viernes, 14 de agosto de 2020

María de noche

María caminaba de un lado al otro, fumando sin parar, mientras esperaba en la recepción de una oficina en pleno centro de París.

Una secretaria rubia, de puros atributos, atendía un conmutador celeste lleno de botones y la espiaba por encima de sus anteojos de leer gigantes, entre llamado y llamado.

—Madame, ya le avisé a su marido, ¿le puedo ofrecer un café? — dijo en un susurro y su voz ronca se fundió con la música de fondo.

María solo dijo que no, sonrió de compromiso y se sentó con sus piernas bien juntas en el borde de uno de los sillones. La secretaria volvió a levantar la vista, esta vez para poder verla mejor. María era un celebrity. Ni muy alta, ni despampanante, pero dueña de una belleza poco común. Llevaba su ropa sin esfuerzo, casi como si hubiese sido diseñada solo para ella.

—Hola Marie.

—María. Guardate la galantería delante de la gente que te queda pésimo.

—Serenate, por el amor de Dios. Vení, pasá.

—Me acaban de mostrar la primer versión de tu película en el piso de arriba y veo que no tiene nada que ver con mi libro. — María apagó el cigarrillo con fuerza en un cenicero de cristal antes de sentarse.

—Bueno, nosotros podemos cambiar un poco las cosas.

—No me hables de nosotros, con ese discurso corporativo, cuando sabés muy bien que el único responsable de toda esta payasada sos vos. —Sacó otro cigarrillo del bolso y negó el fuego que su marido le ofrecía con desprecio, apoyándose en el respaldo de la silla. Aspiró fuerte y tiró el humo para un costado —. Yo se que te dan vergüenza las historias de tu país; no es ninguna novedad que seas un acomplejado. Y, si bien me rompe las pelotas, puedo vivir con mi historia adaptada y filmada en París.

Pero me gustaría que me expliques, de donde sale toda esa imagen cuidada en blanco y negro, el portero comedido, el barman sirviendo martinis ¿Dónde se ve a mi Eugenia desesperada buscando a un marido que la cagó, que la caga, que se va de joda todas las noches?

—Hay guiños, sugerencias.

—No juegues conmigo. Es una novela premiada, tengo otras doce publicadas ¿de verdad querés hablar de guiños y sugerencias? La mía es una mujer desesperada, una mujer que espera despierta todas las noches. No esa boludita de pasos cortos que parece recién salida de la peluquería ¿Dónde esta mi pizzería de mala muerte? La luz de tubo, el vino barato ¿Y los empujones del dueño del local? ¿Qué pasó con la escena de los gritos? ¡Ni siquiera la despeinaste!

—Es una adaptación, María. Cuando vos vendiste los derechos de tu obra firmaste un contrato. Si lo hubieses leído con cuidado, te hubieras dado cuenta que podíamos adaptar, cambiar.

—¿Yo tengo que leer con cuidado? No me des lecciones, ni me vuelvas a hablar de decisiones en plural — María se paró de repente y pegó la vuelta al escritorio —¿Sabés que pasa? Yo pensé que alguna vez, al menos para esto, podía confiar en vos. No te corras para atrás, no tengas miedo; siempre el mismo cagón. Yo escribí una historia de amor, de desencanto, de traición, de pérdida. Pero como sos un cobarde, como queda mal mostrar a una señora desarreglada, empastillada, ¡loca!, ponemos a esta chiquita linda, perfecta, que pregunta suave, que no se enoja, que le gusta sufrir bajo la lluvia. Claro, las mujeres bien no gritan, no se drogan. Solo lloran en silencio y se secan las lágrimas con un pañuelito de lino. 

—No grites, por favor.

—Quedate tranquilo que no vamos a ir presos ¿Y su monólogo interior? y todo lo que le pasa por la cabeza mientras camina por la calle? El rouge corrido, el maquillaje desparramado por las mejillas ¿Vos te pensás que poner un tema de Miles Davis con la trompetita y un fondo borroso soluciona el lío que esta mina tiene en la cabeza? Tenés esa fascinación por la crueldad, por hacer mal y disfrutar. 

María ahora caminaba por la oficina y se paraba en la ventana por momentos mirando la calle.

—Quizás sos vos la que nunca entendiste que a mi me gustan las mujeres que no gritan, que no toman de más, que no se deprimen.

—¡Qué rápido te olvidaste que vine a vivir a este país solo por vos! Para que el señor pueda dirigir en Europa, para que nadie sepa que vive del dinero de su mujer. Vine por vos, para que te sientas bien ¿Cuándo te importó lo que pasaba entre nosotros? Pensé que viajar, cambiar de aire, te podía ayudar, nos podía mejorar. Pero me dejaste sola como en Buenos Aires ¿Querías una boluda como la de tu película? ¿Una que te espere arregladita y con la comida? ¿De donde ibas a sacar la plata para el auto que tenés? ¿para vivir donde vivimos? Yo soy como la de mi libro, me arremango, laburo todo el día sin parar, ¿y vos decís que tomo mucho y me deprimo? ¿te acordás de los días en los que me servías de más porque según vos borracha cogía mejor?

—Bajá la voz que te escuchan.

—Jodete si te escuchan. Ah ¡y lo mejor! Resulta que en la película el señor se muere. Y como sabés muy bien que sos vos, te das el lujo de escapar, de desaparecer sin rastro, de morir con decoro, para que la señoras lloren por vos en el cine. Como si tu muerte de celuloide pudiese revindicarte, sacarte de la mediocridad.

María sacó de su bolso el libro que inspiraba el guión y lo dejó encima del escritorio. — Leélo de nuevo —dijo en un susurro —. A ver si lográs despojarte de la víctima que te crees que sos, que llevás adentro. 

Apagó su cigarrillo en el mismo cenicero y manoteó el bolso de la silla.

—Quizás lo mejor que hiciste fue desaparecer, así ya no tengo que buscarte más —dijo parada en la puerta de la oficina y salió caminando despacio, levantando miradas a su paso. Al llegar a la recepción la secretaria la esperaba parada detrás de su escritorio. 

—Madame, ¿me podría firmar su libro?

—Por supuesto. Carla ¿verdad?

—La rubia solo asintió con la cabeza, entusiasmada —¿Qué se siente ser así como usted?

María le alcanzó el libro firmado por sobre el escritorio. Nada, querida —dijo intentando sonreír —. No se siente nada.

 

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