Me llamo Luciana García y soy la directora de noticias de un diario de la mañana. Un diario de esos chiquitos, con letras grandes y de colores, lleno de chismes y noticias sensacionalistas.
Nací en Carmen de Areco, un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, como a 150 kilómetros de la capital. Me vine sola a la ciudad, a los 18 recién cumplidos, desafiando la autoridad de mi viejo, consentida por las lágrimas y el silencio de mi madre, pero con la firme ilusión de escapar y convertirme en periodista. No sé muy bien de dónde viene ese romance con el periodismo. Para mí tiene un poco que ver con esa necesidad de denuncia que llevo encima desde los 15, con levantar la voz en nombre de mi hermano Miguel.
Es que la mía es una familia de esas de antes, tradicional por donde la mires. Padres de la misma edad, que hasta se parecen de tanto estar juntos y mis cuatro hermanos: Pancho que trabaja en el campo con mi papá. Miguel, que viene justo después de mí y es el cura del pueblo, Mariana que está casada y tiene 3 hijos, y Pili que acaba de tener su segundo bebé.
Papá vivió toda la vida para su trabajo y poco entiende de ser padre, nunca lo entendió. Y mamá, pobre, fue madre como pudo y ahora solo quiere ser abuela. A mis hermanos varones los criaron en el campo y a nosotras nos enseñaron a cocinar, a planchar, a juntar huevos y a poner la mesa.
Desde que me fui a Buenos Aires, allá, en Areco, todo sigue igual que siempre. Asado en el campo los los sábados al mediodía y ravioles caseros cada domingo. Después, todos juntos, caminando a la misa de 6 que da mi hermano.
Dicen en la redacción que mi trabajo no es fácil. Puede ser, pero a mi no me pesa. Reconozco que hay que saber manejar la información. A veces el orden de las cosas, lo que no se dice, puede cambiar la percepción por completo. Mas difícil es volver al pueblo de vez en cuando y enfrentar la mirada silenciosa de mi papá.
Yo me quejo, pero Miguel la tiene bastante más complicada. Cada siete días tiene que convencer a un pueblo entero de que es mejor irse al cielo, y de que hay que vivir sufriendo en la tierra para poder subir. Se decidió rápido por el seminario, apenas cumplió 16. Y ahí se quedó, entregando su amor al cielo, disfrazado de cura, escondido para siempre debajo de un altar. Me lo tendría que haber llevado conmigo.
Extraño un poco el campo, porque siempre me gustó. De chica me levantaba a las cuatro de la mañana para tomar mate con mi viejo ¡Éramos tan compinches! Me contaba historias del pueblo, de la yerra. Corríamos carreras con los caballos, o saltábamos por los fardos que apilábamos en la puerta del galpón. Pero cuando cumplí quince y quise seguir arriando, subida al tractor primero que nadie; cuando más lista estaba para ayudarlo, cuando me di cuenta que trabajar en eso era lo mío, me cambió por mi hermano Pancho. Y a mí me dejó sentada en casa, vestida de mujercita, aprendiendo a tejer con mi mamá, horneando pastelitos y tartas para el próximo 25 de mayo. Lloré tanto, tanto me quejé que una de esas mañanas, sentados en la mesa de la cocina, me dijo: “si no te gusta, te vas.”
Ahora vivo de noticias que hacen ruido; pero este trabajo me enseñó a no gritar, a no hablar de más como entonces y a buscar mi lugar. Nunca es bueno dar más información de la que se necesita. En el diario aprendí a pegar justo con un titular, a guardar lo que no sirve, a contar, siempre, la parte buena de una historia.
Por eso quería que esta noticia no les llegara tan de golpe. Porque pude encontrarme en la ciudad, pero sigo enamorada del campo como siempre, y porque quiero cuidar a mi familia de la misma manera que cuido a mis lectores.
Ayer levanté el teléfono y le pregunté a mi hermano Miguel si podía casarme en el campo, con un altar de campaña. También hablé con Pili, a ver si se ilusionaba con ser la madrina de mi hijo. Los dos solo dijeron que si. Y también fui hasta el pueblo para tomar mate con mi viejo, y preguntarle si le gustaría ser abuelo una vez más. Pobre, no podía parar de llorar.
Al él no le conté que me casé hace un año con Mariela por civil, y que acabo de quedar embarazada de un huevo de ella ¿Para qué? Cuando vea al bebé quizás sea el momento. Un poco como en el diario: me guardo cosas que no hace falta decir.