lunes, 28 de diciembre de 2020

¡Qué Dios te ampare, Martín!

Este es otro capítulo de "El Pupilo".

Martín Molina está a punto de casarse. Mientras espera por la que será su mujer, en esos 45 minutos, repasa el último año y todas las cosas que le pasaron en su intrincado camino al altar. Habla de sus miedos a lo nuevo, de lo tanto que la extraña a Mora, de lo grande que es Julio Iglesias, y de la complicada relación con su suegro Tito Lopez Audet.

En el capítulo anterior, Martín se sincero con el negro. Tomó coraje y se sacudió la culpa de las mentiras que lo atormentaban, refugiado en la oscuridad de su bicicletería. Habló de las cosas que le pasaban con Fabiana, de lo que no pasaba con Esperanza, de todo lo nuevo que ahora pasa por su cabeza. Su amistad con el Negro está a salvo, pero el plan que los une se volvió a poner a riesgo. Existe la posibilidad de que Fabiana haya escuchado toda la conversación, solo por culpa de un teléfono inalámbrico que nunca se decide a funcionar.

Si preferís leer la historia desde el principio, recién lo conocés a Martín, te salteaste algún capítulo, o no te acordás de absolutamente nada, porque hace mucho que salió el capitulo anterior, podés empezar desde el principio de la historia en este link: https://www.javierlentino.com/p/el-pupilo.html

Y si te quedan ganas o te entusiasmaste, te dejo la banda de sonido de la novela en este otro enlace: https://www.youtube.com/playlist?list=PLG3GJZT8W54jmA-ZiSozBig94a8JVGO5R

Ahora si, lo que sigue:

Sábado 18 de agosto de 1987.

—Buenos días querido — dijo Tito soltando el aire mientras se sentaba. Venía de correr, vestido con pantalones cortos blancos y un buzo azul, de esos de cuello alto, cerrado hasta arriba. Bronceado a pesar del invierno, el pelo blanco bien peinado para atrás. 

—Qué tal López ¿Cómo le va? — el mozo se distraía con la gente que pasaba por la vereda y se acomodaba la servilleta que llevaba doblada en el antebrazo. 

—¿Qué tal López? Primero, me decís buenos días. — Se lo quedó mirando desafiante y el pibe ensayó un saludo tartamudeado.

—Así está mejor. Y para vos es señor López Audet. Nunca te olvides el señor, porque yo podría ser tu padre, y tampoco el Audet. El mío es un apellido compuesto ¿Sos nuevo no? ¿Vos te pensás que mi madre vino sola desde Francia para que un maleducado que sirve café me diga López? ¿Dónde está el agua mineral? Andá a buscar el agua y volvé.

El pibe salió disparado y Tito abrió el diario que estaba sobre la mesa. —Pendejo maleducado —, decía para si mismo mientras pasaba las páginas sin leer —¡Qué tal López! Así estamos. Un país sin tradición, sin valores. Igual que el tarado de mi yerno y ese inútil que trabaja con él. Esta es la generación que vota a estos delincuentes. Le pegó a la página del diario indignado y miró la hora. —. Y éste que encima llega tarde.

Tito intentaba desayunar en una confitería pegada a los bosques de Palermo, sentado en una mesa de la vereda, aprovechando el sol lindo del invierno.   

No pasó ni un minuto que un cura de su edad se le acercó por la espalda. 

—Perdoname la demora Tito, no encontraba remise por ningún lado.

Tito se paró rápido y le estrechó la mano con fuerza. —Padre Mario, qué gusto. Muchas gracias por venir. Siéntese, por favor.  

El mozo llegó con el agua mineral y un vaso lleno de hielo. 

—Por fin apareciste ¿Usted qué toma padre? ¿Quiere comer algo?

—Un cortado nada más. Ya desayuné hace rato. Estoy despierto desde las seis de la mañana. 

—Yo no sé como hacen para despertarse tan temprano. Mire que ya estoy grande pero, por mucho que intente, me cuesta levantarme antes de las siete y media. A mi traeme un café con leche con dos medialunas de grasa. Bien caliente el café, mirá que si no lo vas a tener que traer de nuevo. El suyo padre, ¿bien caliente también? 

—Cortado con leche fría, por favor. 

El pibe anotó todo en un papelito y desapareció lo más rápido que pudo.

—Gracias de nuevo por venir  — arrancó Tito apenas se quedaron solos.

—Por favor, si no es ninguna molestia. Con las veces que colaboraste con nosotros. Me gustaría verte por misa un poco más, eso si. Me encuentro mucho con Morita, con Mabel, pero con vos poco y nada.

—Bueno, estuvimos en familia para Semana Santa. Sabe que pasa, ando con mil cosas.

—Me imagino. Hablando de tu familia, al que no veo hace tiempo es a Martincito.

Llegó el mozo una vez más y empezó a dejar las cosas sobre la mesa.

—Anda bastante ocupado con el negocio. Me quiere demostrar que puede.

—Si, se nota que es muy trabajador. Contame ¿Qué andás necesitando?

—Mire padre, lo que le quería pedir no es algo muy común. Me tomo el atrevimiento por que es usted y por la relación que tenemos. 

—Por favor ¡Con toda la confianza del mundo¡ Si lo que me pedís está a mi alcance…

Tito acercó su silla un poco más y se inclinó por sobre la mesa para no hablar tan alto.

—No sé si usted sabe, pero toda la familia de mi mujer es de Lincoln —, tomó un poco de café con leche y agarró una de las medialunas —. Eran una familia enorme. Los viejos se murieron y los chicos, de a poco, se vinieron todos para Buenos Aires. La única que quedó allá es mi cuñada Susana.

—Creo que Mabel me la presentó hará cuestión de dos o tres años ¿Puede ser?

—Si señor, vino para Navidad. Ella tiene una sola hija. Una chica de la edad de Morita que todavía vive con ella. Un poco ligerita la piba, pero nada para preocuparse. Resulta que hará cuestión de tres meses, la madre se enteró que andaba con un tipo más grande que ella. 

—Bueno, en estos tiempos eso ya es bastante común.

—El problema es que este es un atorrante. Un tipo casado, más grande que ella, que le hace el novio y le promete que se va a divorciar de la mujer. La misma historieta de siempre. Mi sobrina se ilusiona y la pobre de mi cuñada que no sabe que hacer. Cada vez que la quiere aconsejar la cosa termina a los gritos. Me llama todas las semanas, a veces dos y tres veces por día. Habla conmigo porque está divorciada hace rato y el ex marido, el padre de la chica, es un pelotudo que no entiende nada. Está desesperada. La última vez que hablamos, el martes, le dije que me la mande para acá en micro ¡Mire que de esto Mabel no sabe nada! 

Tito tomó un trago largo del agua con hielo.

—Yo había pensado mandarla a la casa que tengo en el country. Por un tiempo, hasta que se le pase esta locura. Que cambiara un poco el aire, que corra, que tome sol. Pero después me dije ¿qué hace una chica de 28 años sola en una casa de 300 metros cuadrados? Es un barrio cerrado, pero ¿vio como están las cosas ahora? Lo único que me falta es que encima se la violen.

El padre Mario solo asentía y tomaba café. Tito mordió entonces una medialuna y siguió con la boca llena.

—A mi se me había ocurrido, le pido por favor que no tome esto como un atrevimiento de mi parte, ingresarla como novicia en una parroquia de barrio. Con la excusa de que está aprendiendo, que tiene la ilusión de ser monja alguna vez. Una suerte de training, ¿me entiende?

—¿Pero ella quiere ser monja?

—Mire, por ahora, la verdad que no. Pero uno nunca sabe. De chiquita ayudaba en la misa. Quizás estando ahí se vuelve a entusiasmar. Y si no, qué mejor lección para una chiquita descarriada que conectarse con los valores mas importantes, con ella misma, con Dios.

Tito se quedó callado mirando la avenida, esperando que el padre Mario digiriera su idea. 

—Padre yo sé que es un favor grande —, siguió después de un momento agarrando la segunda medialuna. Acuérdese de  la donación anual, las de todos estos años, y ese dinero que siempre me pide para su hermano.

El padre Mario levantó su mano derecha y miró para todos lados a ver si alguien los escuchaba.

—Te pido que ese tema lo mantengamos en la más absoluta reserva —, dijo en un susurro. 

—Si, por supuesto.

—Dejame pensar como podemos hacer —, el cura apoyo sus dos antebrazos en la mesa y se mordió el labio. No puede ser una iglesia del centro. Los cardenales andan siempre dando vueltas y no quiero que nadie me pregunte. Pero, por otro lado, tiene que ser en la Capital. No tengo jurisdicción en la provincia de Buenos Aires.

—Claro, bien lejos de todo. Además, como le comenté, mi cuñada no quiere que sepa Morita, mucho menos Mabel ¡No vaya a ser cosa que se la encuentren disfrazada un domingo! ¿No le gusta esa iglesia linda que queda cerca de la estación Floresta? Por ahí por Yerbal.

—¿Nuestra señora de la Candelaria decís vos?

—¡Esa misma! Una que queda cerca de las vías, medio apartada. 

—No estaría mal. Ahí me parece que está este chico Damián, un alumno mío del seminario.

—Le pido por favor, padre. Serían dos meses nada más, a lo sumo tres. Le garantizo que va a pasar muy desapercibida.

—¿Y para cuándo lo necesitás?

—Y, si se puede, ya mismo. Ella llega de Lincoln esta noche.

El padre Mario se quedó pensando otra vez.

—Tendría que llamar a Damián, arreglar los papeles esta tarde…

—Vamos a hacer una cosa. Usted trabaje tranquilo y me llama en cuanto tenga el tema solucionado.

Tito levantó la mano y pidió la cuenta. 

—¿Quiere que lo alcance hasta San Martín de Tours?

—Si no es molestia.

El BMW color ladrillo aceleró por Pampa, pegado a los bosques de Palermo, enroscando el cuenta vueltas hasta arriba en cada cambio. Tito tenía la costumbre de andar con la ventana medio baja para escuchar el escape y poder fumar. María Marta cantaba “Perdida” por sobre el ruido de la calle y la sotana del padre Mario se agitaba con el viento. Pero el cura tarareaba la letra y sonreía con ganas. 

—¿Le gusta la gorda, Padre? —gritó Tito soltando el humo por la ventana. 

—Me encanta. Pero difícil escuchar un cassette a tan alto volumen en el convento. Hay cosas de la religión que ni yo las entiendo. Después pretenden que los jovencitos vengan a misa. — sacudió la cabeza resignado y agarró un cigarrillo del paquete de Tito que estaba en la consola central.  

—¿No hay problema, no? 

Tito solo le ofreció fuego con el encendedor del auto mientras paraban en un semáforo. 

—Decile a tu sobrina — siguió el cura mientras aspiraba profundo —, que pase por la parroquia mañana a primera hora, antes de la misa de las 9 y que vaya directo a la oficina. Yo le voy a dejar ahí un paquete color madera con los hábitos, un rosario simple y los papeles de transferencia para que presente al llegar. Que no se me aparezca con un bolso grande, ni de muchos colores, a los sumo dos o tres mudas. Estas chicas usualmente tienen muy poco ¿Decimos que viene de Lincoln?

—Yo preferiría que sea de otro lado. De una provincia del medio, de Santiago del Estero. 

—Vamos a decir que es de La Pampa, que casi ni tiene acento. Total acá nadie conoce ¿Qué te parece?

—Sensacional. 

Ahora el auto pasaba por el hipódromo de Palermo rumbo del monumento de los españoles y paraba de vez en cuando por el tráfico. Tito abrió el techo y el sol del mediodía se metió con todo, entibiando los asientos de cuero negro. 

—¡Qué lindo día! —dijo Tito y bajo la ventana del todo apoyando el brazo en el marco de la puerta con la vista clavada en la plaza Alemania —. No se puede creer las pendejas que salen a correr los fines de semana. Mire que espectáculo. Diga que uno ya está retirado. 

Un chico que pedía se acercó del lado del cura en la luz roja siguiente y el padre Mario cerró su vidrio rápido. 

—Cada vez hay mas de estos pibes —, dijo Tito sacudiendo la cabeza, mientras doblaba en Salguero y frenaba para dejar pasar a un viejito que cruzaba despacio. —¡Más mendigos y más viejos! Mire este hombre. Encima que uno lo deja pasar, camina despacio y no dice ni gracias. Vamos señor, que no tengo todo el día. 

Tres cuadras más, y el BM de Tito paró justo en frente de San Martín de Tours.

—Gracias por todo padre — el cura bajo con agilidad y se quedó parado en la vereda —. Le mando a la piba mañana bien temprano.

—Pará Tito, me olvidaba — ¿Cómo se llama tu sobrina? El padre Mario volvió sobre sus pasos y apoyó sus manos en el marco de la ventana abierta de Tito. 

—Amparo. Amparo Rivera. Pero no sé si es bueno que use su nombre, mire si el tipo la rastrea. Otro nombre mejor.

—¿Y qué nombre le ponemos?

—Ni la menor idea ¿A usted se le ocurre alguno? —Tito le ofreció un cigarrillo más y el cura accedió. 

—¿Te gusta Esperanza? Es bien de monja. 

Tito se rió con ganas. 

—Me parece espectacular. Esperanza Rivera. Me llama cualquier cosa. Lo dejo que Mabel me espera para almorzar. 

El cura abrió la puerta de rejas pegada a la capilla y saludó con su mano en alto desde el patio. Entonces el auto arrancó despacio. Tito cantaba solo, pero no podía parar de reírse. 


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