viernes, 17 de mayo de 2019

Penal

Ya sé que el partido esta arreglado. Si lo dijo el corrupto del presidente en el vestuario. “No hay que ganar, no hay que perder. El empate nos sirve a los dos, y cero a cero es el mejor resultado.” Y agarró guita; seguro. Seguro, estoy. Si siempre compra los partidos, aprieta al técnico, te amenaza con no pagar.

Pero pedirme que patee un penal afuera ¿Cómo hago para patear un penal afuera? ¿Cómo me miro mañana en el espejo? ¿Cómo me saco una foto con un chico a la salida del vestuario? ¿Cómo hago para no defraudar a ese monstruo ondulante de cien mil cabezas que se presenta rendido ante mi? Sumiso, listo para explotar de gol; o morir sin pelear a manos de mi fracaso, ahogado por el grito desgarrador de la afición contraria.

Que sensación rara estar parado en este lugar. Solo, de frente al arco, a doce pasos. La posibilidad de triunfo en mi poder, la gloria al alcance de la mano. Este no es mi lugar. Yo soy un defensor. Un defensor que no ha convertido un gol en toda su carrera. Ni siquiera uno de penal. Quizás por esa razón hoy nadie sospeche.

Este no es mi lugar, yo nunca hice goles. Acá tendría que pararse el Titi Celicorni, el diablo Vidal, o el mono Vieytes. “Patealo vos”, me dijo el cagón. Claro, hacete el boludo, Vieytes. Total vos estás para los partidos que hay que salir campeón. Acá los que ponemos el pecho con los dirigentes y el partido arreglado somos los giles, el gil de Ledesma, que después va y pelea los premios por vos.




Ahí está mi cara gigante en el tablero del estadio. El Ledesma de mi espalda multiplicado en los monitores de los palcos de prensa. Filmado, escrachado por todos lados, listo para enarbolar la bandera de la vergüenza en los diarios de mañana.

Ayudame Dios, dame una señal. Decime como hago para patear afuera y que no se note ¡Qué me abran la cabeza de un piedrazo! ¡Qué me mate una bala perdida!

Hace rato que no veo el pasto de esta cancha tan perfecto. Si al menos hubiese un pozo en el punto del penal, podría patear la tierra, doblarme el tobillo, agarrar la pelota mordida. Pero no. Justo hoy, el área parece un billar.

Encima es de noche. De día, en los partidos de tarde, el sol de este lado te pega acá, en el medio de los ojos y no ves nada. Pero hoy con todo prendido parece como de día. De día pero sin sol, sin sombra, sin nada que me moleste.

¿Carrera larga o corta? Corta no. Corta toman los cancheros, los brasileños, los goleadores que tienen cintura y pueden amagar. Los defensores, los picapiedras como yo, tenemos que tomar carrera larga, al menos para que no se note que quiero tirarla afuera. Dos pasos más por las dudas. Si, acá está bien. ¡Por Dios! ¡Qué todos estos ojos que me miran de frente no se den cuenta! Mirá la cara de ese nenito como sufre. Pobre, si supiera que está todo arreglado. Ayudame porque me cuelgan. Nos matan a todos; pero a mi primero que nadie.

Como me desespera esta calma. La de antes de patear un penal. La del estadio que murmura expectante. Calma chicha, que es antesala de gloria ... o de fracaso.

Y los fotógrafos que parecen un regimiento al servicio de la verdad. Un pelotón de fusilamiento listo para retratar el detalle más mínimo. La posición exacta de mi pie, de la pelota. Discutir horas en los programas especializados. Cámaras de frente, de costado, de atrás; y otra más que cuelga de unos cables por encima de mi cabeza, como un dron militar que vigila y me escruta. Revisa mi expresión forzada, denota mi falta de concentración, mi sudor que ya es de sangre.

Ya no queda tiempo. En cualquier momento todo se acaba. Ya no puedo demorar más subiéndome las medias, ajustando la banda de capitán en mi brazo, secando mis manos con la camiseta. En cualquier momento el arbitro pita y tengo que correr. Correr con todo lo que tengo y ser certero.

Ahí va la pelota que se suelta de mi pie. Disparada, girando como loca, casi como un planeta de mil colores que se ilumina, una y otra vez, bajo los flashes incesantes de la noche. Ahí va sola, directo al medio del arco. Directo al lugar donde el arquero ya no está.

Y la pelota golpea la red. Y la red se infla. Y el monstruo frente a mi se despierta de golpe en un grito ensordecedor que todo lo abarca. Y mis compañeros se quedan quietos, y nadie viene a abrazarme. Entonces caigo de rodillas, aprieto los puños fuerte y miro de nuevo al cielo. Y el cuerpo, la garganta, y el alma entera se me llenan de gol por primera vez en la vida.
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