongo nervioso por cualquier cosa y le contesto mal a todo el mundo. Usted no tiene nada que ver; discúlpeme.

- No pasa nada, no te preocupes. ¿Te hago una pregunta?

Fernando solo asintió con la cabeza devolviéndole los papeles y la birome.

- ¿Era buen tipo tu viejo?

- La verdad que si, pobre. Créame, no es por el. Son estas cosas de mierda, el paquete, la muerte, la incertidumbre.

- Bueno, tal vez sea un regalo ¿no? Un album de figuritas que no encontrabas, fotos viejas, un paquete de chocolate en rama.

- ¡O salamines!

Se rieron juntos.

- ¿Sabés cual es el problema Fernando? ¿Era Fernando no? En algún momento la gente crece y se olvida de divertirse. Como si reírse de cualquier cosa fuese cosa de chicos. Te doy un solo consejo: No dejes que la muerte de tu padre te haga perder la ilusión. Ilusionarse pasa por vivir la vida a fondo, con ganas. ¿Qué sabés lo que dice la carta?

Le dio una palmada en la espalda y desapareció por la esquina guardando la planilla en el bolso de cuero.

Fernando se sentó al sol en el macetero de su casa. Sin buscarla, se encontró con la primavera de su propio barrio. Los tilos de la calle parecían animarse a crecer y el verde de sus hojas, traslúcidas por momentos, parecía volverse mas intenso con el sol fuerte de la mañana. Respiró hondo. Tomó coraje y abrió el paquete con manos temblorosas.

Arriba de todo encontró un sobre con su nombre y el de su hermano. Debajo, un paquete prolijo de 20 cuadernos negros, casi iguales, envueltos en papel madera. Despegó el sobre con cuidado para no romperlo. La carta no era muy larga. Dos hojas inundadas de lapicera fuente. Las líneas apretadas, la inconfundible imprenta, los usuales papeles blancos y sin líneas.

"Queridos chicos", rezaba el encabezado sin fecha ni ciudad. "Si mis cálculos - y el bendito Correo Argentino - no fallan recibirán esta carta poco después de mi muerte. Es cierto que mencionarla, el escribir su nombre en un papel, me incomoda y hasta me pone la piel de gallina. Pero les juro que estoy tranquilo y en paz; por momentos, hasta conforme. La tuve a mamá casi toda la vida, los tuve a ustedes que son mi orgullo máximo, la razón de mi propia vida ... "

Las lagrimas de Fernando cayeron sobre el papel y destiñeron la tinta.

"Esta no es una carta de despedida ni mucho menos. En realidad es una de bienvenida. Estos cuadernos representan la puerta de entrada a un mundo que aun no conocen.
Por muchas razones, a veces por compromiso, otras veces por vergüenza, nunca pude ni supe contarles. Este envío es una invitación para los dos. Un pasaje en el tiempo hacia mi propio pasado. Un viaje directo a la historia misma de esta familia que es tan mía como de ustedes."

Fernando dejó los papeles en la caja y llamó a su hermano sacando el teléfono del bolsillo.

- Marianito, ¿que hacés loco? dijo con la voz entrecortada mientras se secaba la cara con la manga del buzo. Escuchame, recibí un paquete de papá con una carta, dijo mirando para arriba buscando, quizás, respuesta en el cielo.

La línea quedo muda, vacía.

- Es vieja, aclaró rápido adivinando la confusión de su hermano. - Se ve que la mandó antes y llegó ahora. Pero no es solo para mi, es para los dos. ¿Querés venir? La verdad, no estoy para leerla solo.

- ¿Qué hay en la caja?

- Cuadernos negros. Un montón.

- ¿Escritos?

- Si, si ... algunos mas viejos que otros. Están todos fechados en el lomo, yo nunca los había visto. La carta habla algo de un pasado que no conocemos, de la historia de la familia ¿Vos sabías algo?

- No, la verdad que no ¿Vos estás en tu casa? ... bancame que voy para allá.

Mariano lo encontró a Fernando todavía sentado en el macetero, la vista perdida.

- ¿Que hacés acá sentado? ¡te van a afanar!, le dijo mientras subía la moto a la vereda. Se llevaban poco mas de tres años, pero mantenían una afinidad entrañable.

- Vamos para adentro. Estás acá solo como un pelotudo, la puerta abierta. ¿Vos le tenés miedo a la policía y confías en los chorros?

- Me hacés reír. ¡Tenés razón! ¿Te hago café?

- Dale ¿Le contaste a María?

- No, no está. Se fue temprano a llevar a Gutierrez al veterinario porque se la pasó llorando todo la noche. Parece que el pelotudo tiene otitis. ¡Otitis! Eso le pasa por meterse todo el puto día en la pileta ¡Lo único que falta es que le pongamos aparatos para que esté mas lindo! Che, perdoná que te hice venir así, pero estoy como loco.

- No te calentés ¿Querés que siga leyendo yo? Alcanzame la carta, dale.

Volvió a empezar leyendo despacio. Siguió con tono firme.

“Los cuadernos del paquete están divididos por años y, si bien pueden leerlos como quieran, les recomiendo que empiecen por el mas viejo de todos. El último, el mas nuevo, termina el día mismo en el que nació Fer.”

Mariano tomó cafe, la sonrisa le llenaba toda la cara. - Siempre Fer, Fer ... ¿y Marianito?

- Dale boludo, seguí.

“Por alguna razón sentí que era mi obligación contarles todo aquello que no saben. Si bien el relato es subjetivo, les juro que no esconde nada. Lo que digo y cuento no tiene inventos, mucho menos ficción. Es la estricta realidad tal cual la viví.”

- Che Fer, me quedé pensando ¿Cómo vas a hacer para leer todo esto hoy? Te vas a tener que tranquilizar a la fuerza, dijo ríendo fuerte.

Fernando se rió de su hermano y de su propia miseria.

- ¿Te imaginas? Empastillado diez días seguidos para leer la biografía no conocida del viejo. ¿Podés creer que el cartero que dejó el paquete me dijo que no me preocupe?. ¿Me habrá visto mal?

- ¿Era psicólogo o cartero?

- En serio te digo salame. El tipo tenía un aire patriarcal, casi espiritual. Me dijo que no pierda la ilusión, que no me olvide de reírme y que disfrute la vida.

- Como se llamaba ¿Angel? ¿Della Guarda de apellido? ¿Un amigo de Ravi Shankar?

- Para vos, siempre, son todas boludeces, todo es joda, nada es importante. Seguí leyendo dale, dale.

"Empecé a escribir cuando supe que no me quedaba tanto tiempo. Busqué remanso en estas páginas, tranquilidad en los tiempos felices. Paradójicamente me di cuenta que había pocos momentos tristes. Hubo por supuesto broncas, enojos, pérdidas y días amargos. Pero tiempos largos y tristes, la verdad, muy pocos. Escribiendo me di cuenta que viví la mayor parte de mi vida preocupado, nervioso, ansiando desenlaces, esperando conclusiones.

Los cuadernos cuentan mucho, pero no esconden nada. Y digo esto para que Fer no se quede leyendo una semana sin dormir."
Mariano levantó la vista y los dos volvieron a reir en complicidad.

"Escribiendo el último de los cuadernos en el hospital, me topé con un enfermero. Medio ayudante, medio asistente, el tipo andaba por los cuartos trayendo agua, llevándose cosas sucias. Un día, sin siquiera pedir permiso, me preguntó: - ¿Tiene miedo de morirse?

Le contesté que si. Le conté también que había vivido con miedo a morir toda la vida.


Su respuesta fue la que me dio la tranquilidad que les contaba al principio. - No pierda la ilusión Onetti. ¿Y si lo que viene es mejor? Se pasó toda la vida preocupado y veo que no para de escribir memorias. ¿Tan malas no deben haber sido, no?

Trabajé toda la vida para que vivan contentos. No lloren mi muerte. Y si me extrañan, celebren mi vida. Les dejo mi maquina del tiempo en estos cuadernos para que me busquen cuando quieran. Y escriban los suyos, sin perder nunca la ilusión"


Mariano lloraba como nunca.

- ¿Qué pasa boludito? ¿Te corrió frío por la espalda?

Los Onetti se abrazaron fuerte. Eran más hermanos que nunca.
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