¿Tú tienes hijos?— dijo Shirley preguntando por preguntar.
—Dos varones peque .... —Ay, que Dios te los bendiga.— interrumpió sin escuchar, solo pensando en lo suyo. —¿Donde están las minivans mi cielo?
El calor del verano de Miami se hacía sentir en el parking del lote de autos, y el sol brillaba tanto sobre el cemento que costaba mantener los ojos abiertos, pero a Shirley poco le importaba. Caminaba de un lado al otro, su mochila de otra temporada colgada del hombro, y unas zapatillas bien de deporte, que con nada combinaban, solo para ir más cómoda.
ay
Iba chequeando los precios en los stickers de las ventanas, revisando opciones, mirando hacia adentro de los autos, apoyando sus manos juntas en los vidrios, solo para poder ver mejor el tapizado.
Llevaba su celular en la mano, y de vez en cuando se subía el pantalón con su mano libre, levantándolo desde atrás. Hacía ya muchos años que usaba la ropa suelta, y esos jeans grandotes. Jeans de "soccer mom", como ella misma les decía.
—A ver ven, mi vida. No te me quedes atrás.
En este modelo que está aquí, si tengo todos los asientos desplegados entran los 6 niños perfectos, — se decía a si misma en un murmullo, hablando sola entre las filas de camionetas estacionadas. Se volvía a subir el pantalón, se acomodaba el pelo con ambas manos, sosteniendo el teléfono con su boca. —Y los días en los que Joey tiene pelota, — seguía sin que nadie la escuche —puedo llevar, también, los backpacks de los otros niños. Y los bates, y hasta la bolsa esa gigante donde llevo las bolas. Tiene que ser una de estas.
El vendedor la alcanzó por fin.
—¿Tu crees que si pongo los boosters esos pequeñitos que ahora venden en Amazon, igual me entran los 6 niños? Porqué algunos todavía son pequeños.
El vendedor iba a contestar, pero Shirley siguió sin siquiera mirarlo.
—Ay, Ay. El portón trasero, así todo de vidrio, no se si me convence tanto. ¿Cuántos stickers de honor roll tú dices que puedan entrar aquí? Ay mi cielo, estas luces son mas grandes en este carro que en el que yo tengo ahora. Oh my God, aquí hay menos lugar para pegar. Aunque, quizás, maybe, podría también usar el bumper, pero no se ¿Tú crees que la gente los lee igual si están ahí, tan abajito?
Shirley Rodriguez se casó hace tiempo con Luis Medina. Y ese mismo día se cambió el apellido. Se lo iba a poner a continuación del suyo, con un guión, como lo usan sus amigas; pero al final se quedó con el Medina.
Al poco tiempo nació Joey. Shirley tenía el nombre elegido desde que tenía 15 años. Joey o Jackie.
A diferencia de muchas, Shirley es old school. Una madre como las de antes, de esas full time que viven para sus hijos. No conoce a nadie que sea mejor madre que ella. Hay muchas que le preguntan, y hasta le piden consejos, pero nadie se acerca a su dedicación.
Entre todas sus tareas de madre, Mrs. Medina, como le gusta que le digan en el colegio, maneja el pool de transporte.
Fue ella misma, la que se encargó de armar el grupo de Whatsapp, y hasta seleccionó, con una entrevista personal en su casa de Kendall, a las madres de los hijos a los que lleva.
Shirley asigna y cambia los días cuando alguna falta, o se va de vacaciones. Revisa los horarios y hasta se asegura, personalmente, que los autos de las demás estén en condiciones. Que tengan los lugares suficientes, sus boosters correspondientes, y que no se escuche música explicita.
Cuando de temas infantiles se trata, Shirley no confía mucho en nadie,. Y como ella lo hace siempre mejor, prefiere hacer el recorrido tres veces a la semana, solo para asegurarse que todo esté perfecto.
Antes hacía dos días, pero la de los miércoles siempre llegaba tarde. Por su culpa, Joey tuvo dos tardies el quarter pasado.
Por la demora de la madre de los miércoles, una de estas chicas recién llegada, de un país que no es este, de esas que no saben como son las cosas aquí en Miami, Joey se perdió la medalla de asistencia perfecta.
Por suerte ya van dos quarters consecutivos en los que tiene todo “A” en su libreta. Si sigue así, puede ser el mejor de la clase y conseguir, quizás, que lo acepten en un buen High School.
—Señora Medina,— dice el vendedor y Shirley sale de su momentáneo trance educacional. — Con las especificaciones esas que usted quiere, solo la hay blanca. Puede que consiga una silver, pero esa no tiene las puertas eléctricas.
—Ah no, no, no. Ni te preocupes, mi cielo. Ya te lo había dicho. Sin las puertas automáticas, no. Me quedó con la blanca.
¡Qué suerte! piensa Shirley, mientras se repasa los labios con un protector de esos de cereza que venden en el Walgreens y camina al lado del vendedor.
No se está cuidando mucho. Como siempre anda a las corridas, apurada y de acá para allá, suele almorzar un sandwich, de esos grandes de 7-11. O pasa rapidito por el drive-through de Wendy’s. Le encantan las hamburguesas cuadradas que venden ahí porque son las únicas de carne verdadera.
Como no le gusta el agua, vive hidratada a Diet Cokes, que trasvasa a esos vasos gigantes de metal que tanto se usan ahora.
Pero Joey toma y come todo orgánico. Ni siquiera permite que tome el agua regular, que le dan en el colegio. La del grifo, como le dicen algunas de sus compañeras españolas del pool.
Tampoco lo deja comer caramelos, mucho menos hamburguesas, ni siquiera las "buenas" de Wendy's que ella misma almuerza.
No le gusta que vaya a jugar mucho a otras casas. Para salir del paso, las otras madres compran pizza, o los arreglan con un Mac & Cheese de esos que venden en el super.
El vendedor y Shirley entran por fin al salón, y buscan un escritorio vacío en esas oficinas frías, sin un papel, que nunca suelen ser de nadie.
Shirley se deja caer en el asiento, sofocada, cansada; tirando un llavero gigante, con un pompón fucsia y una foto de Joey enmarcada en un protector de plástico transparente.
—¡Qué calor!, oh my God. Y eso que todavía no empezó el verano.
—Sra. Medina, usted tiene hijos, ¿verdad? —arranca el vendedor para sacar charla y distraer, mientras abre los cajones, saca una calculadora, una lapicera, y un montón de formularios para llenar.
—Solo uno, mi vida. Un varón. Y cuando tenga una niña le pondremos Jacqueline. Jackie. A Luis le encanta ese nombre; y a mi también.
Sabes, yo necesito este carro porque soy la encargada del pool. También trabajo los sábados en el PTA.
—Si, si, me comentó antes, cuando estábamos fuera,— dijo el vendedor mientras le iba dando los papeles para firmar.
—¿Te cuento una cosa? A mi hijo seguro le dan un scholarship para una universidad de las buenas. Luis quiere que vaya a Gainsville, que se quede aquí, en el estado; pero con los grades que tiene, y como ese niño juega pelota, seguro consigo dinero en una escuela de esas buenas de Boston.
¿Tú compraste planes de ahorro estudiantil para tus muchachos? ¿Tenías dos niños, verdad?
—Bueno, compré ahora para el mayor que tiene 6, pero para el mas pequeño...
—Ay, mi vida, eso lo tienes que comprar. Yo compré el de la Florida el día mismo que salimos del hospital.
Ahora cuando llegue a la casa, te paso los datos por correo. Anótame tu email aquí en el teléfono.
El tipo lo anotó, solo para que Shirley lo deje en paz. Terminaron de firmar los papeles y salieron en busca de la minivan blanca, que ya estaba lavada y parada en la puerta misma del salón.
Shirley abrió la puerta contenta, y el olor a nuevo salió del auto como un aluvión. Mientras el vendedor sacaba los documentos por la otra puerta y se los entregaba como si fuesen un trofeo, Shirley fue hasta atrás, revisando con cuidado el portón trasero.
—Señora Medina, felicidades por su carro, —dijo el vendedor,— mientras Shirley se sentaba y se ponía el cinturón. —¡Qué lo disfrute mucho!
Al final me habló tanto de su hijo y no me dijo como se llamaba.
—Qué cabeza la mía! el pobre. Mi niño se llama Joey. Joey Anthony Medina.
—Que bello nombre,— dijo el vendedor mientras Shirley sonreía y asentía con la cabeza.
—Increíble lo que son las casualidades. El mío menor, también se llama Anthony.
—Te dejo, mi niño, — remató Shirley, otra vez sin escuchar, —que se me hace tarde para el pool de las 3.
—Si, si, claro. Vaya.
Shirley iba a subir el vidrio, pero el vendedor la paró. —Sra. Medina, cuando Joey necesite un auto, acuérdese de mi. Aquí estamos, a la orden. ¿Cuántos años tiene el niño? Ya debe estar por manejar ...
—No, mi cielo, todavía le falta. Solo tiene 4.
Está ahora en kinder, porque es superdotado y lo adelanté un año.— dijo Shirley y sonrió conforme, mientras cerraba el vidrio y buscaba como hacer para poner directa.
Su van blanca nueva, con el sticker del colegio de Joey recién pegado, salió disparada. Y acelerando, quizás hasta de más, se perdió por la avenida y entre los coches, hasta desaparecer por completo.