viernes, 24 de mayo de 2019

Boleto para amar

A las 7.05 de la mañana Gustavo se afeitó con crema Palmolive, brocha y la afeitadora que era de su papá. El sol brillante del verano se colaba por una ventana y se reflejaba en la cortina de hule color natural. El baño era chiquito y estaba revestido con unos azulejos celestes que ya ni brillaban de tanto Ódex y Virulana.

Como era martes se aseguró de peinarse bien y ponerse colonia. También se aseguró de saludar a su mamá con un beso y dejarle algo de plata para las compras.

A las 8 en punto salió de su casa y caminó 10 cuadras hasta la terminal de colectivos donde trabajaba. Hacía más calor que de costumbre. Se arremangó la camisa para no transpirar.

A las 8.45 se tomó el primer café con leche junto a sus compañeros de la línea de colectivos 166. También se comió dos vainillas porque eran gratis. A las 9 y un minuto decidió tomarse otro café porque estaba más rico que otras veces.

Pensó en la chica de los martes, la que subía a las 3 de la tarde en la esquina de Juan B. Justo y Santa Fé. Pensó en su DKW guardado y lavado en el garage de su casa. En si había quedado lo suficientemente brilloso con la cera que le había puesto mientras escuchaba el partido. En si había cerrado con llave el portón de entrada. En si su mamá tendría cuidado al pasar por el lado derecho del auto cuando volviera del almacén con las bolsas. En si el sodero dejaría los sifones justo donde le había dicho. En el tiempo que hacía que no llevaba una chica en el auto. En la posibilidad de que la chica de los martes diese un paseo con él. En si todavía tenía la camisa bien planchada a pesar del calor. En si se había peinado y puesto colonia.


A las 9.30 se subió al colectivo, mientras se comía otra vainilla y lo arrancó tras acelerar tres veces en vacío. Abrió su ventana y luego 4 ventanas de cada lado para que corriera un poco de aire fresco. Hacia más calor que de costumbre. Prendió la radio, puso FM tango y contó los paquetes de monedas que le había dejado el tipo de cuentas en una cajita de cartón. Revisó la máquina de boletos para ver si estaba llena, pasó una franela naranja por el tablero y le sacó lustre a todos los espejos, sobre todo al que tenía grabado el nombre de su mamá. A las 9.35 ganó la calle.

A las 12.10 se manchó la camisa celeste del uniforme con un choripán cuando paró para almorzar. Pensó en lo bien que hubiese estado si no se hubiese manchado. Pensó en que la parrilla que había elegido le había dejado olor a humo en la ropa. Pensó en que tendría que haber llevado la colonia y el peine en el colectivo. Pensó que estaba gordo y que no tenía que haber comido las vainillas esa mañana. Pensó en la chica de los martes.


A las 11.00 en punto de la mañana de ese mismo día la madre de la chica de los martes entró a su cuarto para despertarla y corrió las cortinas. A las 11.15 volvió con el desayuno porque su hija quería descansar 15 minutos más. A las 12.00 la chica de los martes se metió en el baño de su cuarto. A la 1 de la tarde salió del baño. A la 1.05 le pidió a la mucama que le planche los jeans y una remera de los Rolling Stones. Le pidió también que pusiera el aire acondicionado en 22. Hacía más calor que de costumbre.

Pensó en vestirse de jeans y remera porque era martes. Pensó en que tenía que viajar en colectivo porque no quería ir en su auto. Pensó en no usar anillos, ni collares porque no quería que los chicos de la escuela pública, donde hacía las pasantías de la facultad, supieran que tenía plata. Pensó en el chofer del colectivo 166 que siempre la llevaba. Pensó que era un desastre que le gustase un colectivero. Pensó en lo que diría su mamá si se enterase que le gustaba un tipo así. Pensó si la mucama estaba de novia con un colectivero.

A las 2.40 de la tarde se tomó un taxi en la esquina de Libertador y Canning. Se preguntó porque le atraía un colectivero y ni siquiera reparaba en los tipos de la facultad. Se preguntó si un taxista era más o menos lo mismo o era otra categoría. Se preguntó si quedaba mal que le dijese al taxista que prendiera el aire. Hacía más calor que de costumbre. El chofer aceleraba por Las Heras y no paraba de charlar. A las 2.50 pagó el viaje con un billete de 100 y el tipo se quejó de perder todo el cambio que le quedaba.

Caminó media cuadra hasta la parada de la esquina de Juan B. Justo y Santa Fé. A las 3 en punto de la tarde Gustavo paró el colectivo para que subiera. Mientras le cortaba el boleto, y aceptaba el cambio justo, se tapó la mancha de choripán de la camisa con su mano libre.

A las 3.15 la chica de los martes lo miró a Gustavo por el reflejo del espejo central. Pensó que tenía cara de buena persona. En lo lindo que sería que la invitara a salir. En lo bien que manejaba. En cómo hacer para que la mire.

A las 3.20 Gustavo miró por el espejo y vio que la chica de los martes miraba distraída por la ventana. Se interesó por saber que pasaría por su cabeza. Se preguntó cuántos años tendría. Se preguntó si de verdad le gustaban los Rolling Stones o era solo la remera.

A las 3.30 faltaban dos cuadras para el cruce con Boyacá. La chica de los martes se paró y tocó el timbre para bajar. A las 3.32 Gustavo paró el colectivo y le pidió que por favor baje por la puerta de adelante. Ella pensó que tenía linda voz.

A las 3.33 Gustavo abrió la puerta y le dijo a la chica que se llamaba Gustavo. Ella sonrió y dijo que se llamaba Gabriela. Sin más, bajo la escalera y se quedó parada en la vereda dudando por un instante. Lo miró a Gustavo una vez más. Y una vez más volvió a sonreír.

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