“Lo felicito, es un varón”, le dijo la enfermera apenas se lo encontró caminando por el pasillo “¿Qué nombre le va a poner?”. “En realidad no sé”, contestó con lagrimas en los ojos, “le tendría que preguntar a mi mujer.”
Fueron caminando juntos hasta el cuarto, y se quedaron parados en la puerta sin decir nada. Al ratito llegó Delfina reclinada hacia adelante en una camilla, cansada pero contenta, con su hijo recién nacido en brazos. Se saludaron con un beso y los dos lloraron juntos. "¿Qué nombre le ponemos?,” le dijo él con la voz quebrada. Delfina se quedó pensando por un momento y sonrió. “Oscar”, dijo por fin. “Le vamos a poner Oscar” “¡Qué lindo!” dijo la enfermera que había entrado al cuarto con ellos para ayudar “¡Igual que Usted! ¡Me encanta que los hijos se llamen como los padres! El día que yo tenga un hijo…” “Yo no me llamo Oscar” “¿Cómo que no?, si lo acabo de llamar por ese nombre hace un ratito; si su mujer le dijo así cuando entraba a la sala de parto.” “Eso es por otra cosa. Yo me llamo Francisco.” Se sentó en un sillón que estaba bien pegado a la cama y soltó todo el aire de golpe. “Es una historia linda", dijo y miró para arriba. “Si tiene tiempo, quédese que le cuento.” La enfermera dudó por un momento. “Dele, si ya son las dos de la mañana ¿Anda con tanto trabajo a esta hora?” La enfermera se acomodó el sombrerito blanco, se estiró el delantal y acercó una silla. Se sentó derecha, con las rodillas bien juntas. “La verdad que no”, dijo entusiasmada.
"Yo soy el más chico de 5 hermanos”, arrancó Francisco embalado. “El nene, me dicen en mi casa. Pero, por ser el menor de tantos varones, nunca estuvieron muy pendientes de mí. Siempre me la tuve que rebuscar bastante solo. No la quiero aburrir con todo el cuento desde mi infancia ¿Seguro se puede quedar?” La chica la miró a Delfina, al bebé, estiró el cuello para pispear el pasillo y dijo que si varias veces con la cabeza.
“Siempre fui muy inquieto y hasta lindo de pibe." Sacó la billetera del bolsillo del pantalón y le mostró una foto de un chico en el sulki. “Acá no se nota tanto, pero era bien rubio, y hasta tenía rulos, mire ¿No negra que yo era rubio?” Su mujer estaba tan embobada con su bebé, con la teta, con la mantita, que ni siquiera le contestó.
“Me quedé pelado bien joven, eso si”, dijo y se acarició la cabeza. “Papá era pelado como yo, y muchos de mis hermanos también. Pero eso, aunque usted no lo crea, siempre fue una ventaja. La gente pensaba, ¡piensa!, que soy más grande de lo que soy; y eso a veces sirve. Usted, ¿cuántos años me da?” La piba iba a arriesgar un número, pero Delfina interrumpió aclarándose la garganta.
“¿Querida?, o vos Oscar, que no estás haciendo nada, ¿por qué no vas a buscarme un vaso de agua?”
Francisco se paró como un resorte y salió rápido, sacando pecho; con esa parada típica de los petisos que nunca quieren regalar ni un centímetro. Volvió enseguida, con el agua en un vaso de vidrio y una jarra enorme, “Por si necesitas más,” dijo comedido y dejó todo en la mesita. Delfina no le dijo ni gracias.
“¿En qué estábamos?” “En que le gente pensaba que usted era más grande. Que parecía más mayor.” “Ah si, si. A mí siempre me gustaron los deportes. Todos los deportes: El fútbol, el básquet, la caza, la pesca, el atletismo, pero sobre todo la gimnasia” “¿No me diga? la chica se cruzó de piernas. “Mi novio es gimnasta. De Velez, del equipo.” “¡Qué casualidad! Seguro lo conozco ¿Cómo se llama de apellido? Yo trabajo en la comisión del club. Pero sigo con la historia que la van a llamar para una urgencia y se va a perder el final.
Un día tomando un café en la pizzería. Ah ¡no le dije!, yo soy el dueño de la pizzería Velez Sarsfield, en Liniers ¿Conoce por ahí?” La enfermera dijo que si rápido con la cabeza sin pestañear ni una sola vez. "Bueno, sobre Rivadavia, a media cuadra de Tellier, pegada a la heladería, justo en frente de la vía, está la pizzería. Pase un día con su novio que la invito; después se lleva una torta de ricota. No sabe lo que es, tengo un repostero que es un espectáculo.
Le contaba, que estaba en la pizzería; no hace tanto de esto, hará tres, cuatro años como mucho, y aparece mi amigo Oscar Cameselia. Buen tipo Oscar, unos años más grande que yo, tiene un negocio de proveduría deportiva ahí por la calle Lima. Anda muy bien. Preste atención que acá viene el tema ese que le digo de la edad y lo que la gente piensa. Cuestión que me dice, así como de la nada: Nene ¿sabés que hace un año que me hice socio de Ferro y no fui ni una sola vez? Un año tirando la plata. Ni a la cancha voy. Me había anotado por los bailes, para ir los fines de semana a la pileta pero, al final, no fui nunca.
Se me encendió la lamparita ahí mismo; ¿vio que le decía que siempre me la tuve que rebuscar medio solo? Entonces le digo: Cameselia ¿No me prestás el carné así lo uso yo? Se quedó callado comiendo pizza, me miraba el gordo y masticaba. Yo callado, no le decía ni mu. Y estuvimos así como dos minutos. Al final, sacó la billetera del bolsillo y me dejó el carné de Ferro ahí sobre la mesa. Te regalo el almuerzo cada vez que vengas, le tuve que decir; pero no aceptó. Así como se lo cuento ¡Qué buen tipo este Cameselia! Y como él también es pelado, yo parezco más grande y las fotos que tienen los carné son en blanco y negro, la raspamos un poquito con una llave y más o menos quedó. Me tuve que afeitar el bigote, eso sí.”
“Te queda mejor así, parecías una caricatura con esos bigotitos” dijo Delfina y tomó un poco más de agua.
“El primer día me anoté en gimnasia acrobática y en saltos ornamentales. ¡Y hasta competí federado para el club! Tengo medallas en casa, ¡copas!, con el nombre de Oscar Cameselia.” Le dio risa y quiso agarrar el vaso de agua, pero Delfina no lo dejó.
“No va que un día la conozco a ella en un baile.”
"Yo estaba con mi hermana", dijo Defina en un susurro, porque el bebé se había dormido en su pecho. “Nosotros éramos socias de toda la vida.”
“¿Te acordás, Negra? ¡Qué linda época! Te hiciste la difícil como un mes seguido. Al final, una noche de Carnaval, en el medio del recital de Alberto Castillo, le pude robar el primer beso ¿Qué pasa? No me llore nena, ¡qué es una historia linda!”
“Es que le juro que me emociona” dijo la enfermera y miró para arriba para que las lágrimas no se le caigan.
“Espere que todavía falta lo mejor. El día que la conocí, me presenté, como un caballero y le dije que me llamaba Oscar, con apellido y todo ¿Qué le iba a decir? si estaba todos los días en el club y todos me conocían por ese nombre.”
“¿Y yo que nombre te dije?”, dijo Delfina ahora más interesada en la historia, sonriendo por primera vez.
“Delfina, me dijiste”. dijo Francisco y se rió una vez más.
"¿Ella se llama Delfina no?, preguntó la enfermera confundida.
“No se adelante. Se la hago corta porque si no, no terminamos más. Nos pusimos de novios y, justo un año después, le propuse casamiento en otro baile, en ese mismo gimnasio.”
“¿Te acordás? Te habías venido con esa corbata marrón finita.”
“¿Y no le dijo nada de lo de Oscar?” preguntó la enfermera que había ido hasta la puerta a verificar el pasillo.
“No me animé. Además ella pensaba que yo era más grande. Estuve dando vueltas como tres meses para ver como le decía, pero de tanto pensar se me vino la fecha encima. No me quedó más remedio que contarle el día del casamiento. La esperé en la puerta del registro civil, ahí en la calle Uruguay.
Delfina hay algo que tenés que saber, le dije apenas la vi con su trajecito celeste. Me miró con esa cara de enojada que tiene siempre y los ojos chiquitos se le pusieron más chiquitos todavía ¿Qué pasa?, me dijo con voz de pito. Le conté la historia lo más rápido que pude, casi sin respirar. Y también le dije que tenía 6 años menos. Me miró seria por un rato y a mí se me puso la panza dura. Después se rió con ganas. Me agarró la cara con las dos manos y me dio un beso fuerte en la boca.” “Vamos dale, que llegamos tarde, dijo y me agarró de la mano. “Yo me llamo Serafina y tengo 4 años más de los que te dije.”
“Enfermera, la buscan de maternidad,” dijo un señor que pasaba por la puerta.
La chica se paró y, otra vez, se acomodó el sombrerito y el delantal. “Bueno, los felicito,” dijo, “a los tres” Se tocó apenas los ojos para que las lágrimas no le estropeen el maquillaje “¿Puedo pasar mañana para que me cuente la historia del nombre de su mujer?”