Estamos en un restaurant y somos seis, tres parejas que salieron a cenar. Es bueno cuando los varones son amigos entre sí, mucho mejor cuando las mujeres se quieren. Nos sentaron en una terraza que da al río, en las afueras de la ciudad. Los mozos van y vienen entre las mesas, la luna nueva es enorme. Se siente íntimo, a pesar de la gente, a pesar de la música.
Otra botella de vino y ya son tres; se suman a las copas que tomamos en el bar. A algunos el alcohol los pone contentos, a otros los tranquiliza, a mí suele sincerarme. Estoy sentado en la cabecera de la mesa, mis amigos uno de cada lado; las chicas repiten el triángulo en la otra punta. Ya pasó un brindis por el viaje, otro por la amistad; este que viene ahora es por la vida. Levanto mi copa y digo que pensaba que no se podía torcer el destino. Los demás sonríen, no me entienden. Romi me mira confundida; no le gusta que hable para llamar la atención.
No comulgo con el silencio, su vacío me desborda y disparo lo primero que se me cruza por la cabeza. Gaby, una de las chicas, se enojó conmigo el otro día. “No podes hablar solo de fútbol, de ese Olmedo, de Buenos Aires; no somos todos argentinos”. La miro de reojo mientras sonríe y levanta su copa al cielo. No se lo dije nunca, pero la respeto mucho a pesar de la vehemencia. Valoro su honestidad frontal, así sin mucha vuelta.
Creo que lo que tengo para decir ahora es importante, no es para llamar la atención, no es por el vino. Entonces arranco por mi amigo de la derecha: “Yo me acerqué a vos por interés. Nos juntábamos una vez por semana en la cocina de tu casa; quería venderte un seguro de vida”. Qué paradoja asegurar la vida, pienso apenas termino de decirlo. Como si alguien pudiera. Sus ojos se clavan en los míos, espera por mis palabras, no es de esos que interrumpe. Pareciera que no prestara demasiada atención, pero aprende mirando, estoy seguro. No dice tanto, ni cuenta mucho. No termino de entender muy bien que le hace retener sus palabras, el por qué de su silencio.
Sigo porque el vino me ayuda: “A medida que pasaban las reuniones, las preguntas, más incómodo te ponías. Te dije que prefería la amistad, a la posibilidad de hacer un negocio. Podría haber seguido insistiendo; casi seguro me hubieses comprado. Fue el impulso del momento, me pareció que era lo mejor.”
Pasó un mozo y se llevó mi plato, otro me volvió a llenar el vaso de agua y me salpicó las manos. “Y porque nosotros elegimos ser amigos, este grupo se terminó de formar. Me acuerdo que organizaste una cena como esta cerca de casa y que casi no sabíamos de qué hablar. Como las chicas se conocían de antes, no paraban de reírse. A nosotros tres nos costó un poco más. El tiempo y las discusiones nos fueron juntando.”
Un día me empecé a sentir mal y te fui a ver, volvías de la clínica, tu delantal en el asiento del acompañante. “No me gusta,” decían tus ojos. “Sería bueno que te revisen.” insististe. Y tu pálpito era cierto. Tumor maligno detallaba el reporte.
La mesa hizo una pausa incómoda. “¿Algo de postre?” repetía el mozo ahí parado sin que nadie le contestara nada. Creo que pedimos un volcán de chocolate. Fue mi otro amigo el que volvió a encarrilar la conversación.
“Me llamaste temprano esa mañana, no estaba en el hospital porque habíamos viajado a Savannah. ¿Te acordás, Pili?” Pili dijo que si y cerró sus ojos, casi como si pudiera respirar tranquilidad. Pili es la rueda de auxilio espiritual de este grupo, tiene una bolsita con runas, entiende de los males del alma y cree en el poder de la tierra. Ayuda a los que le piden, por nada, para ayudar. Quizás no lo sabe, pero ella y Gaby fueron importantes para Romi. A mi mujer se le había muerto su papá y no sabía que podía pasar conmigo. No la vi bajar los brazos ni un día.
“Habló con el cirujano apenas cortó con vos,” dijo Pili. “Temblaba, pobre. No es fácil para el cuando algo le pasa a sus amigos.” Después le agarró la mano a su marido, lo tenía al lado. El me miró a los ojos y brindó solo conmigo. “Por tu salud”, me dijo.
Mis amigos entienden el verdadero valor de un momento. Todos los días curan a contrarreloj, revisan reportes, imágenes, comparan valores; no hay lugar para el error. A veces no les queda mas que mirar cómo el tiempo se les escurre a sus pacientes.
Por ellos dos me operaron rápido, un día antes de que el mundo entero entrara en pandemia. Veinticuatro horas más y me quedaba sin diagnóstico, sin cirugía, sin pulso. Me salió un “gracias” y las otras cinco copas chocaron con la mía en el aire. Romi me guiño el ojo del otro lado de la mesa. “Un día más y que en paz descanse.” Hice el chiste y me reí. Después no pude parar de llorar.